A mí no me gusta cantar... me gusta hacer canciones



Entrevistó: Margarita Serrano, para el diario La Tercera, Chile
22 de Septiembre del 1996

¿Cómo hace las canciones?

A veces no sé cómo las hago: nada más me surgen como si me las estuvieran soplando. A veces es más lento. Estoy tomando nota mentalmente de un asunto, y al cabo de un tiempo se materializa una canción. O me pongo a escribir sobre esos pareceres, instantes y surge un tema en la guitarra.

¿Primero se aparece la música y luego las letras?

Sí, casi siempre es la guitarra la que canta. A veces escribo la música, pero generalmente tengo una grabadora a mano.

¿Le ha ocurrido que ha creado algo precioso y se le va antes de grabarlo?

Muchas veces. Las he dejado escapar. Porque han sido tan lindas que me ha parecido un pecado tenerlas. No se pueden poseer.

De las que ha hecho, ¿cuál es su canción favorita?

Es la que me creo que voy a hacer.


Amor Y Revolución

Tiene los dedos largos y unas manos más desarrolladas que el resto del cuerpo. Fuma moderadamente cigarrillos Marlboro. Resiste muy mal los treinta y tanto grados de calor húmedo de este mes de Septiembre en La Habana. Por eso no puede dejar de poner, exageradamente, el aire.

“¿Sabe lo que significa ser guajiro? Los hombres del campo. Eso es lo que soy”. Nació en noviembre de 1946, en el pueblo de San Antonio, cerca de La Habana. Era el mayor. Su padre -obrero agrícola, ateo y pobre- le leía poemas de Rubén Darío y de José Martí. «Tenía muy poca instrucción, pero escribía muy bien». Su madre era «despalilladora, como todas las mujeres de mi familia materna, que consiste en ponerse sobre la pierna la hoja del tabaco y sacarle el palito para dejarla tersa y hacer la capa con que se cubre el tabaco. En aquella época, el trabajo de torcedores en la industria del tabaco era de hombres. Ahora, ya hay mujeres torcedoras...»

¿Y a usted eso le parece bien o insinúa alguna crítica al respecto?

A mí me parece muy bien... Están muy acostumbradas a retorcerlo tanto a uno, que me da lo mismo que retuerzan el tabaco... Suelta la primera carcajada y se le dulcifica increíblemente la expresión. Entonces se larga a contar las historias de los poemas que le leía su padre y los aprendizajes pequeños, pero llenos de detalles sensuales, que lo hicieron reflexionar y crecer. Su visión sobre las cosas es aterradoramente sensible. Recuerda hasta el olor a plátano maduro frito mojado en huevo que le daba su madre en la cuna. «Nunca tuve bicicleta». Iba a escuelas públicas que no fueran católicas. Hasta que, en 1959, cuando triunfa la revolución, la familia se instala en La Habana.

¿Se respiraba una euforia revolucionaria en su casa?

No, mi padre era simpatizante de los comunistas. Pero como era casa de gente pobre, los pobres hablan de la falta de oportunidades, de la injusticia y cosas así. Y luego durante todo el período de la lucha insurreccional, todo el pueblo se juntaba y nos reuníamos en el fondo de la casa para escuchar bajito la radio rebelde que se transmitía de la Sierra Maestra. Ahí escuchamos la voz del Che, de Camilo, de Fidel, por primera vez.

¿Qué pensaba entonces que sería su futuro? ¿Qué quería hacer?

Yo salí de la niñez justo en el momento en que ocurre en Cuba el cambio revolucionario. Mi adolescencia transcurre en medio de los primeros sucesos: la campaña de alfabetización a la que me sumé, de las primeras agresiones que hubo contra Cuba, de las zafras cañeras en las que participaba todo el pueblo, en la creación de las milicias donde todos hicimos instrucción militar para defender el país... Por mi juventud, por mi extracción, social, y por mis nociones de la educación de mi familia, era muy natural que me apasionara por la revolución.


¿Fue militante del Partido Comunista?

Nunca. Ni entonces, ni ahora. Soy demasiado personal en mis ideas como para defender cosas en las que no creo. Y no creo en todo lo que el partido defiende.


¿Pero de alguna manera usted es un símbolo de este régimen. ¿Se siente parte del oficialismo establecido?

Si ser oficialista es creer en la revolución y defenderla, parece que no me va a quedar más remedio que serlo. Pero eso no significa que yo acepte convivir con la intolerancia, con la burocracia, con la rigidez... Yo no tengo un cartel que diga lo que soy, pero como a todos nos lo ponen, me habrán puesto el de oficial.

A estas alturas de la evolución política mundial, ¿le parece que hay que cambiar cosas en esta revolución?

Por supuesto que hay que cambiar muchas cosas. Nosotros hemos sido grandes cuestionadores de lo que se hace en Cuba. Y la oficialidad lo sabe. Ellos saben hasta qué punto yo soy de crítico.

Usted es diputado de la Asamblea Nacional, cuando se encuentra con Fidel, ¿hay algún trato particular hacia usted?

No, ninguno. Me saluda como uno más de muchos. Pero yo me siento orgulloso de Fidel y la revolución.

