Entrevistó: Alexis Núñez Oliva y Alberto Rodríguez Rosca, La Gaceta de Cuba.
de Noviembre del 1993
Pero si fuera,
Ay mi paisaje
Sólo de ruinas intensas
Tendría la vergüenza
¿A qué más?
Silvio
La memoria del hombre
Partamos de una manoseada y mil veces torcida tesis marxista: el ser social determina la conciencia social. O más sencillo: el hombre piensa como vive. Sin caer en una interpretación vulgar, mecánica o simplificadora de este enunciado, es evidente que tus formas de vida, de un tiempo a esta parte, han cambiado. Muchas personas se preguntan si esas formas cómodas de vida, ganadas y todo, merecidas y todo, no te han hecho caer en la tentación de acomodarte también mentalmente.
Supongo que he tenido todas las tentaciones, las de Cristo y las de Silvio Rodríguez. Pero si no tuviera tentaciones, fuera fácil, no existiera el mérito. El mérito es el triunfo del espíritu sobre las tentaciones. El mérito es la imposición de los dictados de la mente.
Tú dices que hay un modo vulgar de interpretar eso del hombre “piensa como vive”. Quizás, sí, y quizás el hombre piensa como viva, pero también puede ocurrir que piense como interpreta la vida. Puede que el hombre piense y actúe como viva, de acuerdo con sus comodidades, con sus holguras, pero también puede que piense y actúe como le dicta la conciencia. El hombre tiene memoria, el hombre pasó por cosas, y habrá quien sea un desmemoriado, pero no todos los hombres lo son.
Es cierto que ser un músico de éxito, no sólo en Cuba, sino en cualquier lugar del mundo, te pone en el camino determinadas posibilidades, posibilidades que para algunos son privilegios, pero que para otros son conquistas. Yo creo que en mi caso son conquistas. Ahora… ¿para qué uno usa esas conquistas? Es algo que también habría que preguntarse. Si yo estuviera interesado en convertirme en beneficiario absoluto de esas conquistas, no tendría ninguna necesidad de vivir en Cuba. Yo he tenido la posibilidad de ganar mucho dinero. Ser un músico de éxito, en cualquier lugar del mundo, puede proporcionarte un estatus de vida fabuloso, pero yo tengo otras cosas en las que pienso, por las que siento, con las que estoy comprometido.
Yo no puedo echar mi vida por la borda por la simple razón de vivir cinco, diez o quince años más, cómodo, haciendo todo lo que me dé la gana, dándome los caprichos que quisiera, viajando por el mundo, teniendo un yate, un avión particular… Si yo hiciera eso, carecería de significado todo lo que hasta ahora he vivido. Para mí eso es inconcebible.
En aquella primera época –finales de la década del sesenta— tan chocante, tan jodida, varias veces me sorprendí dándole vueltas a la idea de irme del país, entre otras cosas, porque me botaron. Sí, a mí cierta vez me botaron del país.
¿Te dijeron que te fueras?
Me dijeron que no podía trabajar en nada que tuviera que ver con la Revolución. Y cuando yo protesté… ‘¡pero si aquí la Revolución lo es todo!’… con la mejor de las sonrisas me dijeron que lo interpretara como quisiera. Con esas palabras a mí me botaron de Cuba.
Esos disparates sucedían en aquella época. Pero ni siquiera en esos momentos tan nefastos la tentación fue la de irme a cantar y hacerme rico, sino para salir del lado de aquellas imbecilidades y absurdos.
Mi vida yo la siento extraordinariamente ligada al destino de mi pueblo, y cuando digo mi vida, digo todo lo que ella comprende: todo lo que gano, todo lo que tengo, todo lo que alcanzo a hacer. Yo no puedo evitar que mi trabajo me proporcione ciertas ventajas. Sería ridículo que ahora, en nombre de no sé qué arranques de santa contrición, me rebelara contra las ventajas que me proporciona mi trabajo. Pero vuelvo a preguntarme: ¿qué hago con esas ventajas?
