La Habana, 5 de mayo de 1995.
Hermano planetario:
La causa de estas letras es la preocupación que como hombre y como cubano me motiva el proyecto de ley Helms-Burton, nueva humillación que los políticos más obcecados del gobierno norteamericano pretenden imponer a nuestros pueblos.
Para todo el planeta la intención de esa ley es insoportablemente ofensiva, porque ya no sólo se quiere fiscalizar y restringir la libertad de los cubanos, sino someter a sanciones y represalias a todo el que por cualquier razón se relacione con nosotros, sea estado, empresa o persona.
Para el pueblo norteamericano, viejo soñador de libertad y democracia, es una especial degradación que hombres de su gobierno emprendan semejante ultraje contra el derecho y la dignidad.
El proyecto de ley Helms-Burton supone una vuelta de tuerca extrema al staff de medidas coercitivas que desde 1959 se vienen aplicando contra Cuba. Entre la gama de artículos de esta nueva variante se destaca que, aún después de derrocado el gobierno cubano, habría que continuar el bloqueo hasta que se hubiera indemnizado o devuelto a sus antiguos propietarios los bienes que les fueron nacionalizados a principios de la Revolución.
Este asunto, que hasta hace algún tiempo sólo se refería a las expropiedades de quienes eran naturales estadounidenses, ahora se amplía a los cubanos que desde el triunfo revolucionario emigraron y adquirieron esa ciudadanía. Pero según parece, este proyecto de ley no sólo preconiza la devolución del país a sus antiguos dueños; además legaliza la guerra civil que se desataría cuando se intentara desalojar a los obreros de sus fábricas, a los campesinos de sus tierras, a los enfermos de sus hospitales, a los niños de sus escuelas, al pueblo de sus viviendas y en general de sus conquistas.
Por otra parte, la inmensa mayoría de los norteamericanos de origen cubano no fueron dueños de centrales azucareros, latifundistas o esbirros de la tiranía batistiana, sino pueblo trabajador, y la experiencia de los últimos años demuestra que aspiran a que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se normalicen para poder visitar sin trabas a sus familiares.
No parece casual que el proyecto de ley Helms-Burton, además de proponer el recrudecimiento y la prolongación del bloqueo, disponga también de dolores extras para la ya sufrida familia cubana.
Cuba es un país pobre, con problemas, pero soberano. La mayoría de los que vivimos en la isla somos conscientes también de nuestras deficiencias, e inconformes con ellas trabajamos cada día para superar errores; prueba de ello es que, desde hace años, aunque sin renunciar a nuestros logros y convicciones, nos empeñamos en adecuar nuestra sociedad a las realidades del mundo actual.
Es evidente que Cuba no amenaza a nadie, que no agrede a nadie, que sólo aspira a que la traten normalmente, a que la dejen trabajar en paz. El único peligro que representa es el de demostrar que se puede vivir en este mundo y en este hemisferio de otra manera. El único pecado que hemos cometido es el de no renunciar a nuestra independencia, el de intentar nuestras soluciones, el de asumir el costo de querer ser diferentes.
El bloqueo al que ha estado sometido nuestro pueblo durante más de tres décadas no sólo es obsoleto a la luz de las condiciones políticas del mundo, sino inmoral, porque además de limitar vínculos con países y personas nos impide adquirir recursos, alimentos, medicinas. Esto lo sufren día tras día nuestros enfermos, nuestros ancianos, nuestros hijos.
La nueva acción anticubana pretende crecer y legitimar esta injusticia, e imponer una complicidad a todos los gobiernos y seres de la tierra.
El proyecto de ley Helms-Burton, y todo lo que representa y lo sostiene, es una vergüenza y un atraso, y no sólo intenta descalificar a la Revolución cubana sino a Cuba como nación. Se inscribe en las pretensiones más viejas y bochornosas de absorción de nuestro país como colonia y mancilla espantosamente el sentido de la vida y la obra de José Martí, de cuyo holocausto este año se cumple un siglo. Pone a la legislación, y por ende a la moral y a la inteligencia de Estados Unidos y del mundo, ante la disyuntiva de legalizar o no el terrorismo de Estado. Lo hace en desafío a las corrientes democráticas que cada vez se pronuncian con más sensatez y claridad a favor de soluciones al diferendo entre Estados Unidos y Cuba, lo hace en los momentos en que los dos gobiernos, con mesura y paciencia, han logrado encontrar un punto de diálogo en las cuestiones migratorias y acaban de firmar un acuerdo que los coloca en un nuevo estadio de perspectivas, en un paso más alto desde donde observar, comprender y actuar en beneficio colectivo.
El tiempo, los recursos y sobre todo la sangre y los sufrimientos que conforman la ardua pirámide sobre la que ambos gobiernos consiguen dar este paso, no pueden ser desdeñados. Es una responsabilidad verdadera, de todos y cada uno de los que aspiramos a la comprensión y la paz entre nuestras naciones, que cada cual, siempre y dondequiera que podamos, juntos o en solitario, nos pronunciemos y actuemos a favor de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Se sabe que no va a ser fácil. Pero hace algunos años, para algunos no sólo era difícil sino inconcebible, y estamos más cerca que nunca de un diálogo que, sin obviar los principios que nos separan, puedan llevarnos de la mano de las afinidades, que también existen, a la consideración mutua y la convivencia.
Deberemos ser vecinos mientras exista nuestro planeta, mas no solo por ello llevarnos bien es una aspiración encomiable.
El respeto, la comprensión, el verdadero sentido de la armonía, por encima de diferencias y características, puede ser una conquista del género humano, y es una fortuna que debemos sumarle al Universo.
