Entrevistó: Germán Veloz y Pedro Prada, revista Verde Olivo, Cuba.
de Abril del 1989
Soldado en Verde Olivo, Silvio Rodríguez decidió un día elegir entre la poesía, la plástica y la música. Compuso y cantó en la revista varias canciones, aquí tuvo su primer público y sus primeros críticos. En el Turquino volvió a ser soldado.
Fue en la tradicional tertulia de dominó que después del almuerzo reúne durante unos minutos a todos los compañeros.
Oímos hablar de él no como el poeta de las mujeres soles, ni el cantor que sueña con serpientes.
Se hablaba del soldado desgarbado y soñoliento que había que sacudir en las mañanas en su camastro para que concluyera el diseño de las páginas de cierre de ese día; del machetero de brazos flacos para la mocha, pero que la empuñó; de aquel que no dejaba dormir a los demás rasgando su guitarra en la esquina más tibia y amplia de la azotea.
A quienes por edad y experiencia nos sorprende a diario la historia de nuestra revista, ir donde Silvio Rodríguez es más que encontrar la música de nuestra generación.
Buscamos el momento, pues se sabe que ni a él ni a nosotros nos sobraban muchos ratos para intimar y pudimos el 28 de enero, marchar con él hacia la cima del Turquino.
Era la tercera vez que Silvio vestía de verde olivo; las dos veces anteriores cuando había sido soldado y cuando estuvo en Angola.
El verde olivo es para los cubanos un color que está muy vinculado con la patria, con los sentimientos patrios, con el sacrificio y el altruismo del hombre, sin lugar a dudas, porque el soldado es un hombre que se sacrifica, y es significativo que en los momentos cruciales donde uno se está jugando, donde uno se está probando, donde uno está haciendo algo que vale la pena –aunque se pueden hacer cosas que valen la pena también sin estar vestido de verde olivo— de esas cosas cercanas a la épica o a una forma de épica, en ellas siempre el verde olivo está presente.
En los archivos de la revista se conservan algunas fotos de ese amigo que escribió en un poema poco antes de su desmovilización: Camarada recluta, ya tú sabes que voy abajo…
Una frase coloquial, que se usaba cuando uno se iba a desmovilizar o cuando se iba de un lugar. Toda esa cosa de la desmovilización era una cosa que los que no teníamos una vocación militar y sabíamos que en la calle nos estaba esperando nuestro destino, la esperábamos. Pero, digamos, como que se me había olvidado un poco esperarlo. No voy a esperar más, cuando llegue, ¡que llegue!
Y efectivamente, un día me llamaron al Estado Mayor a personal “para que firmes tu desmovilización y te vayas”…
Bueno, y yo firmé. Ahora cuando me dijeron “danos el jaquet”, fue cuando de verdad me di cuenta que me estaba desmovilizando y de que tenía que entregar el uniforme verde olivo.
Me impresioné mucho y pregunté: “¿el jaquet para qué? “porque ya dejas de ser soldado y tienes que entregar tus pertenencias”.
Ahí se me creó un conflicto. Un conflicto, porque me di cuenta en ese instante de que a pesar de todas esas cosas que suelen ser incómodas dentro de las fuerzas armadas, sobre todo para un joven que siempre estaba soñando en la calle, con hacer esto, con hacer lo otro, los vínculos que yo había construido con las fuerzas armadas, y lo que las fuerzas armadas habían dejado en mí, tenía un peso muy hondo, y que era algo que me estaba marcando para el resto de mi vida.
Yo me di cuenta en aquel momento que era como una bomba de retardo; que la significación verdadera de aquellos años yo la iba a estar sintiendo luego durante toda mi vida. Y fue en ese momento en que me pidieron el jaquet, que me di cuenta que me tenía que desprender de los atributos del soldado, que son su vestuario, su arma… que son sus atributos externos.
Cuando nos preparábamos para nuestra cita con Silvio en el Turquino nos sentamos a conversar una tarde con José Cazañas, un negro grande con más canas que años, quien llegó a la revista como soldado, después de haber escrito un poema que le valió el aval del Che.
Cazañas, ya sargento cuando Silvio entró en la Revista, nos pidió que le preguntáramos al poeta cantor una historia posterior, la de la chapilla 2106.
