15 de Mayo del 2016
Por: Alberto Montoya Alonso
Fuente: CANCIONEROS.COM
Fotos: Alberto Montoya Alonso
Por: Alberto Montoya Alonso
Fuente: CANCIONEROS.COM
Fotos: Alberto Montoya Alonso
El cantautor, guitarrista, poeta y trovador cubano Silvio Rodríguez ha pasado por España en una Gira que comenzó el 3 de Abril del 2016 en Donosti y terminó el pasado día 4 de Mayo en un multitudinario Concierto de Barrio, gratuito, en Vallecas, en compañía de Luis Eduardo Aute, Ismael Serrano y Luis Pastor.
Fundador y uno de los máximos exponentes no sólo de la Nueva Trova Cubana sino de la canción popular a nivel mundial, Silvio Rodríguez en el umbral de los 70 años, ha ofrecido las canciones de su última producción discográfica Amoríos recién editada en España y publicada en Cuba en Noviembre de 2015. Una vez más la misma magia en persona ha recorrido 11 escenarios de nuestro país dejando ganas de más y de más.
Silvio regresaba tras 9 años desde su última visita, cuando vino presentando el doble disco Érase que se era, curiosamente también formado, como Amoríos, con viejas canciones abandonadas en el cajón de la oportunidad.
En esta ocasión, además de Amoríos, vino también acompañado de algunos de los grandes clásicos de su extensa discografía y estuvo secundado en escena por el excelente Trío Trovarroco, (Rachid López, guitarra, Cesar Bacaró, bajo y Maykel Elizarde, tres cubano), la excelsa flautista y clarinetista, además de ser su esposa, Niurka González y el no menos excelente Oliver Valdés en la batería y la percusión, así como el prodigio de Jorge Reyes en el contrabajo, Jorge Aragón en el piano y Emilio Vega en el vibráfono.
El extraordinario, limpio y magnífico sonido estuvo a cargo de Olimpia Calderón y el gran, el incombustible Jerzy Belc y todo el entramado de luces, pantallas, escenario y backstage en las manos y el trabajo de decenas de anónimos imprescindibles.
La nueva producción discográfica del necesario e imprescindible trovador cubano Silvio Rodríguez, imprescindible en el sentido en que hablaron Neruda y Brecht, tomó camino de vuelta de ultramar y ha estado navegando por los mares de este país, confusamente gobernado y desgobernado por los políticos que se escurren detrás de las cortinas de sus sedes eludiendo responsabilidades y/o de los que montan un circo ciudadano pactado a la medida de la intransigencia.
Ante la hipocresía político mediática sin razones matemáticas de poder mantenerse, Silvio nos ofrece la poesía y la música de la verdad que se alcanza peleando por la vida, desde que echamos a andar a la vera de un río, de un mar o de un senderito fino y delgado por el que sólo caben la sombra de los elegidos.
Alforja llena de Amoríos que va vaciando sus fondos de maravilla y esperanza hasta quedar cansada de gozo y encuentro en el corazón de los otros. Así este tan viejo como joven trovador que nació en una aldeíta rodeada de un río llamada San Antonio de los Baños, hoy ha llegado a la capital pimentonera, tan cerca y tan lejana de mi tierra andaluza almeriense y ha dejado en el cuajado recinto de lo que antes había sido un Cuartel de Artillería, un universo de estrellas y constelaciones con el sincero intento de ser instrumento en nuestras propias manos para que cada cual alcance en el amor su ansiada humana maravilla, libre de Tratados de Libre Comercio y de Pactos ultrajantes del miserable Mercadeo humano de la Unión Europea. Bienvenido Silvio.
De este modo, la noche se convierte en alquimia de una larga canción de amor, la metáfora de un camino que Silvio nos trae para convertirse en amor si es amor quien la acoge y será canción si es sólo la emoción que luego se va y se hace recuerdo y se hace olvido después de amar. Se adentra en aquellos amores adolescentes donde todo, más que por hacer, está por aprender, donde todo está por bendecir o por maldecir.
Donde sabemos de las primeras convicciones que nos desatan de andar atados de juramentos que convierten a la vida en herrumbre y mentira mortal. Y donde es obligado asumir siempre, notas de principiante porque soñando nos hacemos gigantes. Sin olvidar que la responsabilidad y dimensión de las decisiones que tomamos es lo que nos hace ser lo que somos y nos da sitio y lugar aquí en la tierra como en las constelaciones que recorremos en nuestras vidas.
