De La Corbata a Jesús del Monte. Los 100 primeros de una gira interminable


Por: Rafa G. Escalona, para la revista AM:PM, Cuba.
15 de Abril del 2019



En los últimos ocho años ha estado pasando algo que no se suponía que pasara. No se supone que una estrella de talla mundial se vuelque casi todos los meses con voluntad monacal a los barrios marginales de su país —y más allá—, sin publicidad, sin otro beneficio que el de alumbrar por unas horas las almas de gente a la que les hace falta mucha luz. No se supone, y sin embargo es precisamente eso lo que ha estado haciendo Silvio Rodríguez desde el 2010 con su gira por los barrios.


Se ha contado muchas veces: el entonces capitán de la policía José Alberto Álvarez López se acercó a Silvio para pedirle que diera un concierto en La Corbata, un barrio pobre y marginal en la periferia de La Habana, y Silvio accedió. La experiencia del concierto lo marcó de tal modo que empezó a vislumbrar un camino, que si no podía resolver los problemas económicos de un lugar al menos podía cambiarle la faz por un día. El resto es historia; ocho años y 100 conciertos después, la “gira interminable”, como la ha llamado el propio músico, es uno de los sucesos artísticos y de intervención en comunidades vulnerables más hermosos de nuestro país (y un poco más allá si contamos los conciertos gratuitos que han tenido lugar fuera de Cuba, en Buenos Aires y Madrid).


Como apunta el ex cónsul español en La Habana Alvaro Kirkpatrick — “un yuma en la gira por los barrios”, como él mismo se define— en estos conciertos “se donan libros a escuelas locales. Se recitan poemas. Se invita a participar a grupos o solistas, consagrados o emergentes. No hay política. Aunque se encuentren entre los oyentes, como ha ocurrido, Maradona o Mujica. Tampoco economía, pues el merchandising brilla por su ausencia. Como mucho, algún vecino pone a la venta, improvisada e informalmente, alguna lata de cerveza o refresco, a precio ligerísimamente superior al del mercado. La gente no está pa’ eso”.


Hay algo mesiánico en ese empecinamiento por ir una y cien veces a lugares donde no te esperan, a llevar algo que muchas veces ni sabían que querían, como mesiánica también es esa voluntad capaz de arrastrar a medio centenar de personas con él. Decimos “gira de Silvio por los barrios” pero en realidad hablamos de una gira que es posible gracias a un conjunto de personas e instituciones que involucra a su banda acompañante, personal del equipo de Silvio y los Estudios Ojalá —los sonidistas Olimpia Calderón y Enzo Estrada, llevan la totalidad de los 100 conciertos a sus espaldas—, RTV Comercial, el apoyo del Instituto Cubano de la Música, la Agencia Nacional de Giras y la Empresa de Carnavales —que garantizan personal de apoyo y accesorios imprescindibles como el escenario, las barandas, los baños portátiles, la planta eléctrica y la seguridad para estos equipos—, La Rueda Producciones y representantes de varias instancias del gobierno local y provincial.


Hacer un concierto cualquiera implica un despliegue logístico del que los espectadores casi nunca son conscientes; hacer un concierto al aire libre, en un área no diseñada para ello es aún más complicado, y hacerlo además otras 99 veces es una auténtica locura.


“Es una película coral”, dice Amín Blanco, “aquí si no ayuda todo el mundo, la cosa no sale”, una frase que no por manida es menos cierta. Desde el concierto 41 del 2013 en el barrio de Tamarindo, del municipio Diez de Octubre, esta mujer es la responsable directa del trajín de un equipo de producción que debe garantizar las condiciones para que cada sitio tenga el concierto que se merece (los primeros años esta tarea estuvo a cargo de Ana Lourdes Martínez). “Antes de todo esto”, dice Amín, “yo era una güajira del centro”; la gira le ha permitido comprender la dimensión real de La Habana y adentrarse en una ciudad que la mayoría desconocemos o ignoramos, esa que está hecha de personas y lugares que el censo no recoge, pedazos de país sobre los que agotamos los eufemismos para no hablar de la simple y profunda pobreza.