Eso es que Cazañas y yo anduvimos en Angola para arriba y para abajo. Vivimos algunas experiencias juntos y realmente, en aquellos años, como en estos últimos, Angola siempre ha sido un lugar donde se prueban los hombres, donde se prueba el temple de la gente.
Ni siquiera la valentía, sino más bien la resistencia…
Entonces Cazañas es un compañero que estuvo en muchos lugares allá en Angola, estuvo en los frentes de combates, vio muchas cosas, vivió cosas bien duras, que se viven en esas circunstancias; y yo, a mi manera, quizás cosas no tan duras. Pero también hice un trabajo junto a un grupo de compañeros que fuimos en aquella época, un trabajo por todos los frentes, cantándole a los compañeros cubanos allá y a las FAPLA y también nos tocaron algunos sustos y algunas experiencias dramáticas.
El caso es que Cazañas es un compañero con el cual yo tuve una relación muy especial cuando estuve en la revista Verde Olivo.
Éramos muy amigos, conversábamos mucho, llegamos a un grado de amistad, de intimar bastante, de conocernos nuestros problemas personales y todo ese tipo de cosas. Yo se lo agradezco, porque cuando aquello era muy joven. Ya él me llevaba unos años, aunque también era muy joven, pero tenía más experiencia que yo.
Sin embargo, él supo ver en mí un amigo, un compañero en quien confiar. Y ese vínculo se mantenía con mucha simpatía, aunque después no nos veíamos con frecuencia.
Y fue realmente una fiesta para los dos encontrarnos en Angola, donde él andaba de corresponsal de la revista.
Entonces fue un gesto que él tuvo cuando vino, porque regresó antes que nosotros, llevaba tiempo allá y me dio la chapilla aquí en La Habana.
Ahora me recuerdo, fue en su casa o en mi casa, con alguna botella de por medio. Pero bueno, fue un gesto de esos… porque la chapilla significa mucho para quien va a cumplir misión internacionalista.
Un gesto como ese, es entregarle a un amigo, su nombre, su identidad.
Canción de identidad se llama la composición de Silvio en vísperas de su salida para Angola. La cantó con Vicente Feliú y aquel dúo quedó en una grabación casera perdida en los años.
Verde Olivo la publicó cuando se hizo conocer de la presencia de ambos trovadores en Angola: …yo vengo a compartir la lluvia de tu casa/ yo vengo a confundirme al fuego de tu amor/ yo vengo a continuar con sangre nuestra raza/ como una vena, como un río, como un sol.
En realidad, en nuestras páginas vieron la luz algunas de las primeras composiciones poéticas de Silvio: Sangre ciudad, un crudo poema de amor enfrentado a la disyuntiva de elegir el bando político donde comulga.
Navidad y He sabido bien, ambos de un libro con el cual ganó primera mención en un concurso literario Luis Pavón, el poeta, director de Verde Olivo a la sazón, lo incitó y ganó la apuesta.
Silvio conoció de su premiación en los cortes de caña del Central Camilo Cienfuegos, donde se encontraba movilizado en diciembre de 1966, junto con otros compañeros de la revista.
La vieja guardia de Verde Olivo, como decimos los más jóvenes, se enorgullece de no haber desalentado a Silvio jamás, a pesar de que más de uno guarda una historia de “aquel flaco jodiendo con su guitarrita”.
Unos aseguran y otros no, que de aquella época son Que levante la mano la guitarra, Y nada más, Fusil contra fusil… Nadie puede aseverar a ciencia cierta cuáles, porque con los años no pocas cosas se han borrado.
Eso sí, nadie olvida que el verdadero debut de Silvio Rodríguez fue ante las cámaras y micrófonos de los fotógrafos y periodistas de Verde Olivo.
Aquel día le perdonaron la travesura de la última movilización de 1967. A todos les gustaba en lo íntimo montar guardia en la madrugada en compañía de un trovador de azotea.
Sí, yo hacía eso a cada rato. Íbamos a comer al MINFAR y después yo me iba a la biblioteca a leer y se dio aquella vez una alarma general. Cuando yo llego, que veo a un compañero en la puerta con AK y casco, me doy cuenta que me han cogido fuera de base. Estuve como un mes sin salir de pase… cantando, por supuesto, para no aburrirme.
Yo recuerdo haber compuesto en la revista canciones que incluso están grabadas. Sí recuerdo bien que las canciones con las que debuté las compuse en la revista. Una eraQuédate y la otra Sueño del Colgado y la Tierra.