Puedo hacer dos cosas: embolsillármelas y gozarlas yo, o ponerlas a disposición de mi país. Y lo segundo es lo que hago. No sé si pienso como vivo, pero lo que sí sé, de lo que sí no me cabe la más mínima duda, es que, aún dentro de Cuba, yo podría vivir muchísimo mejor que como vivo, y si no vivo mejor es por pudor, es por vergüenza.
¿Hay algo que anda mal en Cuba a lo que le has cantado y a lo que te gustaría cantarle?
Seguramente, aunque no estoy seguro de si me gustaría cantarle. Es obvio que hay cosas que andan mal en Cuba, no una ni dos, sino muchas, y si estamos en esta crisis no es solamente por el bloqueo o por el derrumbe del campo socialista; sino por cosas que hemos hecho mal. A lo mejor a algo de eso no le he cantado. Ora porque se me ha escapado, ora porque sencillamente no he tenido deseos de cantarle.
Respecto a esa imagen del crítico, del rebelde, a la que constantemente se recurre, desde los años 67 y 68, cuando empezó a forjarse esa leyenda, es cierto que eran las canciones que más se oían y necesitaba la gente, pero no era la mayoría de mis canciones. Cada diez o quince canciones de amor, patrióticas o de otro tipo, yo hacía una crítica, y es muy curioso cómo ese es el Silvio que la gente rescata, no otro.
Hay un grupo que dice
Sigamos con ese Silvio mínimo y rescatado. Es cierto: una de las acusaciones de que más has sido víctima en los últimos tiempos es la de una supuesta sustitución de una obra sediciosa, indócil, soliviantadora, que tanto te signó en los primeros años, por una complacencia y una moderación que reniegan del espíritu de temas como Resumen de Noticias, Debo partirme en dos, Viven muy felices, Oda a mi generación… Pensemos que hay cierta vileza en muchas de las personas que opinan así, pero pensemos también que no la hay en otras y que se trata de una preocupación honesta, derivada de una reflexión inteligente y bien intencionada. ¿Te has cuestionado seriamente alguna vez la posibilidad de que estas personas tengan razón?
Sí me lo he cuestionado. En primer lugar, salvo algunas exigencias que impone la biología, la madurez, creo que Silvio sigue siendo rebelde, sólo que continúa dominando la persona sosegada, tranquila, reflexiva, que ahora nadie se cuestiona, pero que también fui.
En mi naturaleza no está la agresividad. Me volvieron un poco agresivo las circunstancias y la agresividad ajena. Yo les decía a ustedes que había detectado signos de paranoia en algunas de mis canciones, y es cierto… tuve delirio de persecución, pero no porque fuera agresivo o paranoico, sino porque me persiguieron, sencillamente porque me persiguieron. Entonces me defendía de esa sorpresa que me daba la vida de la mejor manera que pude: con una guitarra y diciendo cosas.
Es probable que ahora pudiera ser más consecuente con aquel Silvio, pero también pienso que ahora soy como soy, justamente, por ser consecuente con aquel Silvio.
Hay quienes piensan que si fuera consecuente con aquel Silvio, no solamente ya no fuera revolucionario, sino yo no fuera revolucionario, porque mucha gente pensó que aquel Silvio a lo que se oponía, con aquellas canciones era a la Revolución.
Yo pienso que soy consecuente con aquel Silvio, porque en estos momentos dramáticos, cruciales, que vive mi país, pongo por delante justamente lo que ponía en aquel momento: el amor a mi Patria.
Ahora bien, y esta sería la segunda cara de la moneda –yo quisiera decirles otra cosa: estoy seguro de que he seguido haciendo ese tipo de canciones cuestionadoras de la sociedad, solo que, tanto en aquella época como ahora, he usado un lenguaje más bien sugestivo, insinuante, y sobre esos presupuestos lo crítico es más difícil de detectar.