Al fin y al cabo somos o debemos ser hombres y mujeres que se buscan al pie de sus palabras y que vivimos caminando para encontrarnos y reencontrarnos en el beso y en la lluvia, en la tentación y en el silencio, en la profecía y en la duda.
Por lo que hacemos mal y hacemos bien cuando tejemos puertas en las paredes de otros edificios y las abrimos para salir o entrar despavoridos a las sagradas costumbres, al pie de la derrota, al amor a sangre fría, conservando o prescindiendo que nos regalen estrellas que no responden al milagro correcto, a lo íntimamente deseado y soñado.
Y hacemos bien hacerlo como mejor nos parece para volver desnudos sobre los pasos del que va creciendo como flor bajo el torrente y se atreve a desafiar los restos de los naufragios y ayuda a que la lluvia muerda en las ventanas cerradas y se lleve los duros desperdicios de la vida hasta al mar y nos deje la mitad de la sed para seguir sedientos, necesitados de vida.
Aunque muerda la duda más fiera, la incapacidad más insegura, la distracción más certera, lamentable, imperdonable, irreparable por arrebatarnos la próxima flor, no la flor eterna, ni la miel interminable, sino la flor, la próxima flor que nos da la primavera en un planeta donde hay hermanos. O porque no sepamos ver en el origen del nuevo amor iniciado si es la meta del sueño y la inmadurez se vuelva cepo y de miedo saber por el otro tu propio final.
Y haya que ir y venir, callar y seguir, protestar en las barbas de la cobardía, en las afrentas a crecer y ser felices en la consecución de la felicidad humana que nos haga crecer hasta el infinito y haya que matar la última hambre para que nunca más se nos niegue abrir la puerta del conocimiento, de la sabiduría más allá de la risa y la rabia.
O armar una nebulosa de espíritus y materias, galaxias y planetas, dioses y héroes para levantarse por encima de las traiciones y del rechazo y cantar salvándose de lo ruin abrazado al porvenir de lo que vendrá, ya sean amores bellos o raídos, anchos o estrechos, sabios o tristes…o tan todo o tan nada a pesar de lo que pueden o deben o tienen que durar.
La primera hora del Concierto, Silvio la dedicó a presentar el grueso de canciones de Amoríos, con la referencia al eterno Che Guevara y la necesaria coherencia y dignidad personal.
De este modo, en una gran suite entre dos instrumentales del Trío Trovarroco, se escucharon por este orden, Una canción de amor esta noche, Tu soledad me abriga la garganta, Tonada del albedrío, Día de agua y las 4 canciones que forman la excelsa, obra maestra, Tetralogía de mujer con sombrero, obra inédita de 1970 de la que sólo se conocía la archiconocida y cantada Óleo de mujer con sombrero.
Una obra juvenil de una fuerza inusitada, llena de imágenes a modo de flashback como si una extraordinaria película de la creación del mundo, del nacimiento del amor pasara por nosotros en el derrumbe de los sueños.
La segunda parte del Concierto se inicia con ese estupendo homenaje a la mujer, hija, madre, abuela, compañera, siempre presente, siempre trabajadora, necesaria para la ternura, el amor y la utopía: Mujeres.
Silvio hace otro guiño a Amoríos, hilo conductor donde se van a enroscar canción a canción amores de diverso pelaje, timbre y color, la patria, la compañera, la dignidad, el amor a la verdad, a la poesía, al trabajo bien hecho, a los fundamentos de toda una vida y de la que vendrá…y se sucedieron: Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena (La pupila insomne), poeta comprometido con su pueblo donde los haya; La maza, icono del aquel legendario álbum titulado Unicornio; En cuál de esos planetas (…estás tú, en cuál donde haya hermanos que no jueguen al enemigo); Sueño con serpientes; San Petersburgo; Quién Fuera; El Necio; La era está pariendo un corazón y Ángel para un final. ConOjalá se inició esa serie de bises que anuncian que todo tiene un final.
Y al final de los finales, Qué poco es conocerte, como un despertar eterno, como un comenzar que recién despierta, casi siempre nos llega un nuevo amor que se levanta piedra a piedra y se hace de sal y de arena como se hacen todos los amores.
