Por: Sebastián Cerda, para Emol, Chile
21 de Mayo del 2015
21 de Mayo del 2015
Que el público chileno es uno de los más devotos por Silvio Rodríguez, es cosa conocida. Última prueba de ello son los tres conciertos que el cubano ofrece desde esta noche de miércoles en Movistar Arena, y que agotaron la totalidad de sus boletos disponibles (más de 30 mil) con semanas de anticipación, y a sólo días de salir a la venta.
Pero prueba de ello es también la actitud que la audiencia muestra en esta primera cita con el cantautor. Porque amén del esperable coro en los imperecederos éxitos que Rodríguez ha acumulado en más de 40 años de trayectoria, un silencio sepulcral y una atención invariable se mantienen en el segmento inicial, dedicado a zonas menos clásicas de su repertorio.
El detalle es que ese segmento inicial no son unas cuantas canciones, sino exactamente 90 de los casi 140 minutos que el cubano se mantuvo en escena, segmento al que puso definitivo punto final con la celebrada La maza. Antes de eso, sólo las islas que representaron Mujeres, El mayor u Óleo de mujer con sombrero lograron quebrar la tendencia, con el público dando clara cuenta de que ésas, para ellos, eran canciones distintas a las hasta entonces imperantes.
¿Algún problema con ello? Tal vez sí para esos que finalmente son más fans de sencillos que de trayectorias, y para los que crean que en sus conciertos los artistas prácticamente prestan un servicio, por lo que deben poner el foco en lo que se supone que sus seguidores quieren. Pero no para quienes adscriben a la otra lógica, y que es la misma por la que Rodríguez opta: Que los shows en vivo son también oportunidades para encontrarse con el protagonista de la velada, conocer sus inquietudes presentes y saber qué quiere decir en esta oportunidad.
Y en el caso de Silvio (a secas, como gustan de llamarle quienes lo siguen), eso es claro: Lejos del sello estético de la trova y de su imagen simbólica (un hombre a solas con la guitarra), el cubano hoy busca dotar a sus temas de nuevas lecturas, así como abrirse a territorios que no sólo saben de canciones con calor de fogata, sino también de piezas que aún no están siquiera catalogadas.
Como las de la entrada, partiendo con Una canción de amor esta noche y el fraseo a lo gaucho de Tu soledad me abriga la garganta, dos que forman parte del proyecto Amoríos, conformado por composiciones de amor rescatadas desde baúles de diversas épocas. Ya en ellas se aprecia el carácter que el artista y sus ocho músicos buscan imprimir a su sonido actual, fuertemente determinado por el perfil jazzístico, a ratos sutil y a ratos más evidente.
De este último modo se muestra en Con melodía de adolescente, que alude a vertientes más reposadas y de salón, mientras que una estructura permisiva y variable es la que recubre a Dibujo de mujer con sombrero, parte de una tetralogía dedicada a ese personaje, y que también supo de aires funk en el turno de Mujer sin sombrero. En Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena, en tanto, es la fusión latinoamericana la que predomina, con un tres resaltando en un verdadero diálogo de cuerdas.
El esperado repaso histórico quedó recién para el último tramo, pero de todos modos supo de clásicos grabados a fuego en esta audiencia. Quién fuera, La era está pariendo un corazón, Ángel para un final y Santiago de Chile llegaron en ese momento, también marcadas por una ejecución en que saber moderar la intensidad de la pulsación o el golpe sobre el instrumento parece ser la orden clave.
Junto a ello, cambios en los tiempos que llevan al extravío del público en su afán de acompañar a viva voz, completan el cuadro sonoro para este retorno de un Silvio recorrido y veterano, con porte de clásico y arraigo de emblema. Todas insignias que a otros conducirían por la vía rápida hacia la autocomplacencia y el confort, dos términos de los que el cubano rehuye, le guste a quien le guste.
Pero prueba de ello es también la actitud que la audiencia muestra en esta primera cita con el cantautor. Porque amén del esperable coro en los imperecederos éxitos que Rodríguez ha acumulado en más de 40 años de trayectoria, un silencio sepulcral y una atención invariable se mantienen en el segmento inicial, dedicado a zonas menos clásicas de su repertorio.
El detalle es que ese segmento inicial no son unas cuantas canciones, sino exactamente 90 de los casi 140 minutos que el cubano se mantuvo en escena, segmento al que puso definitivo punto final con la celebrada La maza. Antes de eso, sólo las islas que representaron Mujeres, El mayor u Óleo de mujer con sombrero lograron quebrar la tendencia, con el público dando clara cuenta de que ésas, para ellos, eran canciones distintas a las hasta entonces imperantes.
¿Algún problema con ello? Tal vez sí para esos que finalmente son más fans de sencillos que de trayectorias, y para los que crean que en sus conciertos los artistas prácticamente prestan un servicio, por lo que deben poner el foco en lo que se supone que sus seguidores quieren. Pero no para quienes adscriben a la otra lógica, y que es la misma por la que Rodríguez opta: Que los shows en vivo son también oportunidades para encontrarse con el protagonista de la velada, conocer sus inquietudes presentes y saber qué quiere decir en esta oportunidad.
Y en el caso de Silvio (a secas, como gustan de llamarle quienes lo siguen), eso es claro: Lejos del sello estético de la trova y de su imagen simbólica (un hombre a solas con la guitarra), el cubano hoy busca dotar a sus temas de nuevas lecturas, así como abrirse a territorios que no sólo saben de canciones con calor de fogata, sino también de piezas que aún no están siquiera catalogadas.
Como las de la entrada, partiendo con Una canción de amor esta noche y el fraseo a lo gaucho de Tu soledad me abriga la garganta, dos que forman parte del proyecto Amoríos, conformado por composiciones de amor rescatadas desde baúles de diversas épocas. Ya en ellas se aprecia el carácter que el artista y sus ocho músicos buscan imprimir a su sonido actual, fuertemente determinado por el perfil jazzístico, a ratos sutil y a ratos más evidente.
De este último modo se muestra en Con melodía de adolescente, que alude a vertientes más reposadas y de salón, mientras que una estructura permisiva y variable es la que recubre a Dibujo de mujer con sombrero, parte de una tetralogía dedicada a ese personaje, y que también supo de aires funk en el turno de Mujer sin sombrero. En Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena, en tanto, es la fusión latinoamericana la que predomina, con un tres resaltando en un verdadero diálogo de cuerdas.
El esperado repaso histórico quedó recién para el último tramo, pero de todos modos supo de clásicos grabados a fuego en esta audiencia. Quién fuera, La era está pariendo un corazón, Ángel para un final y Santiago de Chile llegaron en ese momento, también marcadas por una ejecución en que saber moderar la intensidad de la pulsación o el golpe sobre el instrumento parece ser la orden clave.
Junto a ello, cambios en los tiempos que llevan al extravío del público en su afán de acompañar a viva voz, completan el cuadro sonoro para este retorno de un Silvio recorrido y veterano, con porte de clásico y arraigo de emblema. Todas insignias que a otros conducirían por la vía rápida hacia la autocomplacencia y el confort, dos términos de los que el cubano rehuye, le guste a quien le guste.