Ahora, en esa época yo también había estado en otras unidades, y no puedo decir cuáles hice en un lugar y en otro. Esas dos sí las recuerdo bien, muy nítidamente. Incluso, creo que con compañeros de la revista fue que consulté las canciones que iba a cantar.
Entre decenas de ilustraciones, viñetas y caricaturas duermen escondidas no se sabe cuántas fotos y al menos cuatro trabajos periodísticos. Los estuvimos leyendo y le llevamos para sorprenderlo el primer párrafo de su reportaje a un pelotón cañero, integrado por combatientes de las FAR. Fue publicado en marzo de 1966.
Todos con un ánimo indescriptible, se lanzan cada mañana sobre el cañaveral, cuando sólo se ven los ligeros resplandores del amanecer, en duelo de medio día con la caña.
Durante todo el día se ven los brazos alzarse, los músculos contraerse, los rostros salpicados de luz del sol que se cuela entre las rendijas de los sombreros.
De fondo musical el chas-chas del machete que muerde la caña y la troza… un brazo se contrae, se alza –se siente la fuerza de cada tendón – y vuela hacia abajo con el duro filo entre las manos y las cañas caen, una por una, a costa de esfuerzo y sudor.
Y allí, donde la caña muere por la vida, hombro con hombro se trabaja por lo mismo, se suda por lo mismo, se hace un propósito por lo mismo. Esto, también hombro con hombro, obreros y pueblo uniformado.
Semejantes palabras sólo pueden ser escritas por uno que haya cortado caña de verdad, que sabe el trabajo que da, aunque así parezca casi una poesía.
Todo eso está en mi manera de escribir en general. Nunca he sido muy escrupuloso en cuanto a los estilos, entre otras cosas porque soy de una formación, en ese aspecto, autodidacta. Me enteré del nombre de las cosas que hacía mucho tiempo después de estarlas haciendo. En ese sentido de lo literario, fui más hombre de acción que de teoría. Tiré y después di el alto ¿Te das cuenta? Ahí se notan también mis lagunas… aunque en esa época ya tenía compañeros a quien consultar.
Ahora recordando ese trabajo, yo me acuerdo de Pavón, que me ayudaba mucho. Siempre se preocupó mucho porque yo escribiera, porque yo estudiara. Yo creo que él vio que yo tenía ciertas condiciones para escribir. Él leyó mis poemas en determinado momento y Pavón es poeta, ¡es poeta! Entonces inmediatamente, se identificó y quiso ayudarme.
Aún Silvio conserva el libro de Métrica española obsequio de sus compañeros de Verde Olivo el 12 de junio de 1967, cuando se desmovilizó. Y no solo lo conserva, lo usa de vez en cuando. A los libros como a los amigos se vuelve a cada rato en busca de compañía.
De mucho le sirvieron los libros y sus fugas a la Biblioteca Nacional. Aún hoy sigue siendo un avezado lector.
Aunque es otra la época, las circunstancias en las cuáles la carrera artística de Silvio Rodríguez se desenvuelve en estos momentos, llevan todas las tensiones de un agudo y polémico debate sobre ideología e identidad cultural, que no pueden separarse de las acusaciones de la ultraderecha norteamericana, representada en el Comité de Santa Fe II, tratándonos de estatismo cultural y social y estimulando actitudes francotiradoras liberaloides y anarquizantes en nuestros creadores.
Yo lo que creo es que lo primero que debe quedar claro es la identidad con la Revolución y la identidad de la Revolución también en el artista que escoja este material para su trabajo.
La única forma de ser revolucionario en el arte no es solo hablando obviamente de las cosas que pasan, o pintando obviamente la realidad. Hay otras formas de ser revolucionario en el arte, artísticamente. O sea, planteando ideas revolucionarias, ideas novedosas. Ya eso señala.
Una cosa es hacer un arte revolucionario y otra cosa es que el hombre sea revolucionario. Yo tuve ideas antes de tener criterios. Ya cuando tomé la guitarra tenía mis ideas desde el punto de vista político, social, bastante claras; y para mí, en ese sentido, no fue conflicto expresar lo que pensaba porque ya lo traía desde adentro. En ese caso, la guitarra fue como un instrumento, un vehículo para mostrar lo que yo pensaba.
