Silvio Rodríguez renueva mitos y nos habla de la condición humana


Por: María Lourdes Cortés, para La Nación, Costa Rica.
7 de Abril del 2013


Con una trayectoria de más de 600 canciones, muchas de ellas inéditas, que cubre una carrera de 50 años, Silvio Rodríguez se niega a limitar la temática de sus composiciones. Si se analizan sus temas, imágenes, personajes y lugares, su obra total discurre en un fluir constante por las mismas preocupaciones que trascienden el espacio restringido de una sola materia y abarcan un imaginario donde se mezcla la vida, la tradición musical y la cultura.

Tres temas primordiales atraviesan su creación, tanto de manera explícita como implícita: el amor, la patria –o el tema sociohistórico– y la postura autorreflexiva como trovador.

Hoy mi deber (1979), tema en el que la pasión amorosa se integra con el compromiso político, o Pequeña serenata diurna (1974), en el que plantea la triada país/mujer/canto, son ejemplos de esta imbricación orgánica y de la dificultad de restringir temáticamente su obra.

Sin embargo, al lado de la conciencia ética y de su posición ideológica, Rodríguez se vale de intertextos culturales para desarrollar un mundo maravilloso poblado de seres mágicos provenientes de diversos contextos míticos, simbólicos y literarios.

La enciclopedia cultural de la que se nutre es infinita. Va de lo mitológico a lo histórico, pasando por los cuentos de hadas, la literatura, la pintura, el cine, las más diversas tradiciones musicales e incluso una metaforización del mundo contemporáneo que escapa del discurso directo que, de forma reduccionista, se ha identificado con la trova cubana o latinoamericana.

Más allá del unicornio

Una de sus canciones más populares es Unicornio (1981), que en ocasiones fue interpretada ingenua o maliciosamente como el robo de unos pantalones jeans. Más allá de la quimera perdida, en el mundo de Rodríguez abundan otros caballos míticos, como pegasos y centauros, gigantes, brujas, princesas, bosques encantados, aventureros y una corte celestial de ángeles.

La primera mentira (1969) da inicio a un ciclo que lo aleja de la canción política tradicional. En ella relata cómo, al internarse en un bosque, creyó descubrir maravillas –una piedra que cantaba, una fuente de aguas de oro–, pero era un espejismo. La búsqueda –otro tópico primordial del cantautor–, que corresponde al príncipe de los cuentos y al aventurero de los primeros cantos épicos, es un compendio de mitología occidental:

Quería una princesa convertida en un dragón, / quería el hacha de un brujo para echarla en mi zurrón, / quería un vellocino de oro para un reino, / quería que Virgilio me llevara al infierno, / quería ir hasta el cielo en un frijol sembrado, / y ya.

Sin embargo, en sus canciones, a diferencia de los cuentos de hadas, las ficciones no conducen a la felicidad y al engaño, sino a la aceptación de la condición humana.

El trovador descubre que el primer fabulador profirió “la primera mentira”; se percata de que el lenguaje está hecho de símbolos y de que las ficciones contribuyen a darle sentido a la vida.

Rodríguez se sitúa en lo que podríamos llamar la “paradoja de Cervantes”: sin los sueños, la existencia es imposible (don Quijote); a la vez, es indispensable encarar el futuro desde el pragmatismo (Sancho Panza). El mundo no es solo el lugar estático de la ilusión, sino el espacio cambiante de las contradicciones.

Unicornio también plantea otra característica esencial de lo humano: la pérdida, la escisión original de nuestra condición, la insatisfacción permanente, el faltante que nos lleva a desear lo imposible y que, conforme nos incompleta, nos revela el destino posible, el motor de la vida. La mitad de lo que somos es lo que nunca hemos sido, pero que buscamos con ansias.

En la grandeza, nos recuerda Rodríguez, reside nuestra pequeñez, la imposibilidad de trascender los límites humanos. El gigante (de Segunda cita, 2010) ya no es la figura fantástica, aterradora y poderosa, sino un niño indefenso que pierde su reino:

Un gigante / cuando era infante, / lanzaba pedos / que daban miedo. / Y aquel bellaco / a un gran saco / fue traspuesto / por molesto.