Luego vinieron las últimas postales icónicas, representaciones de la magia hecha partitura y vuelo y el revuelo inmenso formó ecos de voces repitiendo los versos de Te doy una canción, Pequeña serenata diurna y Unicornio que crecieron, crecen y seguirán creciendo necesitando de la fuente del misterio de este entrañable creador llamado Silvio Rodríguez Domínguez.
Fundador y uno de los máximos exponentes no sólo de la Nueva Trova Cubana sino de la canción popular a nivel mundial, Silvio Rodríguez en el umbral de los 70 años, ha ofrecido las canciones de su última producción discográfica Amoríos recién editada en España y publicada en Cuba en Noviembre de 2015. Una vez más la misma magia en persona ha recorrido 11 escenarios de nuestro país dejando ganas de más y de más.
Silvio regresaba tras 9 años desde su última visita, cuando vino presentando el doble disco Érase que se era, curiosamente también formado, como Amoríos, con viejas canciones abandonadas en el cajón de la oportunidad.
En esta ocasión, además de Amoríos, vino también acompañado de algunos de los grandes clásicos de su extensa discografía y estuvo secundado en escena por el excelente Trío Trovarroco, (Rachid López, guitarra, Cesar Bacaró, bajo y Maykel Elizarde, tres cubano), la excelsa flautista y clarinetista, además de ser su esposa, Niurka González y el no menos excelente Oliver Valdés en la batería y la percusión, así como el prodigio de Jorge Reyes en el contrabajo, Jorge Aragón en el piano y Emilio Vega en el vibráfono.
El extraordinario, limpio y magnífico sonido estuvo a cargo de Olimpia Calderón y el gran, el incombustible Jerzy Belc y todo el entramado de luces, pantallas, escenario y backstage en las manos y el trabajo de decenas de anónimos imprescindibles.
La nueva producción discográfica del necesario e imprescindible trovador cubano Silvio Rodríguez, imprescindible en el sentido en que hablaron Neruda y Brecht, tomó camino de vuelta de ultramar y ha estado navegando por los mares de este país, confusamente gobernado y desgobernado por los políticos que se escurren detrás de las cortinas de sus sedes eludiendo responsabilidades y/o de los que montan un circo ciudadano pactado a la medida de la intransigencia.
Ante la hipocresía político mediática sin razones matemáticas de poder mantenerse, Silvio nos ofrece la poesía y la música de la verdad que se alcanza peleando por la vida, desde que echamos a andar a la vera de un río, de un mar o de un senderito fino y delgado por el que sólo caben la sombra de los elegidos.
Alforja llena de Amoríos que va vaciando sus fondos de maravilla y esperanza hasta quedar cansada de gozo y encuentro en el corazón de los otros. Así este tan viejo como joven trovador que nació en una aldeíta rodeada de un río llamada San Antonio de los Baños, hoy ha llegado a la capital pimentonera, tan cerca y tan lejana de mi tierra andaluza almeriense y ha dejado en el cuajado recinto de lo que antes había sido un Cuartel de Artillería, un universo de estrellas y constelaciones con el sincero intento de ser instrumento en nuestras propias manos para que cada cual alcance en el amor su ansiada humana maravilla, libre de Tratados de Libre Comercio y de Pactos ultrajantes del miserable Mercadeo humano de la Unión Europea. Bienvenido Silvio.
De este modo, la noche se convierte en alquimia de una larga canción de amor, la metáfora de un camino que Silvio nos trae para convertirse en amor si es amor quien la acoge y será canción si es sólo la emoción que luego se va y se hace recuerdo y se hace olvido después de amar. Se adentra en aquellos amores adolescentes donde todo, más que por hacer, está por aprender, donde todo está por bendecir o por maldecir.
Donde sabemos de las primeras convicciones que nos desatan de andar atados de juramentos que convierten a la vida en herrumbre y mentira mortal. Y donde es obligado asumir siempre, notas de principiante porque soñando nos hacemos gigantes. Sin olvidar que la responsabilidad y dimensión de las decisiones que tomamos es lo que nos hace ser lo que somos y nos da sitio y lugar aquí en la tierra como en las constelaciones que recorremos en nuestras vidas.
Al fin y al cabo somos o debemos ser hombres y mujeres que se buscan al pie de sus palabras y que vivimos caminando para encontrarnos y reencontrarnos en el beso y en la lluvia, en la tentación y en el silencio, en la profecía y en la duda.