Me parece que en los últimos años he escrito bastantes canciones donde tomo partido por cosas importantes, polémicas, partido por la acción, por no hacer canciones neutras y pasivas.
Sucede que, dada esa condición elusiva del lenguaje, alguna gente no se da cuenta, o se da cuenta y no lo interpreta de esa manera, no ve lo crítico, lo polémico que también puede suceder.
En los últimos años –diez años, pues para mí esos son los últimos años- he hecho canciones que van desde Llover sobre mojado hasta El Necio, que indagan y se enfrentan a problemas de la realidad.
¿Qué es lo que pasa? En Llover sobre mojado cuestiono y pongo sobre juicios inquisitivos algunos desatinos de la Revolución, y en El Necio defiendo la Revolución a capa y espada. Porque siempre he creído que si en estos momentos no nos unimos los que queremos la Revolución, si damos lugar a vacilaciones, estamos contribuyendo a un saqueo y aniquilamiento.
Últimamente he hecho canciones que discurren sobre aspectos delicados de nuestra sociedad, como puede ser el problema de la prostitución, que ya no es tan delicado en tanto ha venido a formar parte de nuestras conflagraciones cotidianas, pero en la época en que escribí Flores Nocturnas no lo era.
Antes de Flores Nocturnas hice El Problema, cuando vi que empezó a surgir una generación contestataria, que no siempre contestaba desde la clarividencia y la sensatez y sobre presupuesto esencialmente revolucionarios, sino más bien influida o deslumbrada por todo lo que proyectaba y proponía desde su monopolio propagandístico el american way of life…
Lo que quiero decir es que nunca he dejado de hacer ese tipo de canciones discutidoras, sólo que si antes no eran las más abundantes, ahora tampoco lo son, y lo serán menos mientras la situación en Cuba se haga más tensa y difícil, porque ahora más que nunca siento la responsabilidad de investirme como defensor de la Revolución, y no como su abogado del Diablo, sin renunciar, por supuesto, al abogado del Diablo.
Las cosas que yo amo
En muchos momentos de la Revolución –entre los que resaltan los últimos años— se ha insistido mucho en la necesidad de discernir entre una crítica de mala fe y una crítica de buena fe, a fin de cerrarle el camino a una y hacérselo más transitable a la otra. Alrededor de esta proposición giran varias preguntas.
¿Qué podemos entender como crítica de mala fe y crítica de buena fe?
¿Qué raseros, códigos, reglas de medir, habría que utilizar para separar una de otra?
¿Quiénes manejarían esas medidas…?
No, no, esa se la preguntas al funcionario, al censor, no a mí.
Bueno esta se la dejamos al censor. La última… ¿Cómo hacer práctica una propuesta tan rebosante de subjetivismo y relatividad?
Yo pienso que crítica de buena fe es la que me hace mi madre, la que me hace mi hija, la que me hace mi hermana, la que me hace mi amigo.
Una crítica de buena fe a veces se identifica más por el conocimiento que uno tiene del que hace la crítica, que por el tono mismo de la crítica. A veces no es la crítica en sí, sino de quien o de dónde viene la crítica. Dos personas pueden decirte lo mismo y tú haces una traducción totalmente diferente de lo que te dicen.
Generalmente la crítica de buena fe no es pública, sino cercana, íntima, comprometida, fraterna, mirándote a los ojos. Por lo menos yo lo interpreto de esa manera.
Por supuesto, trasladar eso al mundo de la prensa, del ministerio público, que es a donde ustedes quieren llegar, es un poco más difícil. Porque no hay dudas de que tanto la crítica de buena como de mala fe tienen que ser públicas. Hay tonos que define.
Pero lo que define la buena y la mala fe, más que los tonos, es la presencia o la ausencia del amor. Cuando uno critica algo que quiere, el amor también se sale. Por eso cuando nosotros hablábamos en los primeros años, de nuestras canciones críticas, siempre decíamos que eran canciones autocríticas.
