24 de Mayo del 2011
Por: Vivian Núñez
Fuente: http://segundacita.blogspot.com/
Fotos: Silvio
Por: Vivian Núñez
Fuente: http://segundacita.blogspot.com/
Fotos: Silvio
No hizo falta alas
“¡A llorar, que se perdió el tete!”, exclamó Ana María emocionada, cuando Omara Portuondo subió al improvisado escenario para cantar junto a Silvio Rodríguez “La era”, en una tarde-noche en la que el barrio habanero de El Fanguito brilló como nunca antes.
Mayo está terminando y casi no ha llovido. Pero el 22, a las 7:00 pm, comenzó la mayor lluvia del mes. La trajo Silvio y en ese barrio capitalino, en las márgenes del río Almendares, todo se hizo más limpio y reluciente.
El trovador cantó 17 canciones en un concierto de dos horas, más de la mitad de ellas bajo el agua, un aguacero en venganza que se llevó todo lo feo. Los vecinos y otros llegados desde barrios cercanos, quizás para algunos más distinguidos, permanecieron allí todo el tiempo. No había ido nadie puerta por puerta a citarlos, ni firmaron listas de compromiso, ni se les prometió una merienda fuerte.
En las azoteas se situaron grandes sombrillas para guarecerse; tras las ventanas entreabiertas se amontonaron los rostros, y al final de la calle principal, de frente al escenario, un grupo de jóvenes bailó improvisadas coreografías cuando los temas llegaban con ritmo de son o guaracha.
“Aquí vengo sin ser convocado por nadie”, había dicho el poeta, quien aseguró que “en estos momentos es muy importante que pueblo y artistas estemos unidos”.
El concierto lo inició el trovador dominicano José Antonio Rodríguez, quien expresó que “no conocía un proyecto de esta naturaleza; tenía que nacer del alma enorme de Silvio”. Un poeta del barrio, Héctor Arturo, preparó unas décimas que la lluvia le impidió leer. En ellas recordaba a Mojarra, su amigo el pescador, y la miseria que vivió en épocas pasadas. Y concluyó así:
Ahora Mojarra está muerto
pero en mi mente parece
que en El Fanguito aparece
para aplaudir el concierto.
Lo sé contento y despierto,
sin destrozados horcones,
sin invernales fogones
y yo escucho que Mojarra
pide a Silvio la guitarra
y entona nuevas canciones…
Omara, de 81años, la del cuarteto De Aida, la del Buena Vista Social Club, la del Grammy, la de siempre, subió primero al escenario cantando “rapidito, para que no se mojen”, y volvió después para hacer dúo con Silvio. “Eso sí es una diva”, afirmó Rubén, quien no llega a la treintena y se sabía completa la emblemática “Veinte años”.
Cuando comenzó Silvio los aplausos y los vivas lo recibieron y, a partir de ahí, un coro espontáneo y entonado lo acompañó en todas las piezas, sin cancioneros ni papeles entregados antes con las letras.
“Cómo no voy a saberme estas canciones si me han acompañado toda la vida”, me comentó Carmelina, quien entre sollozos decía: “!Ay Silvio, me vas a matar del corazón¡”. Ella lleva 30 años viviendo en ese lugar y llegó un poco tarde al concierto, directamente desde el trabajo porque, aseguró, “el transporte está muy malo”.
Un mulato joven y alto, con una hermosa voz de tenor y un estridente silbato que estuvo sonando todo el tiempo, estableció un singular diálogo con el trovador. Cuando, en “El necio”, Silvio recordaba que “dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la Revolución se venga abajo”, él respondió con ironía: “Sí, cómo no”, y cuando el poeta interpretó junto a Omara “Demasiado”, él aseguró, como para sí, “demasiado Cuba”.
Otro vecino, un poco mayor, entonaba “Ojalá” cuando un grupo de niños intentaban abrirse paso a empujones para alejarse del concierto. “Sigan, sigan con el reguetón, que no saben lo que se están perdiendo”, les comentó.
Y una mujer cincuentona, con su hijo, compartió conmigo las canciones, y solo lamentó que el cantautor no interpretara “Monólogo”. Yo quería “Supón”. Ambas nos comprometimos a encontrarnos en la próxima cita, a ver si tenemos mejor suerte.
Este fue el concierto número catorce de los que Silvio está ofreciendo por barrios habaneros, esos lugares en los que las carencias materiales se hacen más visibles y la cotidianidad más estresante.