Por lo que hacemos mal y hacemos bien cuando tejemos puertas en las paredes de otros edificios y las abrimos para salir o entrar despavoridos a las sagradas costumbres, al pie de la derrota, al amor a sangre fría, conservando o prescindiendo que nos regalen estrellas que no responden al milagro correcto, a lo íntimamente deseado y soñado.
Y hacemos bien hacerlo como mejor nos parece para volver desnudos sobre los pasos del que va creciendo como flor bajo el torrente y se atreve a desafiar los restos de los naufragios y ayuda a que la lluvia muerda en las ventanas cerradas y se lleve los duros desperdicios de la vida hasta al mar y nos deje la mitad de la sed para seguir sedientos, necesitados de vida.
Aunque muerda la duda más fiera, la incapacidad más insegura, la distracción más certera, lamentable, imperdonable, irreparable por arrebatarnos la próxima flor, no la flor eterna, ni la miel interminable, sino la flor, la próxima flor que nos da la primavera en un planeta donde hay hermanos. O porque no sepamos ver en el origen del nuevo amor iniciado si es la meta del sueño y la inmadurez se vuelva cepo y de miedo saber por el otro tu propio final.
Y haya que ir y venir, callar y seguir, protestar en las barbas de la cobardía, en las afrentas a crecer y ser felices en la consecución de la felicidad humana que nos haga crecer hasta el infinito y haya que matar la última hambre para que nunca más se nos niegue abrir la puerta del conocimiento, de la sabiduría más allá de la risa y la rabia.
O armar una nebulosa de espíritus y materias, galaxias y planetas, dioses y héroes para levantarse por encima de las traiciones y del rechazo y cantar salvándose de lo ruin abrazado al porvenir de lo que vendrá, ya sean amores bellos o raídos, anchos o estrechos, sabios o tristes…o tan todo o tan nada a pesar de lo que pueden o deben o tienen que durar.
La primera hora del Concierto, Silvio la dedicó a presentar el grueso de canciones de Amoríos, con la referencia al eterno Che Guevara y la necesaria coherencia y dignidad personal.
De este modo, en una gran suite entre dos instrumentales del Trío Trovarroco, se escucharon por este orden, Una canción de amor esta noche, Tu soledad me abriga la garganta, Tonada del albedrío, Día de agua y las 4 canciones que forman la excelsa, obra maestra, Tetralogía de mujer con sombrero, obra inédita de 1970 de la que sólo se conocía la archiconocida y cantada Óleo de mujer con sombrero.
Una obra juvenil de una fuerza inusitada, llena de imágenes a modo de flashback como si una extraordinaria película de la creación del mundo, del nacimiento del amor pasara por nosotros en el derrumbe de los sueños.
La segunda parte del Concierto se inicia con ese estupendo homenaje a la mujer, hija, madre, abuela, compañera, siempre presente, siempre trabajadora, necesaria para la ternura, el amor y la utopía: Mujeres.
Silvio hace otro guiño a Amoríos, hilo conductor donde se van a enroscar canción a canción amores de diverso pelaje, timbre y color, la patria, la compañera, la dignidad, el amor a la verdad, a la poesía, al trabajo bien hecho, a los fundamentos de toda una vida y de la que vendrá…y se sucedieron: Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena (La pupila insomne), poeta comprometido con su pueblo donde los haya; La maza, icono del aquel legendario álbum titulado Unicornio; En cuál de esos planetas (…estás tú, en cuál donde haya hermanos que no jueguen al enemigo); Sueño con serpientes; San Petersburgo; Quién Fuera; El Necio; La era está pariendo un corazón y Ángel para un final. ConOjalá se inició esa serie de bises que anuncian que todo tiene un final.
Y al final de los finales, Qué poco es conocerte, como un despertar eterno, como un comenzar que recién despierta, casi siempre nos llega un nuevo amor que se levanta piedra a piedra y se hace de sal y de arena como se hacen todos los amores.
Luego vinieron las últimas postales icónicas, representaciones de la magia hecha partitura y vuelo y el revuelo inmenso formó ecos de voces repitiendo los versos de Te doy una canción, Pequeña serenata diurna y Unicornio que crecieron, crecen y seguirán creciendo necesitando de la fuente del misterio de este entrañable creador llamado Silvio Rodríguez Domínguez.