Había un sentimiento de pertenencia.
Claro, era como criticar a la familia. Son críticas que implican un desgarramiento, una aflicción. Tú no criticas en los mismos términos a un hijo que a un extraño. Por algunas razones uno tiende a ser más cuidadoso con el hijo.
Puede ocurrir que uno ponga mucho amor en la crítica que le hace al hijo y que el hijo…
¿No lo reciba así? Puede ocurrir, lamentablemente, ¡y de qué manera! Sí, es algo que ha ocurrido y que va a continuar ocurriendo. Es un problema peliagudo.
Es que se trabaja con grados muy altos de subjetividad. Los límites se vuelven inasibles: dónde termina la buena fe y dónde comienza la mala, dónde el amor y dónde el desamor. Se está corriendo siempre el riesgo de equivocar las líneas que dividen, que en realidad no dividen. Se está corriendo el riesgo de confundir las fronteras.
Sí, a veces se corre el riesgo de que se confundan, pero cuando tú tratas de desprestigiar o ridiculizar algo, no creo que eso se preste a confusión. Sí creo que hay críticas hechas con amor y que no son recibidas de esa forma. Ya lo dije: es lamentable. Pero también hay que reconocer que hay críticas que a todas luces no están hechas con amor.
También hay cosas que uno ama tanto, que no acepta que se critiquen.
También sucede. Aunque con las cosas que uno ama, más tarde o más temprano, se establece una relación crítica. Está el caso de los padres. Uno nace y crece bajo su amparo, bajo su protección bajo su amor. Hay momentos de la vida en que uno necesita conservar muy sólidas las imágenes maternas, paternas, y se dedica a fortalecerlas, pero hay otro momento en que uno necesita destruir esas imágenes para seguir creciendo.
Las huidas, los enconos, las separaciones
Hay una enfermedad que se ha apoderado de la cultura y de la política de nuestro Tiempo, dice Humberto Eco, y para denunciarla ha escrito El péndulo de Foucault. Es una enfermedad de la interpretación que ha influido en todo, en la teología, en la vida psicológica. Su nombre es síndrome de la sospecha. ¿Cómo tú crees que influye en este juego de las interpretaciones el síndrome de la sospecha?
Eso parte, en primer lugar, del conocimiento de la persona. Es como pertenecer a un club, si no tienes carné no puedes entrar, pero para tener carné, tienes que cumplir determinados requisitos. Si lo llevamos al terreno de nuestra historia más reciente –que es a donde, supongo, ustedes lo quieren llevar— el problema se vuelve aún más complejo.
Quieres plantar tu casa en una calle donde vive el tipo más grande y más fuerte del barrio que, por si fuera poco, no te quiere. Entonces cada vez que sales debes hacerlo por lo menos con dos piedras en los bolsillos, para, si te lo encuentras, tirárselas y mandarte a correr. Súmale a eso que la fuerza de ese vecino poderoso y cínico influye en la buena voluntad de los demás vecinos. Entonces ya eso es caldo de cultivo suficiente, no para el exceso de suspicacia, sino para la suspicacia necesaria para sobrevivir. Si después uno se enferma de eso, hasta cierto punto no es ni culpa de uno. Lo han enfermado.
En el caso de la Revolución cubana todo ese asunto del exceso de suspicacia empezó por un problema de supervivencia de la misma Revolución, entendida como una causa sagrada.
Entonces había muchos y muy diversos grados de compromiso dentro de la sociedad. Gentes para las que la causa de la Revolución significaba un poco menos que todo, y así un poquito menos que un poco menos que todo, hasta llegar al último, para el que la causa de la Revolución no significaba nada.