Por el diálogo y contra el bloqueo,
Hasta el amor siempre,
Silvio Rodríguez
Hermano planetario:
La causa de estas letras es la preocupación que como hombre y como cubano me motiva el proyecto de ley Helms-Burton, nueva humillación que los políticos más obcecados del gobierno norteamericano pretenden imponer a nuestros pueblos.
Para todo el planeta la intención de esa ley es insoportablemente ofensiva, porque ya no sólo se quiere fiscalizar y restringir la libertad de los cubanos, sino someter a sanciones y represalias a todo el que por cualquier razón se relacione con nosotros, sea estado, empresa o persona.
Para el pueblo norteamericano, viejo soñador de libertad y democracia, es una especial degradación que hombres de su gobierno emprendan semejante ultraje contra el derecho y la dignidad.
El proyecto de ley Helms-Burton supone una vuelta de tuerca extrema al staff de medidas coercitivas que desde 1959 se vienen aplicando contra Cuba. Entre la gama de artículos de esta nueva variante se destaca que, aún después de derrocado el gobierno cubano, habría que continuar el bloqueo hasta que se hubiera indemnizado o devuelto a sus antiguos propietarios los bienes que les fueron nacionalizados a principios de la Revolución.
Este asunto, que hasta hace algún tiempo sólo se refería a las expropiedades de quienes eran naturales estadounidenses, ahora se amplía a los cubanos que desde el triunfo revolucionario emigraron y adquirieron esa ciudadanía. Pero según parece, este proyecto de ley no sólo preconiza la devolución del país a sus antiguos dueños; además legaliza la guerra civil que se desataría cuando se intentara desalojar a los obreros de sus fábricas, a los campesinos de sus tierras, a los enfermos de sus hospitales, a los niños de sus escuelas, al pueblo de sus viviendas y en general de sus conquistas.
Por otra parte, la inmensa mayoría de los norteamericanos de origen cubano no fueron dueños de centrales azucareros, latifundistas o esbirros de la tiranía batistiana, sino pueblo trabajador, y la experiencia de los últimos años demuestra que aspiran a que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se normalicen para poder visitar sin trabas a sus familiares.
No parece casual que el proyecto de ley Helms-Burton, además de proponer el recrudecimiento y la prolongación del bloqueo, disponga también de dolores extras para la ya sufrida familia cubana.
Cuba es un país pobre, con problemas, pero soberano. La mayoría de los que vivimos en la isla somos conscientes también de nuestras deficiencias, e inconformes con ellas trabajamos cada día para superar errores; prueba de ello es que, desde hace años, aunque sin renunciar a nuestros logros y convicciones, nos empeñamos en adecuar nuestra sociedad a las realidades del mundo actual.
Es evidente que Cuba no amenaza a nadie, que no agrede a nadie, que sólo aspira a que la traten normalmente, a que la dejen trabajar en paz. El único peligro que representa es el de demostrar que se puede vivir en este mundo y en este hemisferio de otra manera. El único pecado que hemos cometido es el de no renunciar a nuestra independencia, el de intentar nuestras soluciones, el de asumir el costo de querer ser diferentes.
El bloqueo al que ha estado sometido nuestro pueblo durante más de tres décadas no sólo es obsoleto a la luz de las condiciones políticas del mundo, sino inmoral, porque además de limitar vínculos con países y personas nos impide adquirir recursos, alimentos, medicinas. Esto lo sufren día tras día nuestros enfermos, nuestros ancianos, nuestros hijos.
La nueva acción anticubana pretende crecer y legitimar esta injusticia, e imponer una complicidad a todos los gobiernos y seres de la tierra.
El proyecto de ley Helms-Burton, y todo lo que representa y lo sostiene, es una vergüenza y un atraso, y no sólo intenta descalificar a la Revolución cubana sino a Cuba como nación. Se inscribe en las pretensiones más viejas y bochornosas de absorción de nuestro país como colonia y mancilla espantosamente el sentido de la vida y la obra de José Martí, de cuyo holocausto este año se cumple un siglo. Pone a la legislación, y por ende a la moral y a la inteligencia de Estados Unidos y del mundo, ante la disyuntiva de legalizar o no el terrorismo de Estado. Lo hace en desafío a las corrientes democráticas que cada vez se pronuncian con más sensatez y claridad a favor de soluciones al diferendo entre Estados Unidos y Cuba, lo hace en los momentos en que los dos gobiernos, con mesura y paciencia, han logrado encontrar un punto de diálogo en las cuestiones migratorias y acaban de firmar un acuerdo que los coloca en un nuevo estadio de perspectivas, en un paso más alto desde donde observar, comprender y actuar en beneficio colectivo.
El tiempo, los recursos y sobre todo la sangre y los sufrimientos que conforman la ardua pirámide sobre la que ambos gobiernos consiguen dar este paso, no pueden ser desdeñados. Es una responsabilidad verdadera, de todos y cada uno de los que aspiramos a la comprensión y la paz entre nuestras naciones, que cada cual, siempre y dondequiera que podamos, juntos o en solitario, nos pronunciemos y actuemos a favor de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Se sabe que no va a ser fácil. Pero hace algunos años, para algunos no sólo era difícil sino inconcebible, y estamos más cerca que nunca de un diálogo que, sin obviar los principios que nos separan, puedan llevarnos de la mano de las afinidades, que también existen, a la consideración mutua y la convivencia.
Deberemos ser vecinos mientras exista nuestro planeta, mas no solo por ello llevarnos bien es una aspiración encomiable.
El respeto, la comprensión, el verdadero sentido de la armonía, por encima de diferencias y características, puede ser una conquista del género humano, y es una fortuna que debemos sumarle al Universo.
Por el diálogo y contra el bloqueo,
Hasta el amor siempre,
Silvio Rodríguez