Palabras de Silvio al recibir la Distinción de Visitante Ilustre de Buenos Aires




Buenos Aires, 6 de abril de 1992

Hermanas y hermanos argentinos:

Este gesto de afecto que se me tiende tiene, para mí, profundas resonancias; porque si bien es amistad enfatizada a un comunicador de asombros, que intenta la hermandad guitarra en mano, es mucho más un acto de decoro argentino, ya que una forma sagrada de amor no deja olvidar que soy hijo de un pueblo pequeño, pobre y digno de Nuestra América; de un pueblo víctima del odio y el acoso.

En cuanto hijo de Cuba, acepto este tributo para llevarlo a mi país como testimonio de la honra argentina, tan bien abanderada por aquel imprescindible Manuel Quintana, el delegado que en la Primera Conferencia Panamericana, en el Washington de 1889, flagelara el servilismo y la dependencia; aquel Manuel Quintana que dijera: “ante el derecho internacional americano no existe en América naciones grandes ni pequeñas: todas son igualmente soberanas e independientes, todas son igualmente dignas de consideración y respeto”; aquel Manuel Quintana que provocó que José Martí, con justicia, escribiera: “Argentina lleva la voz de la rebelión”.

La historia de Nuestra América, y su vieja y aguerrida voluntad necesaria de independencia y a la vez de unión, ha mantenido viva “La voz de la rebelión” de aquella Argentina que representó Quintana; de otra Argentina luminosa que representa para siempre Ernesto Guevara; y de la Argentina que representa la cordialidad de esta noche, la que hoy abraza a Cuba, su hermana caribeña que mantiene alta la vergüenza.

Gracias por iluminar aún más la generosa hospitalidad con que siempre hemos contado en esta tierra que queremos.

Convencido estoy de que si el Che viviera y contemplara este acto, tras su mirada inevitablemente irónica brillaría un destello de legítimo orgullo.

Con esa luz me basta.

Muchas gracias.