Una sociedad es una organización sumamente compleja y no creo que en nuestro caso el acertijo tenga una solución en la tesis del síndrome de la sospecha, sobre todo cuando está muy claro que nos han hecho sospechar y por eso sospechamos, pero la realidad es que han hecho que se sospeche, porque han querido joder esto, y ustedes lo saben tanto como yo.
Es un asunto complejo y hay a quienes les toca sufrirlo con más intensidad que a otros. No sé quién dijo que en todos los grandes movimientos de masa, siempre había a quienes les pisaban los cayos.
Hay también a quienes les pisan la cabeza. No creo que sea muy fácil hacer una Revolución, un cambio tan radical, tan profundo, en el que participa tanta gente, sin que haya injusticias, sin que haya atropellos, incomprensiones.
Justamente por comprender esto, yo no me quebré. Yo sabía que no era la Revolución la que me ponía obstáculos en el camino. Yo sabía que eran personas que tenían una manera muy particular de ejercer el poder que la Revolución había puesto en sus manos. Otra gente no lo entendió así. Entonces se produjeron las amarguras, las huidas, los enconos, las separaciones.
Las separaciones. Hablemos un poco de las separaciones. Para señalar la separación de algo o de alguien, los romanos crearon la palabra dessidere de donde proviene disidencia, que es separación. Quizás estemos de acuerdo en que una buena porción del arte que se hace fuera de Cuba –por cubanos que integrarían eso que llaman disidencia– forma parte esencial e inseparable de la cultura cubana.
Sí, estamos de acuerdo.
Adentrémonos entonces en los entresijos de esta aparente contradicción: separación que no es separación, sino adherencia, desglose que no es cisma, sino concordia, cópula, unidad.
Es lamentable que para hacer la mejor antología de la literatura postrevolucionaria, Los dispositivos en la flor, Edmundo Desnoes haya tenido que irse de Cuba. Es una pena, y espero que alguna vez, más temprano que tarde, esos proyectos puedan cumplirse aquí.
Que la disidencia política no nos lleve a menospreciar el trabajo literario o artístico de determinados creadores que por determinadas razones, ya políticas, ya económicas, deciden marcharse a otro país.
Porque siempre que se habla de ideas, de ideales, lo relacionan inmediatamente con problemas políticos, cuando la verdad es que a veces tiene más que ver con la disyuntiva del país ideal para desarrollar determinados tipos de arte.
Estoy pensando ahora en los músicos y especialmente en los jazzistas. Se ven tentados a emigrar a los Estados Unidos porque es la meca del jazz.
Como resultado de la política educacional, se crearon en Cuba las escuelas de arte. Todos los años se gradúan artistas de todas las especialidades y cada vez el país cuenta con menos infraestructura para sostener eso. Es un drama real y objetivo, una causa directa de que muchos creadores se enfrentan al dilema de quedarse bajo la presión de esas limitaciones o emigrar.
Que disidencia sea separación y esos creadores llamados disidentes formen parte del cuerpo esencial de la cultura cubana no es una contradicción, es una prueba más de que no siempre se llevan bien un personaje tan suntuoso como la gramática y otro tan desfachatado como es la vida.
Pero volvamos al vocablo disidencia, que es separarse, que es disentir. Disentir es no estar de acuerdo con algo, que no necesariamente quiere decir no estar de acuerdo con todo.
Hay formas y formas de separarse. Tú te puedes separar de una parte, pero no del todo. De eso se trata.
Yo pienso que la palabra disidente nosotros dejamos que se la apropiara y la utilizara el enemigo, porque puedo disentir de veinte cosas que suceden aquí, que han sucedido y que van a seguir sucediendo, pero no estar de acuerdo con esas veinte cosas y separarme de ellas no quiere decir que yo tenga que separarme radicalmente del todo.
Vistas así las cosas, en ese sentido de lo que significa disentir, tener otros criterios sobre determinadas cuestiones internas del país, en ese sentido siempre he sido un disidente, y creo que todavía lo soy.
