Soy amante de ciertas virtudes perdidas de lo antiguo



Entrevistó: Miguel Munárriz, para Zenda
9 de Mayo del 2019

Nombrar a Silvio Rodríguez es remontarse a la tradición cantora, a la poesía y al compromiso. Como escribió Ángel González, “en el principio fue la música, contemporánea de la luz”. Luego llegarían los juglares para llenar de música el aire y propagar los poemas ayudados por la cadencia de sus versos, y la música terminaría por fijarlos en la memoria. La música, en estas composiciones poéticas, no debería separarse de la letra, pero hay casos, como el de Silvio Rodríguez, en que las letras sobreviven airosas a un posible divorcio. Muy pocas veces ocurre, pero se da en Santos Discépolo (“Siglo XX cambalache, problemático y febril”); en Richard Dannenberg (“…cómo se pueden querer / dos mujeres a la vez / y no estar loco”), o el de Lolita de la Colina ( “Se me olvidó que te olvidé / a mí que nada se me olvida”). Silvio Rodríguez vive entre los poetas que narran con su música el amor, las mujeres y la vida, y en esta gira española que comienza hoy ha venido para cantarlo. Unos días antes Zenda mantuvo con él esta conversación, vía email entre Madrid y La Habana, a pesar de ser poco proclive a conceder entrevistas. Las fotografías de Daniel Mordzinski son el mejor reflejo de una colaboración eficaz hecha con la amistad inquebrantable entre dos artistas.



—En 1974 usted comenzó a grabar con la Orquesta EGREM el que después sería el álbum Días y flores. En 1985 realizó una gira con la Orquesta Afrocubana y en 2000 grabó el álbum Expedición, donde participaron miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, con la que ahora viaja a España para ofrecer una serie de conciertos. ¿En qué se diferencia esta gira de sus anteriores experiencias con formato sinfónico?

Días y flores fue grabado con lo que quedaba del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que por entonces se estaba deshaciendo. El productor fue el Maestro Frank Fernández, que acababa de graduarse del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. A partir de entonces tuve diversas experiencias con la Camerata Brindis de Salas, y en los 80 hice un trabajo con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), por iniciativa de su director, el Maestro Manuel Duchesne Cuzán. Aquello fue una Suite basada en canciones mías, llamada “Del Amor”, orquestada por el Maestro Juan Márquez. En los 90 tuve otras experiencias, esta vez con el Maestro Leo Brouwer, que conoce lo que hago desde mis inicios. Por aquellos días hicimos algo con la Sinfónica de Córdoba: también hicimos un programa de canciones con la Orquesta Sinfónica Nacional en la Plaza de la Revolución, y después en la Feria del Libro de Guadalajara, México. En el año 2000 grabé Expedición, que es un disco orquestado por mí. En aquellas jornadas participaron algunos músicos de la Sinfónica y estudiantes de música avanzados. El director de aquella experiencia fue el Maestro Enrique Pérez Mesa, el mismo que en mayo estará al frente de la OSN, orquesta que celebra este año su 60 aniversario. Ellos han tenido la gentileza de invitarme a ser parte del programa conmemorativo que llevarán a cinco ciudades españolas. Mi aporte serán cinco canciones, arregladas especialmente para esta ocasión por el Maestro Jorge Aragón.



—Uno de los titulares que leo de esta gira es este: “Silvio Rodríguez acompañará a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba en mayo por España”. Tal vez sea una deferencia a los músicos de la orquesta, porque en realidad, ¿no son ellos los que le acompañan a usted?

—Lo cierto es que nos acompañaremos mutuamente, porque yo estaré en la gira de la orquesta como invitado y la orquesta estará conmigo en mis canciones. Mi presentación será insertada en un programa eminentemente sinfónico: un breve recorrido por la obra de algunos autores cubanos. En nuestra isla hay compositores muy importantes, lamentablemente poco conocidos en el exterior. En esta muestra se podrán escuchar hermosos trabajos de Carlos Fariñas y de Guido López-Gavilán. También habrá un Concierto para Flauta y Orquesta de Joaquín Clerch, que estará a cargo de Niurka González.



—Las letras de sus canciones son muy poéticas, tanto que podrían funcionar sin la música. Son letras escritas por una persona con un importante bagaje literario. No es habitual encontrarse con alguien que aúne como usted lo popular y lo culto.

—Hay tradición de canción poética en Cuba. La Trova Cubana, como corriente, empezó a gestarse a mediados del siglo XIX. Siempre tuvo repertorio de poesía musicalizada, aunque también sus cantores gustaban de llamarse poetas. Aquella trova pasó por diversas etapas. Una de ellas, muy importante, fue a principios del siglo XX, cuando en el oriente cubano apareció el son, que es una simbiosis de lo que nos conforma, con un fuerte contenido africano en sus acentos. Cuando la vida social republicana empezó a desarrollarse, aparecieron lugares para bailar. Las pequeñas agrupaciones buscaron más volumen para salones más grandes y los músicos empezaron a juntarse. Agrupaciones más complejas, como los septetos, sonaban diferente y crearon nuevas formas musicales cada vez más complejas. Todas aquellas etapas, hasta llegar a mi generación —que es la que surge después del triunfo de la Revolución—, tuvieron intenciones poéticas, a veces más logradas, a veces menos. En 1961 hubo en Cuba una Campaña de Alfabetización. Los que empezamos a cantar poco después éramos conscientes de que lo hacíamos para un pueblo que leía y que se cultivaba. Esa certidumbre hizo que mi generación de trovadores fuera especialmente exigente en el contenido de sus canciones y también en su forma. De hecho, paralelamente con la llamada nueva trova, hubo también poetas con los que, sobre todo en los inicios, hacíamos recitales juntos. La creación de la Imprenta Nacional de Cuba por Alejo Carpentier fue una fuente constante de ilustración, sobre todo en aquellos primeros años de tanta avidez. De todo eso bebimos.