Yo creo que quienes hablan así de la cultura cubana, no conocen la realidad cubana; porque decir que la cultura cubana está detenida es ignorar lo que sucede en Cuba.
Por otra parte, pienso que de la misma forma que es necesaria la identidad con la Revolución y la identidad del hombre como ser social revolucionario, también, por un problema de desarrollo, es necesario que el arte juegue siempre un papel de vanguardia. Eso es muy necesario.
El arte debe tirar de los tiempos en que se hace, no los tiempos del arte. El arte tiene que ser siempre revolucionario. No puede ser una cosa acomodaticia, repetidora. Tiene que ser audaz y tiene que tener propuestas, aunque no siempre respuestas, como algunos quisieran o prefiguran.
Para poder enfrentar eso yo creo que las jóvenes generaciones deben conocer nuestra historia. Eso es importantísimo para los jóvenes artistas. Yo creo que en la medida en que las nuevas generaciones se empapen de nuestra historia, hallarán una garantía para que su proyección, no sólo artística, sino desde todo punto de vista, sea revolucionaria y sea lo que los nuevos tiempos esperan de ellos.
Silvio no habla por hablar. El mismo vive orgulloso de sus raíces. Más de una vez lo ha dicho. Cuba es mi raíz. Y Cuba, su historia, sus tradiciones, su música, por donde primero le llegaron fue por la familia, por la madre y la abuela, por el tío que tocaba el bajo en una orquesta de San Antonio de los Baños y que le regaló una tumbadora pequeñita.
Con tonadas antiquísimas lo dormían, de las del tiempo de España, como decían ellos. Y él reconoce que esas fueron las que más lo marcaron, como El Colibrí, la primera que recuerda. Muy antigua, muy hermosa, y que aún sigue diciéndole a las gentes.
Sin embargo, no le basta con todo esto. Necesita el desafío. Nació él mismo como su canción, en el sol de una noche, de una tormenta.
Un ideólogo alemán del siglo XIX escribió en una ocasión que en tanto más crecen el juicio y la inteligencia en los individuos, la audacia, como cualidad del carácter es más rara. Y Silvio parece retarlo con la suya propia, con su propia visión de la audacia que requieren los artistas para crear en estos nuevos tiempos, llenos de contradicciones.
Yo creo que eso es un papel de la vida. No hay quien lo detenga y sería muy triste que no fuera así. Yo estoy de acuerdo con las contradicciones, son las que nos hacen avanzar. Ese tipo de problemas, siempre que se ventilen de forma revolucionaria y entre compañeros. No veo en ellos ningún obstáculo para el socialismo, sino todo lo contrario: yo creo que esas cosas condimentan de buenas especias la marcha de nuestro país y su cultura hacia el futuro.
Estoy en general de acuerdo con que exista una generación audaz y polémica. La nuestra lo fue en el momento de su irrupción.
Estoy de acuerdo con que los jóvenes sean así. Yo creo que ese es el papel que tienen que jugar los jóvenes.
Dentro de todo esto hay de todos modos cosas que son transitorias, cosas que son producto del ímpetu de la juventud y cosas que son más profundas. El tiempo va decantando lo válido, lo que se queda verdaderamente de todas estas expresiones y lo que fue una señal pasajera.
Nos dio pena por alguien que aún en su esfuerzo por hacer ceder a la empinada cuesta del Pico Turquino, especulaba con la posibilidad de que Silvio no hiciera aquel esfuerzo, no retara a la montaña indómita y llegara fresco en helicóptero a cantar sus canciones.
Cuánto apreciará la audacia, si no se dio cuenta que si miles como él subían a la cima de Cuba, no lo hacían como ratones tras el flautista de Hamelín, sino alentados por el desafío del convocado homenaje a Martí.
Cuando vimos a Silvio cantar en la cúspide Real del Turquino y su voz vencedora de las horas de esfuerzo, desgranarse por los cuatro vientos de la Sierra Maestra, pensamos en lo que había escrito José Armas en una Verde Olivo hacía 25 años… “está en el camino del éxito. Recuerden el nombre”.
Entonces, su imagen de soldado flaco y desgarbado, sacándole acordes en las noches a la guitarra, mientras los fusiles vigilaban en el frío de una azotea: su imagen de soldado cantor en otras trincheras distantes de Cuba, se nos confundía con la de este Camarada Recluta, hijo en la medida que nos toca de Verde Olivo, que pensaba “ir abajo” y sin embargo, llegó arriba.
