Amigas y amigos de Ecuador:
Gracias por ser tan generosos, dándonos este premio y proponiéndonos la antología; gracias por cruzar el mar para compartir este momento con nosotros. Muchas gracias por aceptar que este fuera un acto sencillo, aquí, en el Proyecto Ojalá, mi centro de trabajo. Porque desde hace casi 30 años Ojalá no sólo guarda nuestro quehacer musical. Desde sus inicios Ojalá viene realizando proyectos como las giras por las prisiones y por los barrios; Ojalá ha publicado libros y ha convocado concursos. Además, ha apoyado a innumerables estudiantes de música en sus proyectos personales y también a diversos talentos sin casas de discos. Por eso hoy podemos afirmar que nuestro estudio de grabación ha donado la inmensa mayoría de su trabajo.
Para el Proyecto Ojalá han sido fundamentales seres como María de los Ángeles, Orlando Núñez, Lucy Romero, Mirtha Almeida, Maykel Bárzagas (que hizo con sus manos el estudio), Juan Mario, Ana Lourdes, Olimpia Calderón, Enzo, Amín Blanco, Orlandito, Jorge, Gerardo, Rafaelito, Javier, y colaboradores más recientes como Merlin, Amelia, Lisett, María Alejandra y Felito, sin olvidar a nuestra perrita Doris.
Siempre recuerdo con especial cariño a nuestra querida vecina Marina, que acabó ayudándonos aquí en muchas cosas. Y quiero agregar que todos los días doy gracias en silencio a nuestra incansable Caridad, que nunca falta y siempre está ocupándose de algo.
Por eso quise que fuera aquí este encuentro, porque Ojalá es una prolongación de mi casa y estas compañeras y compañeros son parte de mi familia; porque aquí estoy a diario; y porque este es un lugar que me gustaría que siguiera existiendo, más allá de nosotros, como prolongación familiar.
Pero... como esto se trata de poesía, debo empezar reconociendo que ignoro lo que es la poesía, aunque a veces pudiera sospechar donde queda. Por ejemplo, la escucho en voces del pueblo, cuando este dice rabo de nube, en vez de tornado; o cuando dice agua del tiempo, para explicar que no está fría.
Por supuesto, también existen los llamados poetas. Los hay que escriben en esos códigos íntimos con que nos hablamos a nosotros mismos, como César Vallejo. O los que usan frases largas, comunes, coloquiales para contar situaciones y sentimientos, como Roberto Fernández Retamar.
Y, por supuesto: también hay cantores poetas, que es a lo que yo pudiera parecerme, porque en Cuba existe una tradición de gente con guitarras que a fines del siglo 19 y a principios del 20 se decían poetas. Y cuentan que fueron llamados trovadores porque la poesía provenzal era cantada. Otros dicen que incluso por Homero, que entonaba la Ilíada y la Odisea tocando una lira.
Lo mío fue mucho más sencillo: yo pasaba el servicio militar y me aburría, hasta que un compañero llamado Esteban Baños, de oficio zapatero, ocupó la cama de al lado y trajo una guitarra. Eso, unido a lecturas que hacía desde niño, por culpa de mi padre, Dagoberto, fue el origen de todo. Por supuesto, tomando muy en cuenta que mi madre, Argelia Domínguez –de los Palomares de La Loma, en el Arigüanabo–, cantaba todo el día limpiando, cocinando, haciendo peinados, cortes de pelo y permanentes, y dándome cocotazos para que entrara al baño.
Y eso es todo. Cuando triunfó la Revolución yo acababa de cumplir 12 años. Todos los niños, como nuestros mayores, admirábamos a los barbudos de la Sierra Maestra y queríamos ser parte de la vida prometedora que empezaba a abrirse a nuestro país. Por eso nos incorporamos a la campaña de Alfabetización y en un año dejamos a Cuba sin analfabetos; por eso nos inscribimos en las milicias cuando nos invadieron por Playa Girón; por eso nos acuartelamos cuando nos amenazaron con bombas atómicas, en octubre de 1962; por eso ingresamos al servicio militar en 1964 y cuando nos desmovilizamos, tres años después, a mí me tocó la grandísima suerte de que un genio de la música llamado Mario Romeu se fijara en un jovencito con botas rusas que arañaba la guitarra. Ahí empezó todo.
Pero hay que decir que en La Habana ya hacían canciones muy buenas algunos jóvenes más o menos de la misma edad, como Martín Rojas, Eduardo Ramos, Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú –por solo mencionar algunos–. Y de pronto la prensa cayó en cuenta de que había una nueva generación de trovadores, y como el mundo entonces hablaba de la “nueva Cuba” inaugurada por la Revolución, empezaron a decir que había una “nueva trova”.
Así fue todo.
Ahora, escuchándole decir a algunos que este homenaje se lo hacen más a ustedes mismos que a mí, les confieso que cada vez que hacía un programa de televisión o me llamaban para algo importante, tenía la íntima sensación de haber logrado engañar al mundo. Y juro que todavía me pasa.
Disculpen. Muchas gracias.
La Habana, 03 de octubre de 2023.