En sus inicios llegaban a los barrios por recomendaciones de la entonces existente Oficina de Prevención de la Policía Nacional Revolucionaria, pero en la actualidad se definen los destinos por múltiples vías —vecinos de la zona que lo solicitan, lugares que el propio equipo va encontrando, recomendaciones de amigos, conocidos y fanáticos, que hasta desde fuera de Cuba pasan el dato de barrios desfavorecidos.


Aparte de la constancia, si algo distingue a la gira es el interés por llegar verdaderamente al barrio, por salirse de zonas de confort y plazas habituales para invadir la patria chica de gente que casi nunca va a tener la oportunidad de ir a un teatro a ver un espectáculo. A menudo, arribar a estos lugares es poner una cruz en espacios en blanco de mapas que no recogen calles ni edificaciones que a pesar de todo están ahí, como espejismos o invasiones de universos paralelos.


Llegar a los barrios y vivirlos, por breve que sea el tiempo, es llegar a vivir sus problemas: la fosa que lleva toda la vida, la basura que nadie recoge, las viviendas que no tienen las mínimas condiciones para ser habitables. Resulta inevitable involucrarse en sus dramas y tratar de ayudar con algún gesto, por pequeño que sea.


Una vez definido el barrio, Amín junto a Enzo e Ivón Laws —productora de la agencia de giras— buscan el lugar más adecuado para montar un escenario e instalar un sistema de sonido. A partir de ahí comienza una bola de nieve de coordinaciones con los vecinos, las autoridades del gobierno local, las instituciones involucradas y los artistas invitados —una larga lista que va de Isaac Delgado, Ana Tijoux y Yoruba Andabo a Carlos Luis de la Tejera, Liuba María Hevia y José María Vitier—, que termina con el desembarco en el barrio, un día antes, del equipo de producción. El reto de montar a pocas horas del concierto convierte cada espectáculo en un reto a la suerte, porque si ocurre algún percance de último minuto tienen muy poco margen de acción para reaccionar.


A pesar de lo aceitado del mecanismo, cada producción entraña un desafío distinto, y con cada una conocen algo más. En el camino han ido aprendiendo. Por ejemplo, que necesitan llevar trapos para secar los instrumentos los días que llueve. Que se les puede quedar un instrumento pero no los paraguas. Que las jabas de naylon son el mejor protector para los micrófonos que hay en el mercado local.




“en estos conciertos se donan libros a escuelas locales. Se recitan poemas. Se invita a participar a grupos o solistas, consagrados o emergentes. No hay política. Aunque se encuentren entre los oyentes, como ha ocurrido, Maradona o Mujica. Tampoco economía, pues el merchandising brilla por su ausencia”.

A Amín, productora al fin, le gusta preverlo todo. Lo único que no puede controlar es el clima, y aun así ha encontrado una fórmula para atarlo en corto. En algún momento del día del concierto, invariablemente, ella llamará al Instituto de Meterología para saber el parte del tiempo, no con la intención de cancelar el concierto en caso de lluvias, si no para saber de antemano a qué condiciones meteorológicas van a enfrentarse.


Porque no importa si caen raíles de punta, o se va la luz, hay dos cosas que uno puede dar por seguro en un concierto de Silvio por lo barrios: que va a suceder, y que va a empezar puntualmente. Lo saben —y agradecen— todos los que han asistido. Muy rara vez se pospone, y nunca se cancela.


Les pasó con El Palenque, un barrio que queda cerca del Puente de la Lisa. Llegaron al sitio y escogieron un emplazamiento. El lugar tenía de todo menos las condiciones para hacer un montaje, pero fue eso, el saber que precisamente nadie iba a llegar nunca ahí a dar un concierto, lo que los motivó. En ese entonces aún montaban con dos días de antelación, y el primer día llovió tanto que los cables quedaron anegados y no quedó más remedio que posponer el concierto. Esa tarde Silvio pasó por El Palenque, para que supieran que sí, que habría concierto más temprano que tarde. Al día siguiente, apoyados por las viejitas del barrio que se lanzaron con jarros a quitar todo el fango que se pudiera, hubo concierto.