Fue en la tradicional tertulia de dominó que después del almuerzo reúne durante unos minutos a todos los compañeros.
Oímos hablar de él no como el poeta de las mujeres soles, ni el cantor que sueña con serpientes.
Se hablaba del soldado desgarbado y soñoliento que había que sacudir en las mañanas en su camastro para que concluyera el diseño de las páginas de cierre de ese día; del machetero de brazos flacos para la mocha, pero que la empuñó; de aquel que no dejaba dormir a los demás rasgando su guitarra en la esquina más tibia y amplia de la azotea.
A quienes por edad y experiencia nos sorprende a diario la historia de nuestra revista, ir donde Silvio Rodríguez es más que encontrar la música de nuestra generación.
Buscamos el momento, pues se sabe que ni a él ni a nosotros nos sobraban muchos ratos para intimar y pudimos el 28 de enero, marchar con él hacia la cima del Turquino.
Era la tercera vez que Silvio vestía de verde olivo; las dos veces anteriores cuando había sido soldado y cuando estuvo en Angola.
El verde olivo es para los cubanos un color que está muy vinculado con la patria, con los sentimientos patrios, con el sacrificio y el altruismo del hombre, sin lugar a dudas, porque el soldado es un hombre que se sacrifica, y es significativo que en los momentos cruciales donde uno se está jugando, donde uno se está probando, donde uno está haciendo algo que vale la pena –aunque se pueden hacer cosas que valen la pena también sin estar vestido de verde olivo— de esas cosas cercanas a la épica o a una forma de épica, en ellas siempre el verde olivo está presente.
En los archivos de la revista se conservan algunas fotos de ese amigo que escribió en un poema poco antes de su desmovilización: Camarada recluta, ya tú sabes que voy abajo…
Una frase coloquial, que se usaba cuando uno se iba a desmovilizar o cuando se iba de un lugar. Toda esa cosa de la desmovilización era una cosa que los que no teníamos una vocación militar y sabíamos que en la calle nos estaba esperando nuestro destino, la esperábamos. Pero, digamos, como que se me había olvidado un poco esperarlo. No voy a esperar más, cuando llegue, ¡que llegue!
Y efectivamente, un día me llamaron al Estado Mayor a personal “para que firmes tu desmovilización y te vayas”…
Bueno, y yo firmé. Ahora cuando me dijeron “danos el jaquet”, fue cuando de verdad me di cuenta que me estaba desmovilizando y de que tenía que entregar el uniforme verde olivo.
Me impresioné mucho y pregunté: “¿el jaquet para qué? “porque ya dejas de ser soldado y tienes que entregar tus pertenencias”.
Ahí se me creó un conflicto. Un conflicto, porque me di cuenta en ese instante de que a pesar de todas esas cosas que suelen ser incómodas dentro de las fuerzas armadas, sobre todo para un joven que siempre estaba soñando en la calle, con hacer esto, con hacer lo otro, los vínculos que yo había construido con las fuerzas armadas, y lo que las fuerzas armadas habían dejado en mí, tenía un peso muy hondo, y que era algo que me estaba marcando para el resto de mi vida.
Yo me di cuenta en aquel momento que era como una bomba de retardo; que la significación verdadera de aquellos años yo la iba a estar sintiendo luego durante toda mi vida. Y fue en ese momento en que me pidieron el jaquet, que me di cuenta que me tenía que desprender de los atributos del soldado, que son su vestuario, su arma… que son sus atributos externos.
Cuando nos preparábamos para nuestra cita con Silvio en el Turquino nos sentamos a conversar una tarde con José Cazañas, un negro grande con más canas que años, quien llegó a la revista como soldado, después de haber escrito un poema que le valió el aval del Che.
Cazañas, ya sargento cuando Silvio entró en la Revista, nos pidió que le preguntáramos al poeta cantor una historia posterior, la de la chapilla 2106.
Eso es que Cazañas y yo anduvimos en Angola para arriba y para abajo. Vivimos algunas experiencias juntos y realmente, en aquellos años, como en estos últimos, Angola siempre ha sido un lugar donde se prueban los hombres, donde se prueba el temple de la gente.