—A principios de los años 70 trabajó como realizador de bandas sonoras. ¿A qué libro le podría hoy una banda sonora?

—Cierto que he trabajado para el cine y que incluso no hace mucho compuse algunas canciones para un largometraje de animación. Pero ¿bandas sonoras para libros?… Ahora mismo no tengo respuesta para esa pregunta, aunque cuando empezaba a componer recuerdo haber hecho una canción sobre El tábano, de Ethel Lilian Voynich. Años después mi canción “Cayó una estrella” fue testimonio del cuento «Caleidoscopio», de Ray Bradbury. Pero lo más curioso es que hace poco, en enero, hice una canción llamada “Fue la luna”, inspirada en la leyenda El rayo de luna, de Gustavo Adolfo Bécquer.



—Imagino que Bob Dylan será un referente musical para usted, pero sea así o no, me gustaría conocer su opinión respecto al Premio Nobel que le concedieron, ya que eso provocó cierta polémica.

—Siempre he respetado el trabajo de Dylan. Debe de merecer el premio cuando ese jurado, que presumo exigente, consideró que lo merecía. Dylan es parte de una cultura que crea precedentes con cierta facilidad, por ser cultura dominante en lo económico, en lo político y en lo militar. Toda eso da una ventaja enorme en la difusión de la música, del cine, de las ideas. Los artistas honestos, que pertenecen a ese mundo por nacer allí, deben sentir cierta incomodidad por esa ventaja. Me consta que Pete Seeger denunciaba amargamente la responsabilidad de su gobierno por tantas desgracias ajenas. Muchos otros artistas también lo manifiestan. El mismo Dylan, sobre todo en su juventud, escribió canciones lapidarias sobre la rapacidad de los políticos de su tierra, como With God on Our Side. Sea como sea, Dylan es un artista emblemático de la poética entonada.



—Muchas canciones de su discografía podría elegirlas como pertenecientes a mi banda sonora personal, pero permítame la oportunidad de decirle que hay dos que no puedo oír sin escalofrío, parafraseando a Cernuda: “Mujeres” y “Ojalá”.     

—Son canciones de cuando estaba descubriendo el mundo. Dicen que los nacionalismos pasan por el autorreconocimiento en obras que exaltan lo autóctono, las bondades paisajísticas, el dulzor de los frutos de la tierra, las cualidades de sus hijos; asimismo cuando uno empieza a componer va identificándose y nombrándolo todo, como quien hace un inventario. En eso hay una cierta intensidad. Agradecido por su aprecio.



—Dígame algo que no haya dicho ya de su “hermano”, Luis Eduardo Aute.

—Eduardo fue uno de los primeros cantores que admiré de España, gracias a Antxon Ezeiza y a Pepe Egea, cineastas vascos que visitaban Cuba y nos llevaban sus grabaciones. Después fui descubriendo la dimensión humana de Eduardo, su cultura, su diversidad. Por esa capacidad que él tiene de hacer diferentes cosas y de hacerlas bien, siempre he dicho que él es un hombre del Renacimiento. Así, puesto que soy amante de ciertas virtudes perdidas de lo antiguo, fuimos fundando una amistad basada en lo artístico y en lo ético. A estas alturas sus hijos y mis hijos son como hermanos. Somos familia, y no cualquier familia, sino de esas unidas que se comunican y se proyectan.



—¿Cuál de sus canciones podría servir para escribir una novela?

—Todas las canciones son como novelas condensadas. Por razones de espacio suelen ser una síntesis. Pero detrás de todas hay historias que podrían caber en libros, en películas, incluso en óperas.



—¿Con qué escritor o poeta se siente más identificado?

—Hay muchos escritores, músicos, pintores, bailarines y poetas que me han sido importantes y que admiro*. Veo que el mundo sigue dando gente así y pareciera que ahora hay más de todo, aunque quizá por eso mismo es más difícil encontrar paradigmas. Cuando uno empieza a identificarse con los lenguajes artísticos se va enamorando del último que le descubre cosas. No en balde solemos enamorarnos de los maestros. Yo podría llenar un pueblito de amores así.



—¿Qué canción que no sea suya le hubiera gustado escribir?

—“Perla Marina”, “Boda negra”, “Gracias a la vida”, “Los ejes de mi carreta”, «My Funny Valentine», “Desafinado”, “Construcción”, «Eleanor Rigby» y muchas más…



—Si solamente pudiese salvar un libro de su biblioteca, ¿cuál elegiría?

—Si ocurriera el espanto de solo poder salvar un libro, sin dudas salvaría La Edad de Oro, de José Martí. Específicamente la edición que hizo Emilio Roig de Leuchsenring en 1953, año del centenario de nuestro Apóstol. Esa edición, además de contener las cuatro revistas que Martí escribió para los niños, tiene un memorable prólogo del propio Roig, titulado “Martí niño”.



—¿Quién es Niurka González? Sabemos que es una gran flautista y clarinetista, que es profesora del conservatorio de La Habana y que será solista de los conciertos de esta gira, pero tal vez usted podría ampliarme esta información sobre ella.

—Niurka es una flautista asombrosa, y lo es porque pasa muchas horas al día estudiando. Niurka es una excelente maestra que se desvela por sus alumnos, por lo que sus discípulos la adoran. También es una madre ejemplar que, a la vez que sostiene, sabe dejar el legado del gusto por el aprendizaje. Es una persona de mucha calidad humana, la que demuestra a diario en decisiones y actitudes que van desde lo colectivo trascendente hasta lo cotidiano. Y, para colmo de virtudes, es la persona que hace 23 años me soporta.

*Me faltó incluir cineastas