I
Al fin me dieron la baja. Tres años con tres meses de espera. Llegué a pensar que la demora era un castigo por las fugas, que se me iba a enredar la pira en alguna maraña de las mías. Me parece estar viviendo aquella noche en que llegué como a las 11 y encontré un chofer con casco y Aka-M en la puerta de la revista. Desde que lo vi supe que estaba en llamas: otro estado de alerta. ¿Cuántos son? Perdí el conteo hace milenios. Estamos en zafarrancho de combate desde que cumplí 12, y ya ando los 20. Ahora, para colmo, otra vergüenza más. Por eso evito el ascensor y agarro la escalera, para estirar la cosa, llegar arriba y sentarme a esperar a que termine el que está despachando con el Jefe, para entonces escuchar la levedad temible de su voz diciendo: “Dile que entre”. No hace falta ni mencionar mi nombre, todo el mundo sabe que me volvieron a coger fuera de base y que tengo arriba tremenda cabeza de caballo. Bonito fuera que ahora, a punto de cumplir, me manden para la bendita UMAP, profecía que me vienen haciendo en todas las unidades. Debiera saber mostrar cara de niño bueno, pero no sé cómo me lucen las caras que pongo y me da pena practicar con el espejo: parezco un comemierda. Ante el cristal sólo ensayo semblante de duro, de furioso, de ácido; pero la gente, no más de verme, piensa que si me soplan puedo salir volando. ¿Qué le digo al teniente? ¿Qué estaba en la Biblioteca Nacional? Nananina, porque allí me buscaron mientras estaba tomando leche fría, en casa de mi madre. Eso no me lo cree ni Cristo. Más fácil es decir que estaba con alguna niña, haciendo cochinadas por ahí. Eso siempre cae simpático, te ven machito y se despierta el factor solidario. Jodido estoy si suelto lo del litro de leche. ¿Quién ha visto a John Wayne tomando leche? Por eso me paro ante la puerta con su letrero lumínico de lasciate omni speranza voi chi entrate, sacando cuentas y revisándome los botones, cuando me acuerdo que me han mandado a pelar 70 veces y yo metiendo curvas, procurando que la baja no me sorprenda con el pelo al rape. Estoy requetejodido. De esta me pudro picando asesinas en un central.
Así, y con cara de quién sabe qué, entro por fin al aire acondicionado y me pongo ligeramente en posición de firme –no del todo, porque en la revista no se usa eso y no quiero que el Jefe piense que estoy bajando apendejamiento o guataquería– y espero calladito, hasta que se digne a sacar los ojos del papel seguramente importantísimo que lee, cuando en eso suena el teléfono afuera, en el buró del oficial de guardia, quien se asoma y dice que es para mí. El Jefe, sin levantar la vista, me dice: “Usa ése”, señalando uno de los tantos aparatos que tiene sobre la mesa. Lo tomo y es Zulema –Dios mío, la loca de Zulema a esta hora– que, automáticamente, como una vitrola con una peseta, da rienda suelta a su rutina de que cuándo nos vamos a ver, que está acabadita de bañar y con toda la piel cubierta de goticas de agua –hace tanto calor–, que quién tuviera una lengüita secadora y que mira, ahora mismo se va a pasar el teléfono por donde yo sé, para que escuche crujir lo que yo sé, y yo más blanco que la hoja importantísima que el jefe está leyendo, hasta que éste alza la mirada y me dice: “Y a ti ¿qué te pasa?”. Entonces me desprende el teléfono de la mano –que hace una involuntaria resistencia–, se lo pone al oído, frunce el ceño y mientras cuelga murmura algo sobre la puñetera estática en las comunicaciones. Acto seguido me suelta la perorata de rigor, de la cual lo único que escucho son las últimas palabras, que me sé de memoria: “...hasta que yo me acuerde”, y salgo de allí más muerto que vivo, sin saber qué decir a los socios que preguntan cuál fue la sentencia, ni dónde coño estaré cuando el jefe se digne a recordarme.
Y esa madrugada, lógicamente, me clavan la guardia más sabrosa, la de 3 a 6 –mal rayo los parta–, que por supuesto aprovecho para practicar un acorde nuevo que suena rarísimo, pero con tremendo suín.
