Entrevistó: Reynaldo Escobar, revista Cuba Internacional, No.4
de del 1979
Silvio Rodríguez es un compositor y cantante cubano de 32 años que se da el lujo de proclamar en los cuatro rincones que tiene el mundo: Soy feliz, soy un hombre feliz. En sus canciones nos ha exhortado a acudir corriendo a salvar el porvenir y nos invita a creerle cuando dice futuro. Ha confesado que preferiría cantar encapuchado y que la rabia es su vocación. Ha formulado preguntas inquietantes: ¿Quién tiene un hijo en sus entrañas?, y ha imaginado el fabuloso pueblo del Rey de las Flores donde cada inquilino es una flor y en cada piso está el amor.
Hace unos días, toqué en una puerta negra numerada con un 4 cabeza abajo. Silvio Rodríguez me invitó a pasar y estuvimos casi tres horas en una sala pintada de blanco en cuyas paredes había dos guitarras, una rota y pintorreteada y otra muda, sin cuerdas; un cuadro del joven pintor cubano Moreira y un inmenso retrato del Che. Una máquina de escribir sobre una butaca, un Quijote que esgrime una flor muy roja y sobre la mesa dos palomas, una ingenua de madera y otra pícara de cerámica. También hay una gaviota soñadora.
Silvio Rodríguez, ¿sería usted tan amable de contarme toda su vida?
Sí, cómo no. Yo nací el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de los Baños, rodeado de una familia campesina. Mi abuelo fue tabaquero y conoció a José Martí cuando tenía solamente 12 años. Ya no vive. Mi padre fue campesino, ya no lo es. Mi madre era peluquera y se pasaba el día cantando. Tuve un tío que tocaba el bajo, pero lo importante para mí, desde el punto de vista musical, fue mi madre, que me dormía con canciones de la trova, se bañaba con danzones, barría con boleros y cocinaba con sones.
Esa canción que canto, que se llama El Colibrí, la aprendí por tradición oral y creo que su origen se diluye en mis bisabuelos. Pero bueno, mi vida es corta todavía. He sido estudiante, alfabetizador, empleado gastronómico, dibujante, soldado, cantante y padre. Ahora soy soltero y he vuelto a los estudios.
¿Desde cuándo padece esa manía de hacer canciones?
Empecé a escribir poemas a eso de los 7 u 8 años. Más o menos a esa edad inicié los estudios del piano, pero los abandoné antes del año. A la edad de 15, mientras trabajaba en la revista Mella….
Perdón, ¿Qué hacía exactamente allí?
Dibujaba una historieta que se llamaba “El Hueco, una historieta muy profunda”, con textos de Norberto Fuentes. Pero bueno, a lo que iba, cuando trabajaba allí en la revista Mella, aprendí los primeros acordes en la guitarra con el compañero Lázaro Fundora. A los 16 años recomencé el piano, pero tuve que volver a dejarlo porque fui llamado al Servicio Militar. Entonces, me compré una guitarra, que es esa que ves allí colgada en la pared y que exhibe un hueco que también tiene “una historia muy profunda”. En el ejército conocí a Esteban Baños, con quien aprendí mucho de la guitarra. A partir de ese momento, no abandonaría más el instrumento. En todo ese tiempo nunca dejé de escribir poemas y hasta algunos relatos hice, pero demasiado malos. Entre los años 1964 y 1965 comencé a hacer las primeras canciones.
¿Las recuerdas, las has cantado en público?
Recuerdo casi todas mis canciones y todas las he cantado aunque sea una vez en público, lo que no quiere decir que las haya cantado en un teatro o en televisión. Digo que ha sido en público, aún cuando algunas de esas canciones sólo las canté ante mis amigos o mis compañeros. La primera que hice se llamó Saudade, un calipso muy triste sobre un amor que me tenía muy inseguro, muy indeciso; después vino La Cascada, que hablaba de una mujer con un pelo muy largo que se bañaba en un río; luego Atavismo, que empezaba diciendo algo así como esto: El indio tendido en el bosque miraba una estrella que le parpadeaba… Por esa época hice un dúo con Luis López, cantábamos mis canciones y nos presentamos en dos ocasiones a Festivales de Aficionados de las FAR. No nos premiaron pero nos felicitaban y nos daban ánimos.
¿Y sólo cantaba canciones compuestas por usted?
No, me gustaba mucho cantar calipsos y boleros.
¿Nunca ha enviado un libro de poemas a algún concurso literario?
Sí, una vez, en 1967, poco antes de desmovilizarme de las Fuerzas Armadas, envié al Concurso de las FAR (ahora Concurso 26 de Julio). El premio de poesía quedó desierto, pero obtuve la primera mención.
¿Se ha publicado?
No
¡Qué lástima!
¡Qué fortuna!
¿Cuándo empieza a abordar el tema social, político, en la canción?
Todo empezó con una canción que se llama ¿Por qué?, sobre la discriminación racial en Estados Unidos, luego vino La leyenda del águila, sobre el tema de la guerra de Viet Nam, y después las demás, que son más o menos conocidas.
¿A partir de qué momento se convierte en cantante profesional?
Me cae muy antipática esa definición burocrática de cantante profesional, pero bueno, empecé a serlo en cuanto me desmovilicé en 1967, que pasé a trabajar en el Instituto Cubano de Radiodifusión. Recuerdo que entonces no se comprendía muy bien esto de la participación de determinados temas en la canción. Un productor se me acercó un día a darme este consejo: Muchacho –me dijo- con el ángel que tú tienes, serías una estrella en un par de meses si no cantaras canciones tan raras. No recuerdo lo que le respondí, pero sí sé que ni siquiera en ese momento me interesaba ser estrella. Dos años después, para ser exacto, en abril de 1969, pasé a trabajar al Instituto Cubano de Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC). Junto a Leo Brouwer fundamos lo que sería el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Esa es la época precisamente en que cobra un auge inusitado en casi todo el mundo un movimiento que le agregó diversos apellidos a la canción: Protesta, Social, Política, Contestataria, Comprometida, Testimonio. El uruguayo Daniel Viglietti la llama Canción de Propuesta y, en Cuba, todo el mundo la conoce como Nueva Trova.
¿Cómo prefiere llamarla usted?
A mí me gusta más decirle Canción. Simplemente Canción. La canción nació del pueblo y ya fuera su tema amoroso, político o cualquier otro, respondía a los auténticos sentimientos populares; pero luego, la canción, junto a casi todas las manifestaciones del arte, sufrió en el pasado el proceso de mercantilización alimentado por el incremento de los medios masivos de comunicación. El movimiento de la nueva canción, independientemente de sus múltiples nombres, fue un intento de que la canción volviera a ser lo que era en sus orígenes, que volviera al pueblo, y aunque los empresarios de las más importantes casas de discos desataron una gran campaña para asimilarla y tuvimos que ver ediciones de lujo de Canciones Protestas, insertadas en esa mercantilización, no se puede negar que el hecho cierto es que esta manifestación escapa a los patrones establecidos por los mercaderes de los medios masivos. Cuando en el proceso de creación intervienen elementos ajenos a la intención artística –donde se incluye la ideología que la sustenta-, cuando se compone para gustar, para caer bien, para que pegue, para estar “en la onda”, entonces estamos en presencia de una manipulación mercantilista de la canción, del arte y del artista. Aquella vez que me dieron consejos para que llegara a ser estrella, se me pedía que no hiciera canciones tan raras, es decir, que escogiera el camino de lo fácil. Y lo fácil es tentador. Se es cómodo para componer como se puede ser cómodo para escuchar lo que se compone. Si renuncié a lo que me proponían no fue por altruismo, sinceramente, lo hice porque me aburre mucho lo fácil, y para mi no hay cosa peor que el aburrimiento. Si he caído en facilismos ha sido inconscientemente, pero constantemente me propongo huir de ellos. Creo que más que algunas actitudes individuales o algunos movimientos aislados, lo que va a darle el golpe de gracia a lo que queda entre nosotros de aquellos viejos hábitos, es precisamente el interés que tiene la Revolución por crear en todas partes Escuelas de Arte, para lograr que se gradúen artistas con una sólida formación.
Silvio, he oído decir a gente que sabe de música que usted le debe mucho a Bob Dylan ¿Qué hay de cierto en eso?
Si quien lo dice sabe mucho de música, debe ser cierto, pero la verdad es que yo no sé exactamente cuánto es lo que le debo a Bob Dylan. Supongo que usted me dice eso como un truco periodístico para introducir la consabida pregunta de las influencias. Si es así le voy a decir que hubo un momento en que me sentí influido por la música Folk. Oía mucho a Leadbeally, cantor negro norteamericano y a Woody Wuthrie; después fue que vino Dylan, que es quien recogió lo mejor de lo anterior, o lo ofrecía al menos de una forma muy atractiva para los jóvenes. Pero también debo incluir a los Beatles, mencionar la importancia que tuvieron para mí, por el rompimiento que hicieron de las estructuras tradicionales de la canción y la experimentación realizada por ellos para derrumbar las míticas barreras entre la música popular y la llamada música culta.
