Por: Marcelo Contreras
Fuente: La Tercera
Fotos: Daniel Mordzinski
El público sigue tibiamente los versos de El pueblo unido al interior del Movistar Arena colmado hasta la última fila la noche del lunes, algo impaciente porque el boleto dice 21 horas Silvio Rodríguez y vamos para el cuarto de hora sin movimientos en el escenario, mientras afuera se mercadean poleras y cintillos con el nombre del astro cubano en medio de food tracks, snacks, salones con siglas y toda esa terminología anglo mercantilista representante del triunfo neoliberal. Hora y media más tarde antes del bis, Silvio Rodríguez dirá “viva el Ché” y habrá aplausos y vítores de vuelta, pero no mucho más, un eco con menos repeticiones que en el pasado.
Corren otros días y la mayor leyenda viviente en nuestro idioma de la canción consciente y poética está de vuelta en Chile recorriendo Concepción, Santiago y Viña hasta el domingo, para cantar mayoritariamente sus clásicos y hablar poco y nada más allá de presentar a los músicos y personal técnico como un gesto reivindicativo de una mirada colectiva; comprender que él no está ahí parado por las suyas para recibir todos los aplausos, sino la existencia de un equipo detrás que le permite ese lucimiento.
Curiosamente cuando al término del primer bloque de nueve canciones Silvio Rodríguez se quedó a solas en el escenario sin la exquisita compañía de su banda de virtuosos, la sensación fue que este hombre de 71 años podría sentarse con la guitarra y apenas un foco encima por horas, cantando composiciones emblemáticas grabadas a fuego en los recuerdos, aún cuando no seas fan. Porque Silvio Rodríguez está en la memoria colectiva de una manera única en la historia de la cultura de este país por su rol clave en años en que la gente, más allá de bandos, necesitaba un refugio emocional ante la opresión reinante. Consigue encantar a audiencias muy distintas, personas que por esta distribución de compartimento estanco nacional se pueden identificar fácilmente por estrato y vereda política. Silvio los reúne a todos y hace que la gente que piensa tan distinto conviva casi dos horas urdiendo voces y sentimientos que finalmente humanizan en torno a una encantadora melancolía que nadie quiere disipar.
A pesar de la interpretación sublime de los músicos que recoge las sutilezas del jazz en fusión con los coquetos timbres del Caribe, el sonido no fue el mejor. El contrabajo y el piano sufrieron a manos de la batería. La voz y el sonsonete de Silvio no son exactamente los mismos después de medio siglo de canto profesional, y siempre resulta comprensible porque el paso del tiempo y el oficio cobran su precio. Te amaré y Óleo de mujer con sombrero fueron acomodadas con una elasticidad que funciona como guía entre él y los músicos que decanta en canciones aparentemente libres y de movimientos serpenteantes, a pesar de las estrictas partituras. La sutileza de los alargues como en Quien fuera, con ese listado de gigantes donde caben Violeta y Chico Buarque (y donde perfectamente él también podría figurar), las florituras en América y los quiebres progresivos de El Necio, fueron demostraciones sublimes de esta fluidez de los cubanos que en Latinoamérica sólo compite con la gracia de los músicos brasileños.
El público de Silvio Rodríguez siempre pide temas o le gritan te amo hombres y mujeres por igual mientras él se refugia en sus audífonos, sus lentes y mirar la partitura, convirtiendo la gigantesca sala en un acogedor estudio con algunos espectadores. No son señales de aislamiento sino de crear una experiencia cercana donde la música y la letra sean nítidas y la gente pueda sumar sus voces. Hubo incontables karaokes perfectamente coordinados como en Eva y La Maza, pero no fueron exactamente iguales en intensidad al sobrecogimiento que provoca Santiago de Chile. Siempre encarna otra carga emotiva por la tristeza del Golpe y la experiencia del propio músico de visita en septiembre de 1972, en los días en que la Unidad Popular comenzaba a hacer agua. La complicidad con el público, una audiencia que además congrega muchísima juventud como señal de una relación vital con el artista cubano, condujo aplausos por anticipado en Pequeña serenata diurna.
Hubo un bis y luego otro con Sueño con serpientes. No hubo más palabras ni mensajes. Suficiente con un cancionero clásico e histórico.