II
¿Dónde está el Che? Yo aquí, comiendo mierda en la Televisión Cubana, en medio de gente de otra onda (y algunas buenas hembras) y el Che quién sabe dónde jugándosela por uno, por América Latina, el tercer mundo, el universo y hasta por esta gente y sus culitos de transición. Dicen que a Iris la cogieron presa con un grupo, yéndose en un bote, y que cuando en Villa Marista la interrogaron dijo que iban a hacerse guerrilleros. Partían por la costa sur. Capaz que hubieran llegado a Isla de Pinos y les hubieran caído a tiros. Yo sabía que a alguien se le iba a ocurrir meterle mano a esa idea, porque si no estás en el circuito de la confianza estás jodido. Hay gente que se cree dueña hasta del derecho a ser solidario, creen tener la llavecita que abre el portón de la insurgencia universal. Carné para los sentimientos. Está bien, ellos hicieron LO Revolución, pero ¿y qué?, ¿más nadie puede? Claro, a mí me tocó la generación de los pelúos, la que no se pone las bataholas esas de los años 50, y eso despierta suspicacias. ¿Y por qué coño uno no puede ser guerrillero y ser moderno? Uno puede ser zurdo y de Matanzas, como dice Piniella. Pero los sabrosones con salvoconducto para conspirar andan con camisas McGregor, tienen un Rolex Oister y ruedan Vedoblevés con chapas estatales. Son los misteriosos, que siempre miran como si te supieran algo. Porque uno es un conflictivo, uno es un desviado intelectual, uno come helados en Coppelia hasta las tres de la mañana, cosa muy sospechosa, muy extraña y digna de investigación; uno hace canciones raras, surrealistas, movimiento de la decadencia occidental; a uno le gusta la música beat y ojo con la batería extranjerizante, imperial y sajona, ojo con esas extravagantes notas musicales. Luego te enteras de que el que te hace la vida un yogur tiene la colección completa de los Beatles, además de tronco de equipo estereofónico.
En la televisión te bautizan con el signo de Caín porque no te da la gana de coger la ropa esa, de la tienda especial para artistas, con la que debes salir en la pantalla para lucir correctamente burguesito. Abráse visto. ¿Para salir a la calle y parecer marciano? Todo el mundo con una camisita de apéame uno y tú con un saco de lamé. Combatientes de harapos y greñas de gloria que pretenden vestirte como el poder que derribaron. Qué bonito, qué poco sospechoso, qué natural, qué armónico. Ya sé que Lenin definió la cosa en el congreso de Proletcult: convivir con lo válido del pasado, el viejo Tolstoi y eso, pero el otro León no hubiera transado con esa jiña de cuello, corbata y lentejuelas.
¿Qué diría el argentino de estas cosas? ¿Dónde estará metido, con la falta que hace? Es cierto que el mundo está de madre, pero esto también. Por eso yo pensaba que había que morder el cordobán aquí en el patio y no entendía lo del internacionalismo. Fue suerte no ser militante cuando aquella vez, en mi unidad, pasaron la planilla de disposición. Pero desde entonces transcurrieron tres años. Ahora lo entiendo demasiado y si los misteriosos acapararon el derecho a irse, que se jeringuen y me aguanten aquí, porque esta jodida existencia se juega al duro o no se juega. Lo otro es ilusión y abalorios, máscaras, pura mierda.