¿Y no tiene influencias de Cuba?
De Cuba no tengo ninguna influencia. Lo que tengo de Cuba son las raíces. Además de lo que relaté de mi madre, recuerdo que en mi pueblo todos los sábados daban fiestas bailables a las que yo asistía. Me gustaba bailar con Benny Moré, con Roberto Faz, con la Orquesta Aragón y me quedaba bobo oyendo a los viejos trovadores. Aparte de eso soy cubano, no sólo porque haya nacido en esta isla, sino porque lo soy.
Silvio Rodríguez me pidió que los datos que a continuación ofreceré no constituyeran la parte fundamental de la entrevista y que si no cabían que no los pusiera. Como caben, aquí van: Con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC ha grabado cinco discos de Larga Duración. Él, como solista, grabó en España Al final de este viaje, y en Cuba Mujeres y Días y Flores, todos de Larga Duración. Cuando esta entrevista se publique ya estará terminado un álbum con dos L.D. que se titula Rabo de Nube. Otra cantidad indeterminada de discos incluyen canciones suyas, interpretadas por él o por otros cantantes. Ha participado en 6 Festivales Internacionales (ninguno competitivo). Ha visitado 4 veces a España, México y Venezuela. Ha hecho 2 viajes a la URSS y 2 a Angola y una a cada uno de los siguientes países: República Democrática Alemana, República Dominicana, Chile, Estados Unidos, Francia e Italia. En 1969 realizó un viaje a bordo del motopesquero Playa Girón, que tocó aguas de varias partes del mundo.
Olvidé hacerle a Silvio Rodríguez la pregunta de los planes futuros y la de los gustos personales. No le pedí opinión sobre ningún asunto de carácter universal y apenas he mencionado aquí la labor desplegada por él en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y en el Movimiento de la Nueva Trova. Tampoco he intentado describirlo, porque para eso se publicará su foto y hasta una caricatura.
Silvio Rodríguez es solamente un compositor y cantante, pero con la peculiaridad de que se siente obligado a cumplir en la vida lo que proclama en sus canciones.
Ese grupo indefinido de personas que se engloba en la expresión “público” espera sus composiciones y copia las letras de sus estrenos. Como casi todo el mundo, tiene amigos y detractores, pero en algo se ponen estos de acuerdo, y es en que sus canciones dicen cosas que hace falta decir. Por eso es tan válida para él la frase de una de sus más conocidas melodías: la gente que me odia y que me quiere, no me va a perdonar que me distraiga.
Hace unos días, toqué en una puerta negra numerada con un 4 cabeza abajo. Silvio Rodríguez me invitó a pasar y estuvimos casi tres horas en una sala pintada de blanco en cuyas paredes había dos guitarras, una rota y pintorreteada y otra muda, sin cuerdas; un cuadro del joven pintor cubano Moreira y un inmenso retrato del Che. Una máquina de escribir sobre una butaca, un Quijote que esgrime una flor muy roja y sobre la mesa dos palomas, una ingenua de madera y otra pícara de cerámica. También hay una gaviota soñadora.
Silvio Rodríguez, ¿sería usted tan amable de contarme toda su vida?
Sí, cómo no. Yo nací el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de los Baños, rodeado de una familia campesina. Mi abuelo fue tabaquero y conoció a José Martí cuando tenía solamente 12 años. Ya no vive. Mi padre fue campesino, ya no lo es. Mi madre era peluquera y se pasaba el día cantando. Tuve un tío que tocaba el bajo, pero lo importante para mí, desde el punto de vista musical, fue mi madre, que me dormía con canciones de la trova, se bañaba con danzones, barría con boleros y cocinaba con sones.
Esa canción que canto, que se llama El Colibrí, la aprendí por tradición oral y creo que su origen se diluye en mis bisabuelos. Pero bueno, mi vida es corta todavía. He sido estudiante, alfabetizador, empleado gastronómico, dibujante, soldado, cantante y padre. Ahora soy soltero y he vuelto a los estudios.
¿Desde cuándo padece esa manía de hacer canciones?
Empecé a escribir poemas a eso de los 7 u 8 años. Más o menos a esa edad inicié los estudios del piano, pero los abandoné antes del año. A la edad de 15, mientras trabajaba en la revista Mella….
Perdón, ¿Qué hacía exactamente allí?
