Me sonaba la nariz




Una vez, muchas veces, casi siempre,
se daba un banquete, se develaba un busto,
se intercambiaban relaciones históricas,
se grababa una mano en el cemento
-sucedían cosas inolvidables a montones-
todo era muy solemne, y entonces yo
me sonaba la nariz.
De pronto todos me miraban
como si fuera algo muy raro
necesitar hacer la cosa más común.
Y yo guardaba mi pañuelo
tímidamente en el bolsillo,
agradeciéndole a la gripe la ocasión.

Una vez, muchas veces, casi siempre,
he podido saber que las necesidades
no suelen observar la misma etiqueta
que la gente acostumbra a practicar
(y en este sentido puede ser muy útil una gripe).
Desde entonces, cuando estoy entre camellos,
un segundo antes de decir adiós
me sueno la nariz.
Y, desde luego, todos miran
como si fuera algo muy raro
necesitar hacer la cosa más común.
Entonces guardo mi pañuelo
tímidamente en el bolsillo,
agradeciéndole a la gripe la ocasión.

Observación: Si no se tiene gripe a mano,
aunque es muy fácil conseguirla,
nada más simple que un ladrillo y a correr.
Pero se advierte que el efecto
no va a ser tan descalabrante
como sonarse la nariz diciendo adiós.