III
No puedo parar de hacer canciones, no sé cómo decir lo que veo, lo que siento. Siempre quisiera más que lo que logro. ¿Seré malo? ¿Seré ambicioso? ¿Le habrá pasado esto a Prometeo? Vietnam no me cabe en una canción, ni la burocracia, ni el oportunismo, ni los ojos azules de Tu Beso, aguados en la semipenumbra del hotel Rex (Tiranosaurio Rex, toda la vida, como dice Alomá). Las calles no me caben en una canción, ni los perros nocturnos, ni este borracho envuelto en vómitos que ronca a mi lado mientras espero la confronta. Hay hormigas circunvalando mis botas rusas. Son una hilera larga y llevan una cucarachita boca arriba, como para un entierro. Qué silencio pesado el de esta hora y qué ruido de tripas. Aquí llega el aroma de la panadería, pero no puedo aparecerme por tercera vez en esta semana diciendo que sólo tengo el medio de la güagüa. Descaro never. Al fin y al cabo sólo soy otro insomne en la ciudad, defenestrado por la jeva: La Catedrática no soporta que acostado y en plena madrugada agarre la otra mujer y me la ponga encima. A esta hora Coppelia ya está en sumna, y Alí Lafuán y El Tránsfuga deben haber llegado a la Casbah. No tengo más remedio que irme solo hasta casa de Argelia, despertar a María para quitarle el colchón del box-spring y arrastrarlo hasta la sala, para luego colarme en el baño a tocar bajito la procesión de hormigas que se me acaba de ocurrir, tratando siempre de no acostarme demasiado tarde, porque mi madre necesita temprano la sala de peinar y poner tintes. Dos mil y pico de pelos han tumbado los vietnamitas. Si cada avión cuesta mil millones, ¿cuánto dinero en armas se gasta en yankilandia? ¿Qué se podría hacer con tanto? Industrializar el país, llenarlo de carreteras, museos, teatros y comprar brujón-pila-montón-puñao de libros de ediciones Aguilar. Más comida y más transporte, el famoso metro, cero libreta. Se podrían traer instrumentos y yo a lo mejor hasta me empato con una guitarra eléctrica. Caca, excreta, miasma, mierdísima es lo que tengo en el moropo: estoy penetrado. Pero qué bestial que el mundo en vez de bombas hiciera música. “Haz el amor, no la guerra”, como decían aquellos chamas yankis que fueron a “Mientras Tanto”, flower power. Gente del country de los ácidos luciferinos que hacen pintar mujeres-soles al pintor de las mujeres-soles. SRD es como LSD, o sea vuelo, cosmos, Buck Rogers, cómics, revista Mella, crisis de octubre –allá va eso–: tercera guerra mundial. Dondequiera aparece una bomba atómica y yo necesitando un pan con güagüa. ¿Por qué me decido? ¿Me quedo en La Habana o voy al (ratatá-ritití) Primer Festival de la Canción Popular de Varadero? (cantar por cantar, ese es Zu-lemaaa, su re-li-gioooón, ¡pingón!). Me invitó Odilio Urfé, que es buena gente, pero tendría que trabajar en la oscura gruta del Kawama y para lo único que sirven los clubes es para apretar –gente curdando, metiendo muela y metiendo mano–. ¿El Che cantaría en un club? El Che está muerto, mulato, no jodas, calla por pudor, como diría Julio Antonio, el bacán de la enfermísima Tina Modotti. Voy al Festival, qué carajo, y vengo los domingos a hacer el Mientras Agonizo, si es que no lo acaban de suspender. Y allí canto con Marta Valdés y Teresita, conozco a Cotán, a Sonorama 6, aprendo a tomar Carta Oro, me arrebato, hago un intercambio de dedos bajo la mesa con una lesbiana famosa y preciosa, y al día siguiente le constato un ojo ponchado por Billy the Kid, su apetitoso compromiso. Allí veo un ovni en un amanecer. Allí escribo “Esta Canción”, el día que cumplo veintiuno. Y allí, por último, Luis Taboada, recuerdo que esta mismísima noche de vacilación y degenere, sin perol y aún con menos de masticar, arrojado a la intemperie por una ninfómana celosa (allá ellas), opto por el pan caliente que me hace llegar “herido de sombras” hasta la puerta de mi madre, introducir un fósforo en vez de la llave, e ir en cámara lenta hasta mi hermana que sueña con huir de la casa, despertarla la pobre y cargar el colchón, para por fin correr al baño y encerrarme irremediablemente solitario, a jugarme la vida con
IV
Los funerales del insecto
Hace un rato, solo, he visto
a un insecto agonizar.
Y he pensado:
no hay remedio,
nadie va a su funeral.
El insecto agonizaba.
Yo empezaba a canturrear
la canción más solitaria
que haya escrito sin llorar,
pues me puse a comparar:
¿Qué hará la tierra con los huesos
del que muere sin regreso,
en virtud de su ambición?
Sus funerales sin amigos,
sus adioses sin testigos,
sus domingos sin amor
serán como el del insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir,
morir así es desaparecer.
La pobre gente que dispone
de la vida por oscuros corredores
¿qué se hará?
Y los que venden la palabra,
los que ríen, los que no hablan,
¿quiénes los despedirán?
Serán como el insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir.
Morir así es desaparecer
...totalmente.
mayo de 1998.
Publicado en el No.1 de La Gaceta de Cuba, en el año 2000.