Dibujaba una historieta que se llamaba “El Hueco, una historieta muy profunda”, con textos de Norberto Fuentes. Pero bueno, a lo que iba, cuando trabajaba allí en la revista Mella, aprendí los primeros acordes en la guitarra con el compañero Lázaro Fundora. A los 16 años recomencé el piano, pero tuve que volver a dejarlo porque fui llamado al Servicio Militar. Entonces, me compré una guitarra, que es esa que ves allí colgada en la pared y que exhibe un hueco que también tiene “una historia muy profunda”. En el ejército conocí a Esteban Baños, con quien aprendí mucho de la guitarra. A partir de ese momento, no abandonaría más el instrumento. En todo ese tiempo nunca dejé de escribir poemas y hasta algunos relatos hice, pero demasiado malos. Entre los años 1964 y 1965 comencé a hacer las primeras canciones.
¿Las recuerdas, las has cantado en público?
Recuerdo casi todas mis canciones y todas las he cantado aunque sea una vez en público, lo que no quiere decir que las haya cantado en un teatro o en televisión. Digo que ha sido en público, aún cuando algunas de esas canciones sólo las canté ante mis amigos o mis compañeros. La primera que hice se llamó Saudade, un calipso muy triste sobre un amor que me tenía muy inseguro, muy indeciso; después vino La Cascada, que hablaba de una mujer con un pelo muy largo que se bañaba en un río; luego Atavismo, que empezaba diciendo algo así como esto: El indio tendido en el bosque miraba una estrella que le parpadeaba… Por esa época hice un dúo con Luis López, cantábamos mis canciones y nos presentamos en dos ocasiones a Festivales de Aficionados de las FAR. No nos premiaron pero nos felicitaban y nos daban ánimos.
¿Y sólo cantaba canciones compuestas por usted?
No, me gustaba mucho cantar calipsos y boleros.
¿Nunca ha enviado un libro de poemas a algún concurso literario?
Sí, una vez, en 1967, poco antes de desmovilizarme de las Fuerzas Armadas, envié al Concurso de las FAR (ahora Concurso 26 de Julio). El premio de poesía quedó desierto, pero obtuve la primera mención.
¿Se ha publicado?
No
¡Qué lástima!
¡Qué fortuna!
¿Cuándo empieza a abordar el tema social, político, en la canción?
Todo empezó con una canción que se llama ¿Por qué?, sobre la discriminación racial en Estados Unidos, luego vino La leyenda del águila, sobre el tema de la guerra de Viet Nam, y después las demás, que son más o menos conocidas.
¿A partir de qué momento se convierte en cantante profesional?
Me cae muy antipática esa definición burocrática de cantante profesional, pero bueno, empecé a serlo en cuanto me desmovilicé en 1967, que pasé a trabajar en el Instituto Cubano de Radiodifusión. Recuerdo que entonces no se comprendía muy bien esto de la participación de determinados temas en la canción. Un productor se me acercó un día a darme este consejo: Muchacho –me dijo- con el ángel que tú tienes, serías una estrella en un par de meses si no cantaras canciones tan raras. No recuerdo lo que le respondí, pero sí sé que ni siquiera en ese momento me interesaba ser estrella. Dos años después, para ser exacto, en abril de 1969, pasé a trabajar al Instituto Cubano de Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC). Junto a Leo Brouwer fundamos lo que sería el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Esa es la época precisamente en que cobra un auge inusitado en casi todo el mundo un movimiento que le agregó diversos apellidos a la canción: Protesta, Social, Política, Contestataria, Comprometida, Testimonio. El uruguayo Daniel Viglietti la llama Canción de Propuesta y, en Cuba, todo el mundo la conoce como Nueva Trova.
¿Cómo prefiere llamarla usted?