¿Crees que toda Revolución necesita disidencia?
Yo no sé si la necesita o no, lo que sí sé es que no he visto una revolución sin disidentes. No es que la necesite, es que la produce, espontáneamente y por la más sencilla de las razones, toda la gente no piensa igual.
Esa frase “creyeron que era disidente y no era más que natural”, va justamente a eso. Hay una tendencia a darle una connotación contrarrevolucionaria a la palabra disidencia, y no tiene que ser disidente el que disiente de algo.
Uno puede ser revolucionario y apoyar hasta la muerte la Revolución, y en el momento de la muerte estar disintiendo de muchos aspectos de la Revolución por la que estás muriendo.
Otro tipo de interpretación nos pondrá, pienso yo, frente a la vidriera de los esquemas, y con esquemas no se llega a ninguna parte.
Casi siempre las separaciones tienen su origen en el desarrollo enfermizo de una sospecha, y yo les comentaba hace un momento que las sospechas estaban dadas, generalmente, más por el conocimiento de la persona que por las ideas que esa persona podía sostener o proclamar.
De esos desafueros nosotros fuimos víctimas en los primeros años. Más que desconfianza por el tipo de canción o de mensaje, eran dudas, recelos sobre las personas que firmábamos esos mensajes, porque no habíamos demostrado en la vida lo que valíamos y qué cosas estábamos defendiendo.
Es un modelo de conducta que se repite hoy, pienso, en el caso de Carlitos Varela. Más que rechazo a las canciones de Carlitos, es desconfianza hacia el mismo Carlitos, simplemente. ¿Quién eres tú? ¿Quién es el pigmeo este para venir aquí, después de que tanto se ha jodido uno?
Entonces, ¿crees que hace falta tener estatura para decir las cosas?
Creo que lo único que hace falta es ser capaz de decirlas. Ahora, una vez que eres capaz, tienes que asumir los riesgos que eso implica. Uno no puede pasarse llorando en las esquinas y diciendo “me pegaron”. ¿Tú lo dijiste y asumiste el riesgo? Entonces tienes que asumir las consecuencias. Y mucho más si eres crítico. Tú te estás ubicando en un tramo de la polémica y tienes que asumirte como polemista.
En su libro La libertad, escribe el filósofo inglés Stuart Mill: “Tener algo por cierto, mientras existe un solo ser que lo negaría si pudiera, pero a quien se le impide hacerlo, es afirmar que nosotros y los que piensan como nosotros, somos los jueces de la verdad, pero jueces que resuelven la verdad sin escuchar a una de las partes.” ¿Qué piensas de la intolerancia?
Que es la pasión de los inquisidores. Es lo más breve y cercano que te puedo decir. Claro, ahí entra el problema de las mayorías y las minorías, de lo que está mal y lo que está bien. Si hay algo por lo que el género humano puede llegar a sentir una gran vergüenza, es por no haber sido capaz de hacer una puñetera sola cosa junto.
No hay una sola cosa de todas las que se puedan imaginar, que el género humano no sea capaz de hacerla junto, salvo respirar. Yo creo que eso es una vergüenza.
A veces la intolerancia parte del croquis automático de lo que alguien cree que puede resultar mejor para todos, pero siempre, y de esto sí no tengo dudas, es un atributo del poder. Para tolerar o no tolerar, tú quienes que ejercer algún poder, aunque sea sobre tu mismo cuerpo. Entonces habría que cuestionar en abstracto el poder, teorizar sobre qué es el poder, y sería meterse en zarzales demasiado escabrosos y especulativos.
Cuando aparecieron las primeras críticas sobre nosotros, los cantores de mi generación, recuerdo que algunos –yo incluido— se molestaron.
