Un día nuestros fantasmas,
los fantasmas de todo el universo,
van a ajustarle cuentas a la Historia.
El fantasma del más desconocido de los asesinados,
de aquel que tuvo madre y hermanitos,
que iba en su bicicleta o en su burro
en busca de victorias y herramientas,
de pan y clavos para un nuevo uso.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
El fantasma de un hombre con su perro
rodando sierra abajo
después de cortar palo y rajar tierra,
después de un hijo muerto sin zapatos,
después de mil satélites y fiestas,
después de mil manifiestos sagrados.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
El fantasma de una mujer inútil,
corazón de cazuela,
juguete del altar y los disgustos,
anchándose el dolor y las caderas
para recolectar un negro fruto,
comida de chiquero y pajarera.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
Los fantasmas de los más desconfiados
de la vejez del tigre,
los que fueron deshechos a traiciones,
los que muriendo se inmortalizaron,
serán la palidez de sus traidores:
ya rugirá la voz del traicionado.
Sus rostros, sus nombres y apellidos
yacen en el olvido.
Un día nuestros fantasmas
―no hace falta que sean camaradas,
basta con compañeros en la muerte―
van a ajustarle cuentas a la Historia.
los fantasmas de todo el universo,
van a ajustarle cuentas a la Historia.
El fantasma del más desconocido de los asesinados,
de aquel que tuvo madre y hermanitos,
que iba en su bicicleta o en su burro
en busca de victorias y herramientas,
de pan y clavos para un nuevo uso.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
El fantasma de un hombre con su perro
rodando sierra abajo
después de cortar palo y rajar tierra,
después de un hijo muerto sin zapatos,
después de mil satélites y fiestas,
después de mil manifiestos sagrados.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
El fantasma de una mujer inútil,
corazón de cazuela,
juguete del altar y los disgustos,
anchándose el dolor y las caderas
para recolectar un negro fruto,
comida de chiquero y pajarera.
Su rostro, su nombre y su apellido
yacen en el olvido.
Los fantasmas de los más desconfiados
de la vejez del tigre,
los que fueron deshechos a traiciones,
los que muriendo se inmortalizaron,
serán la palidez de sus traidores:
ya rugirá la voz del traicionado.
Sus rostros, sus nombres y apellidos
yacen en el olvido.
Un día nuestros fantasmas
―no hace falta que sean camaradas,
basta con compañeros en la muerte―
van a ajustarle cuentas a la Historia.