El regreso a Chile me ha resultado, en cierto modo, similar al viaje que hice a Angola cuando se defendía de sus invasores, hace catorce años. Para llegar a Angola, en febrero del 76, me estuve preparando física y mentalmente desde noviembre del año anterior. Estuve allá hasta julio, me volví a Cuba y luego, en noviembre, regresé al país africano hasta enero del 77. Por eso, en mi cabeza, siempre he nombrado a 1976 como al año angolano. Supongo que más adelante llamaré a 1990 como el año chileno, ya que desde finales del 89, cuando me pareció inminente el viaje, Chile comenzó a capitanear mi trabajo y hoy, terminando septiembre, veo que aún no deja de hacerlo.
Es obvio que tenía muchos deseos de volver. Creo que hubiera vuelto antes, bajo cualquier circunstancia, por razones que durante diecisiete años fueron creciendo en mi corazón y en mi conciencia. Pero esa es una historia demasiado larga para la tapa de un disco, así que hablaré de lo que atañe más inmediatamente a este trabajo.
Debo dar gracias, de forma fundamental, al pueblo chileno que escuchó, recordó e incluso usó como herramienta mis canciones. Y cuando pienso en pueblo primero veo a los que más han hecho por su Patria con su honrado trabajo, con su entrega y con su sangre. Sin ellos el reencuentro en marzo no hubiera sido, como tampoco tantas otras cosas. Por eso aquella noche, puntualmente, Víctor Jara se nos apareció.
La idea de grabar el concierto, y la gestión, se deben a Ricardo García, quien tuvo una larga trayectoria de afecto y compromiso con la canción chilena y latinoamericana. Podría decirse que este disco fue uno de sus últimos proyectos, quizá su último sueño, y me hace bien honrar su memoria dedicándoselo.
Sólo me resta agradecer al gran Chucho Valdés, tan bien armado de sensibilidad como de manos, y a su formidable Irakere, el épico trabajo que hizo posible, en menos de un mes, las virtudes musicales que aquí se pueden escuchar. Y a mi entrañable y admirada amiga Isabel Parra, y a su Grupo, por haber juntado, una vez más, la voz de Chile con esta voz de Cuba.
Silvio Rodríguez
México, D.F, septiembre de 1990