¿Le gusta cómo está Cuba hoy?

No. No me gusta. Y tampoco me gusta cómo está el mundo.

Celos de Pablo


No usa reloj. Escribió los primeros poemas cuando era niño. «Lo primero que escribí fue una carta de amor a una vecinita. Pero la agarró la abuela y fue leída en voz alta en mi casa esa noche. Creo que la única que no llegó a leerla fue la vecinita...». En su casa se oía música porque «había radio y había madre que cantaba». Pero él ya tenía 14 años cuando le prestaron por primera vez una guitarra. Y ahí empezó. Poco a poco, en su idioma caribeño y suave, va reconociendo que toda su participación en la cosa militar o política tenía que ver sobre todo con su sentido de responsabilidad. Pero que su impulso natural era solamente hacer canciones de amor. Todo se le juntó: el amor y la revolución, la inspiración de las mujeres, y el deber juvenil patriótico... Así lo cuentan también sus canciones.

¿Es cierto que le dan miedo las luces y las cámaras?

Terror. Todavía me dan terror. A mí no me gusta cantar, me gusta hacer canciones. Me he visto obligado a cantarlas, pero yo no tengo voz.

¿Por qué las canta usted?

Yo quería hacer canciones para que otros las cantaran. Pero como me piden que las cante yo, al cantarlas se inauguró una relación que yo no esperaba: la relación con un público que reacciona y se crea un diálogo al que yo respondo. Ahí se disloca esta relación con la gente, que marca un estilo. Eso lo describo en una canción vieja que se llama Debo partirme en dos. «Yo también canté en tonos menores, yo también padecí de esos dolores, yo también parecía cantar como un santo, pero me fui enredando en más asuntos y aparecieron cosas de este mundo...»

Se le compara mucho con Pablo Milanés -¿Quién es él para usted?

Un gran amigo. Y el músico que yo habría querido ser. Es extraordinario y tiene una voz superdotada.

¿Le ha tenido celos alguna vez?

Todo el tiempo... ¿Cómo no voy a tener celos de algo tan bueno? Ambos somos de la misma generación, nos ha unido la amistad y la admiración. Hemos cantado juntos, hemos trabajado muchos años juntos haciendo música para la televisión y el cine.

En febrero de 1990 usted realizó un concierto masivo en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. ¿Qué le pasó con el público chileno?

Es el concierto más masivo y de más participación que he tenido fuera de Cuba. La gente sintió la sensación de libertad. Se produjo una magia muy especial que unía todas las ideas. Me consta que a ese concierto fueron personas de la más extrema derecha a la más extrema izquierda. Todos cantaron las mismas canciones y por un instante todos nos sentimos partes de una misma cosa. Hubo una especie de comunión.

A veces

Pasó por el matrimonio. A los 21 años se casó y duró cinco meses de matrimonio. Se divorció. -¿Por qué?

En realidad, lo que no sé es porque me casé. Cuando firmamos el papelito, empezamos a sentirnos más atados. Lo que hacíamos por placer, comenzó a hacerse por deber. Y así no sirven las relaciones.


Nunca más se volvió a casar. Sin embargo, tuvo cinco hijos de sus convivencias posteriores. «Parece que mis amores nunca me han puesto en la disyuntiva de firmar un papel... Parece que han sido suficientemente amores, como para que esas rigideces intervengan».

¿Los hijos son de distintas mujeres?

A veces.

El tema no prospera. Sus respuestas son cortantes y poco descriptivas. Pero después confiesa que uno de sus grandes amores fue una mujer chilena.
Ahora vive solo, en una casa de dos pisos, cerca de su estudio. Las paredes están cubiertas de óleos y dibujos modernos llenos de significado para él. Todos tienen una historia, todos guardan secretos. Hay fotos y libros dedicados en todas las mesas. Y hay equipos de música con grandes parlantes ahí y en su escritorio del segundo piso. «Está mala la impresora. ¿Le importa leer desde la pantalla del computador un texto que tengo escrito? No sé qué quiero hacer con él, pero puede ser el comienzo de una novela...»

Su prosa es impecable. Como la letra de sus canciones, sintetiza poéticamente sentimientos recónditos, de esos que todo el mundo ha sentido, pero nadie sabe cómo expresarlos. Él dice que ya no quiere cantar en aquellos grandes escenarios. «Ya me bajé de esa escalera y no quiero volver a subirme». Es cierto que la literatura puede ser un camino de su futuro próximo.

¿Qué le gustaría hacer de ahora en adelante?

Quiero terminar lo empezado ¿Le parece poco?

¿Cómo qué?

La vida. ¡Horror!

¿Qué le ha significado tener contacto con el éxito?

No he tenido contacto con el éxito.

Sí lo tiene. ¿O le parece poco los miles de discos que se venden en el mundo y la imagen creciente que inspira en tantos?

Todo eso es la vanidad del éxito. Para mí el éxito es otra cosa. Es mucho más fugaz. Es unir a las personas en torno a un mismo sentimiento. Eso es un éxito para mí. Y eso dura un instante.