De fábulas y caminos

El mar ofrece otros mitos a Silvio Rodríguez. No solo nació circundado por el Caribe, sino que, en 1969, siendo muy joven, se embarcó en el pesquero Playa Girón en busca de sus propias aventuras. Muchos de sus textos, dedicados a esta temática, están reunidos en Canciones del mar (1996).

En Quién fuera (1990), los grandes relatos de aventuras, encarnados por Simbad (de Las mil y una noches), el capitán Nemo (de una novela de Julio Verne) y Jacques Cousteau (el explorador submarino francés) lo colocan “en el umbral de tu misterio”, “al pie del mar de los delirios”.

La búsqueda, la aventura existencial y el viaje interior –dentro de sí mismo–, como Camino a Camagüey (1983), Canto arena (1975) y Vamos a andar (1978), también son temas recurrentes en su obra y apuntan a recuperar la presencia de lo mítico en el mundo contemporáneo.

La Fábula de los tres hermanos (1977) reelabora la tradición oral. En estas historias, emparentadas con los cuentos de caminos de la literatura indoeuropea, una serie de pruebas le permite al héroe alcanzar su objetivo. En el texto de Rodríguez se oponen de nuevo el pragmatismo, representado por el hermano mayor –que mira el camino que pisa–, y el idealismo del hermano del medio –pendiente del horizonte–.

No obstante, aunque el menor es el que llega más lejos, ninguno de los tres vence el desafío, y la canción rehúye el final feliz. En Rodríguez no hay fábulas morales, sino una lúcida invocación a meditar sobre el sentido de los actos humanos.

“Óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú”, dice al final de Fábula de los tres hermanos.

Ángeles y brujas

Los seres alados tienen un lugar crucial en Cita con ángeles (2003). En este texto, Silvio Rodríguez realiza un recorrido por algunas de las muertes y los asesinatos más absurdos de la historia: Giordano Bruno, José Martí, Federico García Lorca, Martin Luther King, Salvador Allende y John Lennon. También hace referencia al lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, en 1945, y al ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de setiembre del 2001.

¿Dónde estaban los ángeles guardianes? ¿Qué los distrajo? Rodríguez dirige su interpelación hacia la responsabilidad colectiva. Si bien el pensamiento mágico-religioso es fundamental en la historia de la cultura, las decisiones son humanas:

Pobres los ángeles urgentes / que nunca llegan a salvarnos. / ¿Será que son incompetentes / o que no hay forma de ayudarnos? / Para evitarles más dolores / y cuentas del sicoanalista, / seamos un tilín mejores / y mucho menos egoístas.

Dentro del imaginario maravilloso de Rodríguez, los seres malignos, que le hacen difícil el trabajo a los ángeles, provienen del ciclo medieval del rey Arturo. En Camelot (2003), las brujas, dragones, calderos y personajes diminutos se convierten en fábulas de la guerra y sus promotores. Sin embargo, no se trata de la referencia directa de la canción política, sino de una farsa caricaturesca, fantástica y burlona:

Dos contrahechos del norte / y un enano de alcahuete, / sádicos abominables, / reclutan tribus y cortes, / para gestión de grilletes / y corazones de sable.

Ángeles y brujas se encuentran en permanente tensión, en un carnaval de imágenes, en una metáfora de la lucha entre el bien y el mal.

Rodríguez nos invoca y nos convoca desde hace 50 años con su voz y sus símbolos. Al iluminar con imágenes mitológicas temas complejos de la cultura, la filosofía y la política, también ilumina nuestra comprensión de la condición humana. Escuchar e interpretar su obra –aun aquella que parece más sencilla por su alusión al imaginario universal– es un desafío permanente a comprenderlo, a apropiárselo como poeta y cantautor del tiempo que nos ha tocado vivir.