Por: José Armas L, para la revista Verde Olivo, Cuba.
25 de Junio del 1967
25 de Junio del 1967
La cara de Eva Rodríguez se ha proyectado en las pantallas de los televisores y ha anunciado una sorpresa. Se trata de un nuevo valor. Un compositor e intérprete cuyo nombre habrá que recordar: Silvio Rodríguez...
Pero este reportaje no debe empezar ahí, sino en otra parte.
Debe empezar cuando faltándole unos meses para cumplir su Servicio Militar escribe en el inicio de una de sus poesías:
“Camarada recluta ya tú sabes que yo voy abajo...”
Y Silvio Rodríguez, el recluta camarada, ya fue abajo.
Aquella poesía, junto a otras, le valen Primera Mención en un concurso auspiciado por las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, abandona su despunte de escritor. Una vocación nueva le toca en el espíritu con más fuerza.
Conversando una tarde, me dice:
–Decididamente, me dedico a la música.
–Eso es cosa tuya -creo que le contesté-. La música tiene mucho de poesía y seguro que logras creaciones magníficas.
EN EL TRABAJO
Silvio rasga la guitarra en sus ratos libres. La guitarra ha sido para él su arma de campaña. Escribe cuartillas y le pone música. Cuando el último Estado de Alerta toca y canta hasta la madrugada. La música moderna se le ha infiltrado con fuerza y él la torna medio música, medio poesía.
Un día conoce al compositor Mario Romeu y cierta tarde se aparece con unos papeles bajo el brazo, llenos de pentagramas y de signos mágicos. Me dice:
–Mario le ha hecho arreglos a dos de mis números, sin cobrarme un centavo.
De ahí en adelante, ha sido cuestión de tiempo.
TARDE DE ENSAYO
Estuve sentado junto a él el día de ensayo. Fue en los estudios de televisión del Focsa. Le brindé un cigarro y no quiso y luego me pidió uno. Tuve la impresión de que a pesar de su aparente tranquilidad estaba indudablemente nervioso. Era lógico. Aquello era el preludio de su presentación ante los televidentes de toda Cuba.
En los ensayos le precedieron Los Zafiros, Marta Justiniani, Alba Marina, Dulzaides y su combo con Regino Tellechea...., en fin, todos estrellas.
Le dije en un arranque honesto:
–Tengo una preocupación, y es ésta: Vas a hacer tu debut dentro de un elenco verdaderamente fuerte. A lo mejor esto te resta brillo.
Se sonrió y me respondió:
–No..., -y encogió los hombros.
–Bueno, –argumenté después– así es mejor. Si ibas a actuar en Música y Estrellas no podías esperar otra cosa. Además, el que tiene calidad, la tiene.
Guardamos silencio y prestamos atención a esa tarea cotidiana, alegre y siempre dura del artista: los ensayos.
Las luces y cámaras se movían constantemente. Se apagaban, se encendían. Los números se repetían. No servían. Sí servían. Ponían este objeto. Quitaban aquel. Mandaban a hacer silencio a la gente. Rifat, desde su cabina, dirigía con precisión y buen gusto.
–¡Silvio! -lo llamaron a ensayo.
EN ESCENA
La cara de Eva Rodríguez se ha ido de la pantalla y entra en onda el joven compositor. Interpretará dos canciones suyas. Aparece sentado en una banqueta con su guitarra. Los dedos empiezan a resbalarle por las cuerdas. Un susurro de violines es la música de fondo. Poco a poco el joven compositor va entrando en el mundo que ha soñado. Un mundo fascinante, raro, cósmico, misterioso. Empieza a describirlo y se ve colgado de un árbol, en un raro paisaje. La tierra se le ha vuelto rojiza. El cielo en vez de azul es púrpura y el sol se ha puesto blanco. El árbol se estremece al golpe de la brisa que agita las ropas de ella. Ella lo suelta de sus labios y juntos descienden para besar la tierra amada.
Silvio Rodríguez, el camarada recluta que fue abajo, está en camino del éxito. Recuerden el nombre.
Pero este reportaje no debe empezar ahí, sino en otra parte.
Debe empezar cuando faltándole unos meses para cumplir su Servicio Militar escribe en el inicio de una de sus poesías:
“Camarada recluta ya tú sabes que yo voy abajo...”
Y Silvio Rodríguez, el recluta camarada, ya fue abajo.
Aquella poesía, junto a otras, le valen Primera Mención en un concurso auspiciado por las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, abandona su despunte de escritor. Una vocación nueva le toca en el espíritu con más fuerza.
Conversando una tarde, me dice:
–Decididamente, me dedico a la música.
–Eso es cosa tuya -creo que le contesté-. La música tiene mucho de poesía y seguro que logras creaciones magníficas.
EN EL TRABAJO
Silvio rasga la guitarra en sus ratos libres. La guitarra ha sido para él su arma de campaña. Escribe cuartillas y le pone música. Cuando el último Estado de Alerta toca y canta hasta la madrugada. La música moderna se le ha infiltrado con fuerza y él la torna medio música, medio poesía.
Un día conoce al compositor Mario Romeu y cierta tarde se aparece con unos papeles bajo el brazo, llenos de pentagramas y de signos mágicos. Me dice:
–Mario le ha hecho arreglos a dos de mis números, sin cobrarme un centavo.
De ahí en adelante, ha sido cuestión de tiempo.
TARDE DE ENSAYO
Estuve sentado junto a él el día de ensayo. Fue en los estudios de televisión del Focsa. Le brindé un cigarro y no quiso y luego me pidió uno. Tuve la impresión de que a pesar de su aparente tranquilidad estaba indudablemente nervioso. Era lógico. Aquello era el preludio de su presentación ante los televidentes de toda Cuba.
En los ensayos le precedieron Los Zafiros, Marta Justiniani, Alba Marina, Dulzaides y su combo con Regino Tellechea...., en fin, todos estrellas.
Le dije en un arranque honesto:
–Tengo una preocupación, y es ésta: Vas a hacer tu debut dentro de un elenco verdaderamente fuerte. A lo mejor esto te resta brillo.
Se sonrió y me respondió:
–No..., -y encogió los hombros.
–Bueno, –argumenté después– así es mejor. Si ibas a actuar en Música y Estrellas no podías esperar otra cosa. Además, el que tiene calidad, la tiene.
Guardamos silencio y prestamos atención a esa tarea cotidiana, alegre y siempre dura del artista: los ensayos.
Las luces y cámaras se movían constantemente. Se apagaban, se encendían. Los números se repetían. No servían. Sí servían. Ponían este objeto. Quitaban aquel. Mandaban a hacer silencio a la gente. Rifat, desde su cabina, dirigía con precisión y buen gusto.
–¡Silvio! -lo llamaron a ensayo.
EN ESCENA
La cara de Eva Rodríguez se ha ido de la pantalla y entra en onda el joven compositor. Interpretará dos canciones suyas. Aparece sentado en una banqueta con su guitarra. Los dedos empiezan a resbalarle por las cuerdas. Un susurro de violines es la música de fondo. Poco a poco el joven compositor va entrando en el mundo que ha soñado. Un mundo fascinante, raro, cósmico, misterioso. Empieza a describirlo y se ve colgado de un árbol, en un raro paisaje. La tierra se le ha vuelto rojiza. El cielo en vez de azul es púrpura y el sol se ha puesto blanco. El árbol se estremece al golpe de la brisa que agita las ropas de ella. Ella lo suelta de sus labios y juntos descienden para besar la tierra amada.
Silvio Rodríguez, el camarada recluta que fue abajo, está en camino del éxito. Recuerden el nombre.