Silvio Rodríguez, una cata de trova sinfónica en el Fòrum


16 de Mayo del 2019

Por: Jordi Bianciotto
Fuente: El Periódico
Fotos: Ferran Sendra


Para conmemorar su 60º aniversario, la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba ha integrado en su imaginario un legado clave de la música popular del país antillano, el del trovador, encarnado en el alto exponente de Silvio Rodríguez. Su voz imprimió así un sello de pensamiento social, filosofía y sensualidad, este martes en el Auditori del Fòrum, al amplio repertorio orquestal, aunque sus seguidores se quedaron con ganas de más y así lo hicieron notar pidiendo en vano un último bis.

Sobre el papel, era la noche de la orquesta, integrada por ochenta músicos, que se abrió paso, con la dirección de Enrique Pérez Mesa, a través de composiciones cubanas del siglo XX, con centralidad para el ‘Concierto de otoño para flauta y cuerdas’, de Joaquín Clerch. Honores para Niurka González, laureada flautista (y esposa de Silvio Rodríguez), que puso luz a pasajes instrumentales de extrema sutileza.

Relieves refinados



La segunda parte comenzó citando ‘El sombrero de tres picos’, de Manuel de Falla, y cambió de rumbo con la entrada de Silvio Rodríguez. Vaqueros, manos en los bolsillos, gorra y la voz bien templada desde las míticas primeras palabras de ‘Pequeña serenata diurna’: “Vivo en un país libre…”Ovación instantánea y silencio ávido del encuentro de su cancionero con una frondosidad sinfónica matizada con acierto: ‘La era está pariendo un corazón’ y ‘Ángel para un final’, entre muestras emotivas de la afición (“¡te queremos, Silvio!”, “¡Y yo a ustedes!”), camino de la melancolía de ‘Jugábamos a Dios’.

El cantautor, cantando entrecerrando los ojos, con una mano sobre la oreja derecha como escuchando su voz interior, y adoptando su tono más severo en la quinta y supuestamente última canción, ‘El necio’, con su reafirmación en los ideales. Aunque ahí terminó el guion, hubo ocasión para una sexta pieza, “saliéndonos un poquito del programa”, que resultó ser ‘Te amaré’, apoyada esta en el piano exquisito de Jorge Aragón (arreglista de las adaptaciones orquestales) y con vistas al amor después de la muerte.

La orquesta retomó todo el poder en una despedida vibrante a través del guaguancó de Guido López-Gavilán y el danzón de Alejandro García Gaturla, con los músicos utilizando las cajas de sus instrumentos como percusión, evocando una memoria africana, y Pérez Mesa dirigiendo las palmas del público. Admiradores de Silvio Rodríguez en buena parte, que reclamaron un buen rato una última canción que no llegó.