Ni siquiera la valentía, sino más bien la resistencia…
Entonces Cazañas es un compañero que estuvo en muchos lugares allá en Angola, estuvo en los frentes de combates, vio muchas cosas, vivió cosas bien duras, que se viven en esas circunstancias; y yo, a mi manera, quizás cosas no tan duras. Pero también hice un trabajo junto a un grupo de compañeros que fuimos en aquella época, un trabajo por todos los frentes, cantándole a los compañeros cubanos allá y a las FAPLA y también nos tocaron algunos sustos y algunas experiencias dramáticas.
El caso es que Cazañas es un compañero con el cual yo tuve una relación muy especial cuando estuve en la revista Verde Olivo.
Éramos muy amigos, conversábamos mucho, llegamos a un grado de amistad, de intimar bastante, de conocernos nuestros problemas personales y todo ese tipo de cosas. Yo se lo agradezco, porque cuando aquello era muy joven. Ya él me llevaba unos años, aunque también era muy joven, pero tenía más experiencia que yo.
Sin embargo, él supo ver en mí un amigo, un compañero en quien confiar. Y ese vínculo se mantenía con mucha simpatía, aunque después no nos veíamos con frecuencia.
Y fue realmente una fiesta para los dos encontrarnos en Angola, donde él andaba de corresponsal de la revista.
Entonces fue un gesto que él tuvo cuando vino, porque regresó antes que nosotros, llevaba tiempo allá y me dio la chapilla aquí en La Habana.
Ahora me recuerdo, fue en su casa o en mi casa, con alguna botella de por medio. Pero bueno, fue un gesto de esos… porque la chapilla significa mucho para quien va a cumplir misión internacionalista.
Un gesto como ese, es entregarle a un amigo, su nombre, su identidad.
Canción de identidad se llama la composición de Silvio en vísperas de su salida para Angola. La cantó con Vicente Feliú y aquel dúo quedó en una grabación casera perdida en los años.
Verde Olivo la publicó cuando se hizo conocer de la presencia de ambos trovadores en Angola: …yo vengo a compartir la lluvia de tu casa/ yo vengo a confundirme al fuego de tu amor/ yo vengo a continuar con sangre nuestra raza/ como una vena, como un río, como un sol.
En realidad, en nuestras páginas vieron la luz algunas de las primeras composiciones poéticas de Silvio: Sangre ciudad, un crudo poema de amor enfrentado a la disyuntiva de elegir el bando político donde comulga.
Navidad y He sabido bien, ambos de un libro con el cual ganó primera mención en un concurso literario Luis Pavón, el poeta, director de Verde Olivo a la sazón, lo incitó y ganó la apuesta.
Silvio conoció de su premiación en los cortes de caña del Central Camilo Cienfuegos, donde se encontraba movilizado en diciembre de 1966, junto con otros compañeros de la revista.
La vieja guardia de Verde Olivo, como decimos los más jóvenes, se enorgullece de no haber desalentado a Silvio jamás, a pesar de que más de uno guarda una historia de “aquel flaco jodiendo con su guitarrita”.
Unos aseguran y otros no, que de aquella época son Que levante la mano la guitarra, Y nada más, Fusil contra fusil… Nadie puede aseverar a ciencia cierta cuáles, porque con los años no pocas cosas se han borrado.
Eso sí, nadie olvida que el verdadero debut de Silvio Rodríguez fue ante las cámaras y micrófonos de los fotógrafos y periodistas de Verde Olivo.
Aquel día le perdonaron la travesura de la última movilización de 1967. A todos les gustaba en lo íntimo montar guardia en la madrugada en compañía de un trovador de azotea.
Sí, yo hacía eso a cada rato. Íbamos a comer al MINFAR y después yo me iba a la biblioteca a leer y se dio aquella vez una alarma general. Cuando yo llego, que veo a un compañero en la puerta con AK y casco, me doy cuenta que me han cogido fuera de base. Estuve como un mes sin salir de pase… cantando, por supuesto, para no aburrirme.
Yo recuerdo haber compuesto en la revista canciones que incluso están grabadas. Sí recuerdo bien que las canciones con las que debuté las compuse en la revista. Una eraQuédate y la otra Sueño del Colgado y la Tierra.