Pero esa tarde-noche, en El Fanguito, Ana María, Rubén, Carmelina, el mulato joven, el señor mayor, mi compañera de canto y yo, fuimos un tilín mejores. No nos hizo falta alas para hacer un sueño.
“¡A llorar, que se perdió el tete!”, exclamó Ana María emocionada, cuando Omara Portuondo subió al improvisado escenario para cantar junto a Silvio Rodríguez “La era”, en una tarde-noche en la que el barrio habanero de El Fanguito brilló como nunca antes.
Mayo está terminando y casi no ha llovido. Pero el 22, a las 7:00 pm, comenzó la mayor lluvia del mes. La trajo Silvio y en ese barrio capitalino, en las márgenes del río Almendares, todo se hizo más limpio y reluciente.
El trovador cantó 17 canciones en un concierto de dos horas, más de la mitad de ellas bajo el agua, un aguacero en venganza que se llevó todo lo feo. Los vecinos y otros llegados desde barrios cercanos, quizás para algunos más distinguidos, permanecieron allí todo el tiempo. No había ido nadie puerta por puerta a citarlos, ni firmaron listas de compromiso, ni se les prometió una merienda fuerte.
En las azoteas se situaron grandes sombrillas para guarecerse; tras las ventanas entreabiertas se amontonaron los rostros, y al final de la calle principal, de frente al escenario, un grupo de jóvenes bailó improvisadas coreografías cuando los temas llegaban con ritmo de son o guaracha.
“Aquí vengo sin ser convocado por nadie”, había dicho el poeta, quien aseguró que “en estos momentos es muy importante que pueblo y artistas estemos unidos”.
El concierto lo inició el trovador dominicano José Antonio Rodríguez, quien expresó que “no conocía un proyecto de esta naturaleza; tenía que nacer del alma enorme de Silvio”. Un poeta del barrio, Héctor Arturo, preparó unas décimas que la lluvia le impidió leer. En ellas recordaba a Mojarra, su amigo el pescador, y la miseria que vivió en épocas pasadas. Y concluyó así:
Ahora Mojarra está muerto
pero en mi mente parece
que en El Fanguito aparece
para aplaudir el concierto.
Lo sé contento y despierto,
sin destrozados horcones,
sin invernales fogones
y yo escucho que Mojarra
pide a Silvio la guitarra
y entona nuevas canciones…
Omara, de 81años, la del cuarteto De Aida, la del Buena Vista Social Club, la del Grammy, la de siempre, subió primero al escenario cantando “rapidito, para que no se mojen”, y volvió después para hacer dúo con Silvio. “Eso sí es una diva”, afirmó Rubén, quien no llega a la treintena y se sabía completa la emblemática “Veinte años”.
Cuando comenzó Silvio los aplausos y los vivas lo recibieron y, a partir de ahí, un coro espontáneo y entonado lo acompañó en todas las piezas, sin cancioneros ni papeles entregados antes con las letras.
“Cómo no voy a saberme estas canciones si me han acompañado toda la vida”, me comentó Carmelina, quien entre sollozos decía: “!Ay Silvio, me vas a matar del corazón¡”. Ella lleva 30 años viviendo en ese lugar y llegó un poco tarde al concierto, directamente desde el trabajo porque, aseguró, “el transporte está muy malo”.
Un mulato joven y alto, con una hermosa voz de tenor y un estridente silbato que estuvo sonando todo el tiempo, estableció un singular diálogo con el trovador. Cuando, en “El necio”, Silvio recordaba que “dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la Revolución se venga abajo”, él respondió con ironía: “Sí, cómo no”, y cuando el poeta interpretó junto a Omara “Demasiado”, él aseguró, como para sí, “demasiado Cuba”.
Otro vecino, un poco mayor, entonaba “Ojalá” cuando un grupo de niños intentaban abrirse paso a empujones para alejarse del concierto. “Sigan, sigan con el reguetón, que no saben lo que se están perdiendo”, les comentó.
Y una mujer cincuentona, con su hijo, compartió conmigo las canciones, y solo lamentó que el cantautor no interpretara “Monólogo”. Yo quería “Supón”. Ambas nos comprometimos a encontrarnos en la próxima cita, a ver si tenemos mejor suerte.
Este fue el concierto número catorce de los que Silvio está ofreciendo por barrios habaneros, esos lugares en los que las carencias materiales se hacen más visibles y la cotidianidad más estresante.
Pero esa tarde-noche, en El Fanguito, Ana María, Rubén, Carmelina, el mulato joven, el señor mayor, mi compañera de canto y yo, fuimos un tilín mejores. No nos hizo falta alas para hacer un sueño.