22 de Octubre del 2018
Por: Alejandro Mareco
Fuente: Vos
Por: Alejandro Mareco
Fuente: Vos
“Viene una cosa que sólo la sinceridad destroza”. Puede nacer con las palabras apretadas de una encrucijada de la vida y de la historia, o las sosegadas que brotan del fondo de un sentimiento o de una revelación en busca la luz… El asunto es que Silvio Rodríguez siempre tiene una canción urgente en la punta de los labios de su guitarra.
Hubo centenares de versos suyos que estremecieron la sensibilidad de la conciencia, esos con los que al cabo de todos estos años de canciones estableció una comunicación intensa, tan íntima como colectiva. Pero el gigante artista cubano quiso que fuese el último de un tema nuevo, llamado Viene la cosa, el que quedara flotando sobre el murmullo del inmenso gentío en retirada.
Lo hizo al cabo de dos horas largas y 25 temas de un recital conmovedor hasta la conmoción, justo cuando el amasijo de emociones ya no distinguía las porciones de sus ingredientes: plenitud de un momento cargado de ahora y de décadas; gratitud por haber compartido con su boca un puñado grande de sus canciones más queridas; admiración por la constancia de su fecundidad.
Sensaciones prometidas
El jueves por la noche, el Orfeo y su contexto habían sido el paisaje de la impaciencia de una extraordinaria multitud por llegar hasta la butaca de las sensaciones prometidas.Silvio se asomó 10 minutos antes de las 10, con gorra y barba blanca. Traía consigo una fantástica banda de siete músicos que ensanchó el universo de sus temas. Entre los músicos, Niurka González, flauta traversa y clarinete –única mujer de la banda–, recogió su propio fragmento de ovaciones por sus notables intervenciones.
La voz de Silvio tiene el mismo color, el que siempre ha funcionado como llave para abrir el pecho de sus auditorios. Sostuvo algunas canciones en el viejo registro aunque, sobre todo al comienzo, en los puntos más altos dejaba expuesto un esfuerzo en el intento de subir. Ese esfuerzo es también parte de su retrato, de su modo de plantarse frente a los 71 años.
En otros temas, modificó los contornos de la línea de la melodía, casi como planteando una segunda voz para que la gente se ocupara de la primera. Pero no siempre fue sencillo acompañarlo, porque no se trataba sólo de atajos sino de inspiradas reinvenciones, como sucedió con Óleo de una mujer con sombrero o Pequeña serenata diurna. Esto también es parte de su retrato: su manera de frasear manejando los compases terminaba dejando en claro su palabra, sin perderse en el coro del coro del gentío.
También invitó a cantar, por supuesto: por ejemplo, a la hora del estribillo de La Maza, la canción que le puso ardor al ánimo de gran parte del estadio. Acaso por eso, apenas un tema después, la gran parte del estadio se tomó su minuto para cantar el consabido estribillo contra el presidente Macri, frente a su atenta mirada.
Cuando sonó Ojalá, ya en turno de bises, el coro de la gente sería indetenible; hasta es posible que tanta vibración llegara hasta los fondos de los placares donde se arrumban los viejos casetes. Además, sí, quedó la sensación de que la cosa es como vienen advirtiendo en las redes: no dice “un disparo de nieve”, como cantamos hasta ahora, sino “un disparo de Nievi” (nombre de un francotirador ruso).
Del extraordinario talento de Silvio Rodríguez para zurcir versos, palabras con notas y hacer que el verso y la melodía vistan el mismo traje, lo que más asombra es lo que han venido a decir sus canciones.
Pasó cuando, luego de advertir que una del repertorio estaría dedicado a la lucha de la mujer, cantó Eva. Hace 30 años que la canción afirma: “Eva sale y remonta vuelo, Eva deja de ser costilla”. Por eso también tuvo sentido salir del Orfeo rumiando el último verso de la noche: la sinceridad es la gran puerta por abrir para enfrentar un mundo y un tiempo cínico.
Del retrato de Silvio Rodríguez, una vez más nos quedó cierto el trazo de sí que pintara en El Necio: “Yo no sé lo que es el destino... Yo me muero como viví”. Cierto y definitivo.