Ahora, en esa época yo también había estado en otras unidades, y no puedo decir cuáles hice en un lugar y en otro. Esas dos sí las recuerdo bien, muy nítidamente. Incluso, creo que con compañeros de la revista fue que consulté las canciones que iba a cantar.
Entre decenas de ilustraciones, viñetas y caricaturas duermen escondidas no se sabe cuántas fotos y al menos cuatro trabajos periodísticos. Los estuvimos leyendo y le llevamos para sorprenderlo el primer párrafo de su reportaje a un pelotón cañero, integrado por combatientes de las FAR. Fue publicado en marzo de 1966.
Todos con un ánimo indescriptible, se lanzan cada mañana sobre el cañaveral, cuando sólo se ven los ligeros resplandores del amanecer, en duelo de medio día con la caña.
Durante todo el día se ven los brazos alzarse, los músculos contraerse, los rostros salpicados de luz del sol que se cuela entre las rendijas de los sombreros.
De fondo musical el chas-chas del machete que muerde la caña y la troza… un brazo se contrae, se alza –se siente la fuerza de cada tendón – y vuela hacia abajo con el duro filo entre las manos y las cañas caen, una por una, a costa de esfuerzo y sudor.
Y allí, donde la caña muere por la vida, hombro con hombro se trabaja por lo mismo, se suda por lo mismo, se hace un propósito por lo mismo. Esto, también hombro con hombro, obreros y pueblo uniformado.
Semejantes palabras sólo pueden ser escritas por uno que haya cortado caña de verdad, que sabe el trabajo que da, aunque así parezca casi una poesía.
Todo eso está en mi manera de escribir en general. Nunca he sido muy escrupuloso en cuanto a los estilos, entre otras cosas porque soy de una formación, en ese aspecto, autodidacta. Me enteré del nombre de las cosas que hacía mucho tiempo después de estarlas haciendo. En ese sentido de lo literario, fui más hombre de acción que de teoría. Tiré y después di el alto ¿Te das cuenta? Ahí se notan también mis lagunas… aunque en esa época ya tenía compañeros a quien consultar.
Ahora recordando ese trabajo, yo me acuerdo de Pavón, que me ayudaba mucho. Siempre se preocupó mucho porque yo escribiera, porque yo estudiara. Yo creo que él vio que yo tenía ciertas condiciones para escribir. Él leyó mis poemas en determinado momento y Pavón es poeta, ¡es poeta! Entonces inmediatamente, se identificó y quiso ayudarme.
Aún Silvio conserva el libro de Métrica española obsequio de sus compañeros de Verde Olivo el 12 de junio de 1967, cuando se desmovilizó. Y no solo lo conserva, lo usa de vez en cuando. A los libros como a los amigos se vuelve a cada rato en busca de compañía.
De mucho le sirvieron los libros y sus fugas a la Biblioteca Nacional. Aún hoy sigue siendo un avezado lector.
Aunque es otra la época, las circunstancias en las cuáles la carrera artística de Silvio Rodríguez se desenvuelve en estos momentos, llevan todas las tensiones de un agudo y polémico debate sobre ideología e identidad cultural, que no pueden separarse de las acusaciones de la ultraderecha norteamericana, representada en el Comité de Santa Fe II, tratándonos de estatismo cultural y social y estimulando actitudes francotiradoras liberaloides y anarquizantes en nuestros creadores.
Yo lo que creo es que lo primero que debe quedar claro es la identidad con la Revolución y la identidad de la Revolución también en el artista que escoja este material para su trabajo.
La única forma de ser revolucionario en el arte no es solo hablando obviamente de las cosas que pasan, o pintando obviamente la realidad. Hay otras formas de ser revolucionario en el arte, artísticamente. O sea, planteando ideas revolucionarias, ideas novedosas. Ya eso señala.
Una cosa es hacer un arte revolucionario y otra cosa es que el hombre sea revolucionario. Yo tuve ideas antes de tener criterios. Ya cuando tomé la guitarra tenía mis ideas desde el punto de vista político, social, bastante claras; y para mí, en ese sentido, no fue conflicto expresar lo que pensaba porque ya lo traía desde adentro. En ese caso, la guitarra fue como un instrumento, un vehículo para mostrar lo que yo pensaba.
Yo creo que quienes hablan así de la cultura cubana, no conocen la realidad cubana; porque decir que la cultura cubana está detenida es ignorar lo que sucede en Cuba.
Por otra parte, pienso que de la misma forma que es necesaria la identidad con la Revolución y la identidad del hombre como ser social revolucionario, también, por un problema de desarrollo, es necesario que el arte juegue siempre un papel de vanguardia. Eso es muy necesario.
El arte debe tirar de los tiempos en que se hace, no los tiempos del arte. El arte tiene que ser siempre revolucionario. No puede ser una cosa acomodaticia, repetidora. Tiene que ser audaz y tiene que tener propuestas, aunque no siempre respuestas, como algunos quisieran o prefiguran.
Para poder enfrentar eso yo creo que las jóvenes generaciones deben conocer nuestra historia. Eso es importantísimo para los jóvenes artistas. Yo creo que en la medida en que las nuevas generaciones se empapen de nuestra historia, hallarán una garantía para que su proyección, no sólo artística, sino desde todo punto de vista, sea revolucionaria y sea lo que los nuevos tiempos esperan de ellos.
Silvio no habla por hablar. El mismo vive orgulloso de sus raíces. Más de una vez lo ha dicho. Cuba es mi raíz. Y Cuba, su historia, sus tradiciones, su música, por donde primero le llegaron fue por la familia, por la madre y la abuela, por el tío que tocaba el bajo en una orquesta de San Antonio de los Baños y que le regaló una tumbadora pequeñita.
Con tonadas antiquísimas lo dormían, de las del tiempo de España, como decían ellos. Y él reconoce que esas fueron las que más lo marcaron, como El Colibrí, la primera que recuerda. Muy antigua, muy hermosa, y que aún sigue diciéndole a las gentes.
Sin embargo, no le basta con todo esto. Necesita el desafío. Nació él mismo como su canción, en el sol de una noche, de una tormenta.
Un ideólogo alemán del siglo XIX escribió en una ocasión que en tanto más crecen el juicio y la inteligencia en los individuos, la audacia, como cualidad del carácter es más rara. Y Silvio parece retarlo con la suya propia, con su propia visión de la audacia que requieren los artistas para crear en estos nuevos tiempos, llenos de contradicciones.
Yo creo que eso es un papel de la vida. No hay quien lo detenga y sería muy triste que no fuera así. Yo estoy de acuerdo con las contradicciones, son las que nos hacen avanzar. Ese tipo de problemas, siempre que se ventilen de forma revolucionaria y entre compañeros. No veo en ellos ningún obstáculo para el socialismo, sino todo lo contrario: yo creo que esas cosas condimentan de buenas especias la marcha de nuestro país y su cultura hacia el futuro.
Estoy en general de acuerdo con que exista una generación audaz y polémica. La nuestra lo fue en el momento de su irrupción.
Estoy de acuerdo con que los jóvenes sean así. Yo creo que ese es el papel que tienen que jugar los jóvenes.
Dentro de todo esto hay de todos modos cosas que son transitorias, cosas que son producto del ímpetu de la juventud y cosas que son más profundas. El tiempo va decantando lo válido, lo que se queda verdaderamente de todas estas expresiones y lo que fue una señal pasajera.
Nos dio pena por alguien que aún en su esfuerzo por hacer ceder a la empinada cuesta del Pico Turquino, especulaba con la posibilidad de que Silvio no hiciera aquel esfuerzo, no retara a la montaña indómita y llegara fresco en helicóptero a cantar sus canciones.
Cuánto apreciará la audacia, si no se dio cuenta que si miles como él subían a la cima de Cuba, no lo hacían como ratones tras el flautista de Hamelín, sino alentados por el desafío del convocado homenaje a Martí.
Cuando vimos a Silvio cantar en la cúspide Real del Turquino y su voz vencedora de las horas de esfuerzo, desgranarse por los cuatro vientos de la Sierra Maestra, pensamos en lo que había escrito José Armas en una Verde Olivo hacía 25 años… “está en el camino del éxito. Recuerden el nombre”.
Entonces, su imagen de soldado flaco y desgarbado, sacándole acordes en las noches a la guitarra, mientras los fusiles vigilaban en el frío de una azotea: su imagen de soldado cantor en otras trincheras distantes de Cuba, se nos confundía con la de este Camarada Recluta, hijo en la medida que nos toca de Verde Olivo, que pensaba “ir abajo” y sin embargo, llegó arriba.