No entendíamos por qué nos criticaban a nosotros y no a otro tipo de música que se hacía y que era tan mala. Después llegamos a la conclusión de que el crítico no perdía el tiempo en cosas que no valía la pena, ni siquiera criticar. Ahora bien, buena parte de la crítica que se ha volcado sobre mí, en muy pocas ocasiones se ha sustentado en razones extrartísticas, más políticas que artísticas, aunque haya adoptado una forma artística. Como no hay espacio para criticar a la Revolución, me han criticado a mí, una cabeza visible que siempre ha defendido a la Revolución.
¿Esa crítica es dentro o fuera de Cuba?
Yo la he visto dentro y fuera de Cuba. En Cuba ha faltado, falta realmente, una crítica especializada, siempre son pareceres, y siempre hay una carga de subjetividad muy grande. No es una crítica de rigor, musical, literaria. Son opiniones más que críticas.
No ocurre, por ejemplo, en España, donde si hay una rigurosa especialización de la crítica de espectáculos, aunque también se escriben boberías.
¿No te parece que, a pesar de todo, la crítica ha sido demasiado benévola contigo?
Es probable. Pero yo soy uno de los artistas que más ha sido criticado en Cuba. En el ámbito del dime-que-te-diré y en el ámbito de la prensa. En el pasillo doméstico y en la plaza pública.
A mí se me ha criticado desde por ir a un evento vestido de una forma que el crítico ha considerado que no es apropiada, hasta por dar señales de vejez, como si uno no tuviera derecho a envejecer.
Alguna gente hace cosas que yo no puedo hacer porque en mi caso no pasan inadvertidas. No importa si son más o menos terribles. Mil artistas han hecho giras por la Patria. A mí se me ocurrió hacer una Gira por la Patria, y no se imaginan la que se armó.
Si no hago giras por el país, es porque nada más canto en el extranjero, y si hago giras, es porque las hago. A veces pienso que hay dormida ahí –y a veces no tan dormida– una especie de ojeriza, de animosidad, y quizás sea resultado de esa leyenda de tipo pesado que continúa tan disciplinadamente detrás de mí.
O quizás sea porque permanecen en la memoria de la gente aquel Silvio de la adolescencia que hacía canciones críticas, que estaba autorreafirmándose y tratando de ganar un espacio, al que trataban de aplastar y él trataba de no ser aplastado… entonces, cuando lo comparan con este… Porque aquel Silvio, insisto, creó la sensación en mucha gente de que no estaba con la Revolución, y tanto así, que algunos ideólogos contrarrevolucionaros, en Miami y en otros sitios –Montaner, Valladares y compañía– en varias oportunidades se han referido a mí y siempre tratando de tergiversar la historia: Silvio se enfrentaba a la Revolución en las primeras canciones y ya no se enfrenta.
Silvio traidor.
Eso, el Silvio de los noventa traicionando al Silvio de los sesenta. Pero fíjense si ha habido encarne, que conozco el caso de profesores de la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana que le han enseñado a sus alumnos que yo soy un traidor a mi generación.
Conozco que se han hecho tesis musicológicas para destruir o desacreditar el valor de mis canciones. Pienso que pocos artistas han despertado tanta malquerencia. A veces me pregunto por qué.
Claro, es un problema que tiene, por suerte, compensación, porque si bien es cierto que mis canciones –y a veces he pensado que hasta el simple hecho de yo existir– han desatado tanta furia, también lo es que han desatado un amor. Es cierto que ha habido una de cal, pero también lo es que ha habido otra de arena.
Yo lo decía en una canción de los años sesenta… “yo sé que hay gente que me quiere / yo sé que hay gente que no me quiere /”…
Hablábamos al principio de comodidades, ventajas, conquistas… Hagamos que también esta serpiente se muerda la cola. Si ahora todo eso, de golpe despareciera… ¿te bastaría, otra vez, la vergüenza?
Yo supongo que sí. A mí no me gusta orinar contra el ventilador. Prefiero que sea la vida la que dé esas respuestas, pero supongo que sí… ¿a qué más?