Por supuesto, no todos los barrios tienen la misma empatía que El Palenque, hay barrios amables y barrios tibios. En algunos los reciben como si fueran viejos amigos, y comparten el agua fría y el poco café que puedan tener, y en otros son menos acogedores, y los miran con algo cercano a la indiferencia. No todos se emocionan con tener un concierto de Silvio en su barrio, e incluso pueden llegarse al concierto sin demasiado interés y ponerse a conversar sin pena alguna, incluso en voz alta, al comprobar que efectivamente la música que ahí se toca no es lo suyo. Pero es parte del oficio, y más de este tipo de acciones; la tibia recepción de los habitantes del barrio no puede ser vista como algo negativo ni pueden pedirle al público que respete los protocolos de una sala de conciertos. Allí Silvio y su gente son los extranjeros, los que vienen a invadir un espacio que tiene sus ritmos y costumbres, y hay que ser respetuosos con ellas. Cuando estás haciendo algo para la comunidad, en la comunidad, no puedes llegar a imponer las reglas porque eso no haría más que perpetuar las dinámicas de discriminación que precisamente se intentan eliminar.


Como cuando estuvieron en el parque La Normal, en el municipio El Cerro. Tenían a La Colmenita como invitados, y los vendedores del cercano Estadio Latinoamericano vieron el filón. Allí llegaron con sus pitos y cornetas e hicieron el día vendiendo cachivaches a los niños que daban vueltas por el lugar. Aunque les pidieron que dejaran de vender los pitos, las reacciones fueron variables, y ya el daño estaba hecho; en todas partes había un chiquillo con una corneta presta a ser sonada en cualquier instante. Digamos que no fue el concierto que mejor se escuchó.


Pero más allá de las reacciones circunstanciales, lo habitual es que incluso en los sitios más ariscos los vecinos terminen arrimados a la tarima una vez que el concierto empieza. La música en vivo, del tipo que sea, tiene una magia ancestral que siempre convoca.


Las anécdotas sobre la gira por los barrios se cuentan por cientos. Buena parte de ellas recogidas en la serie de reportajes que durante años realizaran Mónica Rivero y Alejandro Ramírez para Cubadebate, y en el documental Canción de barrio, del propio Ramírez, uno de los mejores frutos que la gira ha dado.


Amín Blanco recuerda una en particular, en Punta Brava, en el municipio La Lisa. Durante todo el concierto un señor se la pasó gritando insistentemente “¡La era, La era!”. En cierto momento Silvio no pudo más y lo llamó: “ven pacá chico, vamos a cantar La era”. Todo el mundo estaba expectante, sin saber qué iba a ocurrir cuando ese hombre subiera al escenario. Podían haber pasado muchas cosas, podría haber sido un espectáculo lamentable, podría haber dicho cualquier barbaridad, lo que nadie se esperaba fueron las palabras que salieron de su boca cuando llegó al micrófono: “lo único que quería decir es que yo estaba preso, y este hombre vino a cantar a donde yo estaba preso, y al otro día yo estaba en libertad, y eso no se me va a olvidar nunca en la vida”.


Hay, decía, un documental hermoso llamado Canción de barrio, en el que sus autores aprovechan los conciertos para hablar de lo que verdaderamente importa, las historias de los barrios y su gente; historias de desamparo, de desafíos cotidianos de sobrevivencia mezclados y de la pobreza históricamente arraigada.


Como muy pocos documentos artísticos o científicos de la Cuba reciente, Canción… muestra las condiciones de vida de algunos de los pobres más pobres de un país pobre, sin victimizaciones, sin editorializar. La gira de Silvio es la melodía y pretexto, y los barrios y sus alegrías y tristezas son la letra de la gran canción que es el documental.


