El hombre bebe en una copa ancha,
aunque no cabe el peso de su extraña gracia,
y brinda por la muerte de su abril.
Después se sube a un sitio inexpugnable
y canta un canto que suena agradable
mientras, por dentro, vuelve a maldecir.
El hombre niega de su rica tierra,
es su propio enemigo en esta nueva guerra:
el hombre vio su rostro sucumbir.
Que se abra bien la casa de la Historia,
que se revise el trono de la gloria,
porque un hombre sin rostro va a morir.
Oh, qué sensación
no tener rostro y contemplar el mundo
con ojos tan profundos,
como con ojos de guardián del sol.
Oh, qué sensación
no tener rostro al enfrentar la muerte;
correr la doble suerte
de rastreadores y de perseguidos,
teniendo tanto de estrella escondido.
Cuánto millón de rostros no tendrá
el que nos regaló la claridad.
* Canción para el largometraje El hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez.
aunque no cabe el peso de su extraña gracia,
y brinda por la muerte de su abril.
Después se sube a un sitio inexpugnable
y canta un canto que suena agradable
mientras, por dentro, vuelve a maldecir.
El hombre niega de su rica tierra,
es su propio enemigo en esta nueva guerra:
el hombre vio su rostro sucumbir.
Que se abra bien la casa de la Historia,
que se revise el trono de la gloria,
porque un hombre sin rostro va a morir.
Oh, qué sensación
no tener rostro y contemplar el mundo
con ojos tan profundos,
como con ojos de guardián del sol.
Oh, qué sensación
no tener rostro al enfrentar la muerte;
correr la doble suerte
de rastreadores y de perseguidos,
teniendo tanto de estrella escondido.
Cuánto millón de rostros no tendrá
el que nos regaló la claridad.
* Canción para el largometraje El hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez.