Cumplir con Vallejo



Entrevistó: Revista Revolución y Cultura, Cuba
de Enero del 1980

Silvio, ¿cuál es la historia que hay detrás de estas fotos?

Hace ya doce años, casi todas las noches nos dábamos cita en la heladería Coppelia un grupo de amigos. La hora del encuentro era aproximadamente la medianoche. Allí, en las mesitas al aire libre (las más cercanas a la calle 23), bajo los árboles y las luces ocasionales de los murales lumínicos del Habana Libre, saboreábamos interminables granizados de chocolate bizcochado e intercambiábamos poemas, relatos, canciones.

Casi siempre eran las mismas caras: Victoriano de las Casas (Víctor Casaus), la Gacela Oriental (Guillermo Rodríguez Rivera), el flaco (Jesús Díaz), Wichy el Rojo (Luis Rogelio Nogueras), el Gordito (Raúl Rivero), Contino (Antonio Conte), Alí la Fuent (Jorge Fuentes) y yo (a quien apodábamos Arteaga ). No omito a los demás, sólo que esta historia concierte directamente a los que nos había picado el bicho de la poesía.

Era una época de descubrimientos. El mayor de nosotros no tenía más de 23 años y éramos una serte de colones, descubriendo mediterráneos y echándole el ojo y la garra a cuanto había en el mundo. Así, llegó una noche César Vallejo y se sentó cansado y sonriente entre nosotros, y empezamos a compartir con él lo poco que sabíamos.

Un día alguien –realmente no recuerdo quién--, dijo como en broma: “caballeros: el primero de nosotros que vaya a París tiene que llegarse a la tumba de Vallejo”. Después, olvidamos el asunto. Pasó una década, desaparecieron los viejos apodos, pero sobrevivió la hermandad. En 1977 estuve por primera vez en París. Más bien reboté en París, porque el trabajo, los tranques, la llovizna, la prisa por llegar a otros sitios sólo me permitieron una visión relampagueante de la ciudad. Aún así, no sé por qué me acordé del “pacto”, y partí con cierta tristeza por no haberlo podido cumplir. Hace unos meses (en marzo de 1979) volví. Y entonces sí acudí a la cita.

En primer lugar no me acordaba en qué cementerio se encontraban los restos del gran latinoamericano. Fue Julio Cortázar quien me dijo que estaba en Montrouge, y allá me dirigí en taxi con una amiga que, generosamente, se brindó como compañera de exploración. Debo decir que el cementerio de Montrouge me recordó un poco nuestro bello cementerio de Colón. Entre mausoleos y estatuas fastuosas se ven tumbas muy modestas, a veces pobres. Le preguntamos a un viejo empleado y, con cierta sorpresa de nuestra parte, nos dijo enseguida donde quedaba la tumba (nos la señaló en un mapita que colgaba en la puerta de su caseta).

Era una mañana de domingo, húmeda y fría. El cementerio estaba desierto. Caminamos en silencio, oyendo el ruido de nuestros pasos. Y, de golpe, allí estaba la tumba… Escribí y coloqué, emocionado, el texto con las firmas. Mi amiga fotografió el modesto homenaje, para que luego los viejos amigos en la Habana pudiesen ver que la promesa se había cumplido.

Realmente, en aquel instante sentí una mezcla de sentimientos y sensaciones. Hubiese querido dejar sobre la losa algo más duradero que una simple hoja de papel; pero me consolaba la idea de que él, César, poeta, no agradecería nada mejor que aquello sobre lo cual se inclinó con tanta pasión a lo largo de su febril vida: una cuartilla. Me sentía en aquel instante, un hombre de la Revolución Cubana rindiendo homenaje ante la tumba de un gran escritor comunista. Y una y otra vez me pregunté cómo un hombre, desde la muerte, puede seguir tan presente en la vida. Y pensé en Martí, en el Che, en Villena, en Pablo…


¿Qué repercusión ha tenido la poesía de Vallejo en la Nueva Trova?

La poesía de Vallejo es una de las lecturas que más me ha impactado. A veces uno lee cosas buenas y disfruta o se impresiona. Pero leer a Vallejo es estremecerse, es vivir una experiencia dramática. Después de lo anterior es de suponer que la primera vez que choqué con Vallejo me sentí como sordo, ciego, atolondrado. Me asombró descubrir que se podía escribir como si estuviese hablando con el propio yo, a través de esos códigos íntimos que usamos para sintetizar lo complejo, con esas abreviaturas del espíritu que son como señales secretas. Si Martí me enseñó el vuelo de la metáfora, Vallejo me la hizo víscera, hueso, sangre.

La estatura poética de Vallejo lo coloca entre los hábitos de lectura de mucha gente en la Nueva Trova. Sé que Pablo Milanés lo admira muchísimo (su versión de Masa lo demuestra). Vicente Feliú también. Carlos Gómez ha musicalizado algunos de sus textos. Pero quien ha hecho un trabajo extenso (y bello) sobre la obra de Valle es Noel Nicola. Espero que si algún día graba ese disco me lo dedique…

¿Por qué no le has escrito una canción o un poema a Vallejo?

Me pasa un poco lo que con Martí: ambos me sobrecogen. Aunque confieso que, en ambos casos, me he atrevido a hacer bocetos que luego no he completado. Quizá algún día me arme de valor y cumpla de esa manera con los dos.