La Pachanga, El Fanguito, Micro X, Miraflores, Lugardita, Jesús María… hacer con los realizadores el recorrido por estos barrios es repasar las cicatrices de nuestro país, los espacios y vidas que existen a pesar de la desidia y la impotencia. Pero, nos dice el trovador, si a esas personas se les alumbra de vez en cuando la vida con un poco de arte, el mundo es un lugar mejor al día siguiente.


Algunos récords de la gira de Silvio por los barrios:


– 100 conciertos en nueve años y medio, a un ritmo de casi un concierto por mes, con todos los municipios de la capital visitados, además de otros once barrios fuera de La Habana.


– Cero conciertos cancelados. Unos pocos pospuestos porque las condiciones del clima hacían imposible la realización de cualquier actividad al aire libre.


– Cero muertes. Apenas un solo episodio de violencia, no relacionado directamente con el concierto y rápidamente controlado.


En términos materiales, los daños en la gira han sido relativamente insignificantes. Uno pudiera pensar que por la fama de marginalidad de muchos de estos barrios podrían haber tenido algún intento de robo, pero se ha hecho común que justamente allí los “marginales” se  autonombran encargados de la protección de los equipos.


Para Amín lo mejor siempre es la sorpresa, el no saber cómo reaccionará el barrio cuando arranque el concierto con una música muy diferente a los hits callejeros que suenan alrededor del montaje en las horas previas. La mayoría de las veces el saldo es positivo; imaginarse al Coro Entrevoces dirigido por Digna Guerra cantando en el medio del Barrio Modelo en Regla, uno de los municipios más afectados por el paso del reciente tornado por La Habana, parece algo surrealista, pero comprobar cómo los habitantes son atrapados por su música pertenece por completo al plano de lo real maravilloso. Por otro lado, acercarse a estas comunidades es también aprender de las iniciativas culturales que los propios habitantes ya vienen desarrollando, de su capacidad de buscar y compartir la belleza por sus propios medios.


En estos años, hubo ciertos momentos en que los conciertos de Silvio por los barrios eran muy populares. La prensa a menudo los publicitaba y los fanáticos iban en masa de un municipio a otro. Hoy la efervescencia ha bajado; los silviófilos siguen participando fieles, pero dejó de ser una moda. Esto a Silvio, que es un hombre de una coherencia total, no parece importarle en lo más mínimo. Los conciertos se siguen sucediendo, de manera regular, en cuanto hueco permita la carrera de este artista que ya ha cumplido 72 años y se mantiene con una vitalidad juvenil.


Alguna que otra vez los atrapa el cansancio o el aburrimiento; para un creador y su equipo hacer tantas veces lo mismo no es precisamente excitante. Pero hay sortilegios contra eso; los anima el entusiasmo de los artistas invitados, que llegan frescos y emocionados por la posibilidad de ser parte de la gira, los anima el barrio y sus habitantes, siempre distinta en su sencillez, siempre receptiva a la maravilla de tener gente tocando en su calle, donde las alegrías son contadas y escurridizas.


La gira de Silvio ha servido para poner —a veces literalmente— en el mapa las vidas y problemas de los habitantes de casi un centenar de barrios. Sucede a menudo que, tras un concierto de Silvio, las autoridades están más atentas a los problemas del sitio.


Una visita de Silvio no va a cambiar la raíz de los malestares de una comunidad, pero puede que sea el (único) empujón que va a recibir para aliviarlos en buen rato. Nada más por el hecho de que miles de cubanos empiezan a ser conscientes de que tienen un montón de compatriotas viviendo ahí, en las condiciones más difíciles que alguien pudiera imaginar.


Los conciertos dejan huella, en el barrio, en la gente. Se lo dicen las llamadas, los correos, los mensajes que le llegana Silvio y su equipo. En un momento pensaron que se quedaban sin barrios, pero siempre aparece otro lugar; aún les queda todo ese gran universo fuera de La Habana —apenas han realizado 13 conciertos en otras provincias. Incluso, cuando hayan recorrido todos los barrios, siempre pueden volver a empezar. Los problemas que motivaron la gira aún están ahí, lamentablemente intactos. Y hay que seguir, Silvio lo sabe, sembrando amor.