Silvio y las estaciones del amor


Por: Pedro de la Hoz, para el periódico Granma
23 de Diciembre del 2015


Encuentros y desencuentros, búsquedas e imposibles, luces y sombras. Canciones como la vida misma. Silvio, el poeta, se revela nue­vamente en Amoríos (Ojalá Producciones, 2015) como esa criatura capaz de reflejar, desde sus vivencias personales, lo que muchos otros sienten y piensan.

Los 14 temas del más reciente álbum del trovador, puesto a circular por estos días, llegaron en su voz durante una íntima velada que tuvo lugar el pasado lunes en el pequeño teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. La misma sala que el primer día de julio de 1967 fue testigo del recital Teresita y nosotros, con el que los jóvenes poetas de El Caimán Barbudo, Wichy Nogueras, Iván Gerardo Campanioni, Félix Contreras, Guillermo Rodríguez Rivera, Félix Guerra y Víctor Casaus honraban a la trovadora Teresita Fernández y donde Silvio interpretó, entre otras composiciones suyas, La canción de la trova, declaración de su arte poética.

Amoríos tiene sus raíces en esa época. Aunque la realización del fonograma en los Estudios Ojalá comenzó en mayo del 2014 y concluyó en septiembre del 2015, las canciones de más antigua data incluidas en el álbum se remontan a ese plazo de fecunda iniciación, cuando se hizo por primera vez evidente que el autor era portador de ideas auténticamente revolucionarias en el ámbito de la cultura musical de su tiempo.

Justamente Qué distracción  está fechada en 1967. El trovador la dedicó póstumamente al ar­gentino Julio Cortázar y al poeta español Félix Grande, quienes la contaron entre sus favoritas. Es, sin lugar a dudas, una página imprescindible de la cancionística cubana. Cosa curiosa: más de una vez por aquellos años se la escuché a Silvio, sin embargo nunca la incluyó en su discografía. Co­mo tampoco las restantes que aparecen en el disco, si se exceptúa Óleo de mujer con sombrero, colocada ahora en el lugar que corresponde como parte de la tetralogía Exposición de mujer con sombrero.

Ya que hablamos de esta obra, compuesta en 1970 y con una grabación inicial en los estudios de Prado, del ICAIC, destinada para ambientar el Pabellón Cuba, debe considerarse como una de las más desafiantes propuestas de Silvio, tanto por la complejidad de su discurso musical, como por su notable y transgresor impulso poético.

El joven que en la tercera pieza, Detalle de mujer con sombrero, se define como “enemigo de mí (…) y amigo de lo que he soñado que soy”, y se pregunta “qué me dará la vida, qué me dará el amor”,  es el que en la cuarta parte, Mujer sin sombrero, humanamente concluye: “Mi amor no ha sido tan tremendo / ni tan ancho / ni tan bello / ni tan triste / ni tan sabio / ni tan solo  ni tan loco / ni tan todo / ni tan nada. / Pero canta”.

Cada canción de Amoríos debe y puede hacer una pequeña gran historia, por lo que dicen y cómo lo dice el cantautor y sus compañeros de ruta, de acuerdo con la disposición, la sensibilidad y la experiencia de quienes las escuchen.

Particularmente me llama la atención la manera en que el músico se mete en la piel del poeta: desde las reminiscencias del swing en Con melodía de adolescente hasta la exaltación juglaresca de Tu soledad me abriga la garganta, por cierto, un poema en prosa con estribillo; desde la sencillez  nostálgica de Qué poco es conocerte hasta los efluvios de la rumba presentes en Día de agua.

Musicalmente la guitarra define la esencia trovadoresca. Pero en círculos concéntricos se van dibujando complementos indispensables, consensuados entre Silvio y el pianista y orquestador Jorgito Aragón: el color del vibráfono de Emilio Vega, la base rítmica aportada por el maestro Jorge Reyes en el contrabajo y Oliver Valdés en la batería, y los precisos comentarios sonoros de Niurka González en la flauta y el clarinete bajo.

En el disco entran al ruedo en momentos puntuales Maykel Elizalde, el excepcional tresero de Trovarroco; Anabell López en los coros, la voz y el violín de Tammy López Moreno, y las cuerdas de la Sinfónica del ISA. Todo ello complementado por la excelencia técnica de Olimpia Calderón y Víctor Cicard y en la gráfica mediante las ilustraciones de José Luis Fariñas, el diseño de Leo Gómez y la fotografía de Gabriel Guerra.

Al final del viaje volvemos al comienzo para decirnos junto al poeta: “Una canción de amor que se mueve / fuera del odio, el miedo, el quizás; será de amor por si tú me quieres, / será canción por si tú te vas”.