A mí me gusta más decirle Canción. Simplemente Canción. La canción nació del pueblo y ya fuera su tema amoroso, político o cualquier otro, respondía a los auténticos sentimientos populares; pero luego, la canción, junto a casi todas las manifestaciones del arte, sufrió en el pasado el proceso de mercantilización alimentado por el incremento de los medios masivos de comunicación. El movimiento de la nueva canción, independientemente de sus múltiples nombres, fue un intento de que la canción volviera a ser lo que era en sus orígenes, que volviera al pueblo, y aunque los empresarios de las más importantes casas de discos desataron una gran campaña para asimilarla y tuvimos que ver ediciones de lujo de Canciones Protestas, insertadas en esa mercantilización, no se puede negar que el hecho cierto es que esta manifestación escapa a los patrones establecidos por los mercaderes de los medios masivos. Cuando en el proceso de creación intervienen elementos ajenos a la intención artística –donde se incluye la ideología que la sustenta-, cuando se compone para gustar, para caer bien, para que pegue, para estar “en la onda”, entonces estamos en presencia de una manipulación mercantilista de la canción, del arte y del artista. Aquella vez que me dieron consejos para que llegara a ser estrella, se me pedía que no hiciera canciones tan raras, es decir, que escogiera el camino de lo fácil. Y lo fácil es tentador. Se es cómodo para componer como se puede ser cómodo para escuchar lo que se compone. Si renuncié a lo que me proponían no fue por altruismo, sinceramente, lo hice porque me aburre mucho lo fácil, y para mi no hay cosa peor que el aburrimiento. Si he caído en facilismos ha sido inconscientemente, pero constantemente me propongo huir de ellos. Creo que más que algunas actitudes individuales o algunos movimientos aislados, lo que va a darle el golpe de gracia a lo que queda entre nosotros de aquellos viejos hábitos, es precisamente el interés que tiene la Revolución por crear en todas partes Escuelas de Arte, para lograr que se gradúen artistas con una sólida formación.
Silvio, he oído decir a gente que sabe de música que usted le debe mucho a Bob Dylan ¿Qué hay de cierto en eso?
Si quien lo dice sabe mucho de música, debe ser cierto, pero la verdad es que yo no sé exactamente cuánto es lo que le debo a Bob Dylan. Supongo que usted me dice eso como un truco periodístico para introducir la consabida pregunta de las influencias. Si es así le voy a decir que hubo un momento en que me sentí influido por la música Folk. Oía mucho a Leadbeally, cantor negro norteamericano y a Woody Wuthrie; después fue que vino Dylan, que es quien recogió lo mejor de lo anterior, o lo ofrecía al menos de una forma muy atractiva para los jóvenes. Pero también debo incluir a los Beatles, mencionar la importancia que tuvieron para mí, por el rompimiento que hicieron de las estructuras tradicionales de la canción y la experimentación realizada por ellos para derrumbar las míticas barreras entre la música popular y la llamada música culta.
¿Y no tiene influencias de Cuba?
De Cuba no tengo ninguna influencia. Lo que tengo de Cuba son las raíces. Además de lo que relaté de mi madre, recuerdo que en mi pueblo todos los sábados daban fiestas bailables a las que yo asistía. Me gustaba bailar con Benny Moré, con Roberto Faz, con la Orquesta Aragón y me quedaba bobo oyendo a los viejos trovadores. Aparte de eso soy cubano, no sólo porque haya nacido en esta isla, sino porque lo soy.
Silvio Rodríguez me pidió que los datos que a continuación ofreceré no constituyeran la parte fundamental de la entrevista y que si no cabían que no los pusiera. Como caben, aquí van: Con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC ha grabado cinco discos de Larga Duración. Él, como solista, grabó en España Al final de este viaje, y en Cuba Mujeres y Días y Flores, todos de Larga Duración. Cuando esta entrevista se publique ya estará terminado un álbum con dos L.D. que se titula Rabo de Nube. Otra cantidad indeterminada de discos incluyen canciones suyas, interpretadas por él o por otros cantantes. Ha participado en 6 Festivales Internacionales (ninguno competitivo). Ha visitado 4 veces a España, México y Venezuela. Ha hecho 2 viajes a la URSS y 2 a Angola y una a cada uno de los siguientes países: República Democrática Alemana, República Dominicana, Chile, Estados Unidos, Francia e Italia. En 1969 realizó un viaje a bordo del motopesquero Playa Girón, que tocó aguas de varias partes del mundo.
Olvidé hacerle a Silvio Rodríguez la pregunta de los planes futuros y la de los gustos personales. No le pedí opinión sobre ningún asunto de carácter universal y apenas he mencionado aquí la labor desplegada por él en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y en el Movimiento de la Nueva Trova. Tampoco he intentado describirlo, porque para eso se publicará su foto y hasta una caricatura.
Silvio Rodríguez es solamente un compositor y cantante, pero con la peculiaridad de que se siente obligado a cumplir en la vida lo que proclama en sus canciones.
Ese grupo indefinido de personas que se engloba en la expresión “público” espera sus composiciones y copia las letras de sus estrenos. Como casi todo el mundo, tiene amigos y detractores, pero en algo se ponen estos de acuerdo, y es en que sus canciones dicen cosas que hace falta decir. Por eso es tan válida para él la frase de una de sus más conocidas melodías: la gente que me odia y que me quiere, no me va a perdonar que me distraiga.