De qué valen mis razones



De qué valen mis razones,
el conocer,
el comprender,
si el corazón
nos tira en otros caminos
a nuevos destinos,
deshaciendo lazos,
pues nuevos abrazos
nos dará
el amor.

Por eso yo
pregunto a mis razones
qué van a dar
para vivir
si voy a arder
en una estrecha cadena
de suspiro y pena,
recuerdo y distancia,
deseos y ansias
de volver
para ti.

De qué vale mi razón más fuerte
si yo siento que tengo que verte.
Si en tus manos se me va el amor,
¿de qué vale razonar mejor?

De qué vale mi razón más fuerte

Canción sin nombre



Mis arrugas puedes contar.
No he perdido tiempo al sufrir.
Mi camisa puedes abrir
con tal que dejes sólo un momento
lleno de paz
en mi canción
muerta de ti.

Algo arrastro, casi no estoy.
Quiero amarte pero me voy.
Tanto ruido no deja oír.
Quiero vivir.
Tírale algo —algo de paz—
a mi canción
muerta de ti.

Hay momentos en que pienso.
Hoy es un momento abierto
y puedo hablarte.
Date prisa, ven y róbame al silencio,
al susurro de los locos
que en cada rincón tropiezo
por mi calle, por mi casa,

Bajo el arco del sol, la lucha armada



Hoy caminé en el lado de otro odio,
donde ronda el mundo, y yo, cuando estoy.
Y vi la realidad bajo una tempestad.
Supe que por mi herida me sangraban
otros golpes y otras furias también.
Y vi la realidad arrodillada frente al mar.



Mira mi herida en la mano que pulsa con la muerte
y óyeme el fuego descubierto en la voz.
Mira mi herida de otras regiones
como Indochina, bajo el arco del sol.


Cánteme



Cánteme quien tenga el verso,
mas no con los cristales primorosos,
que el tiempo ya no es tema de retozo
sino crisol más áspero que terso.

Cánteme quien tenga tanto,
mas no para empañarme los sentidos,
que yo, como que siento, soy su amigo;
que yo, como que voy, también soy canto.

Cánteme, sí, para oírlo
como aquella canción, la que yo hiciera;
pero cánteme para aplaudirlo
por lo que supo ser ayer, hoy y después.
Cánteme para salvarlo
entre las luces que me identifican,
pero cánteme para premiarlo
por el mejor haber en el amanecer.

Que levante la mano la guitarra



Sufrir ¿qué forma tiene, qué cabeza?
Al dolor ¿qué matices lo acompañan?
¿Con qué ojos nos busca la tristeza?
¿de qué color pintó su paz extraña?

¿Cómo camina la tristeza?
Hable quien conozca su patria.
¿Quién la define, dónde vive?
¿Qué mujer tuvo esas entrañas?

¿Qué quiere de nosotros nuestra sombra?

Que levante la mano la guitarra.

1968

Érase que se era



Éramos una vez un grupo de nueve o de diez
que coincidía cada noche:
una suerte de sueños que hacían cuadrilla,
unos buenos muchachos riendo juntos.
Érase que se era una vez…

Por esa época se amaba tanto, qué sé yo:
¡qué época tanta de amores!
Desfilábamos juntos, se hacían poemas,
y las calles qué buenos gustos tenían.
Érase que se era una vez…

De uno en fondo pasábamos por la misma canción:
era uno, eran dos, eran tantos y, qué sé yo,
pero era bonito mirarnos, vernos sufrir.
Érase que se era una vez…

1969, Atlántico

Después que canta el hombre



Después que canta, el hombre queda solo.
Solo en la soledad de su cabeza,
solo en la soledad de las butacas,
y una mortaja de aire hace silencio.
Sabe que ahora, de pronto, se hace luego,
aunque después que cante quede ciego.

Se mira entonces la guitarra y se le guiña un ojo.
Qué no sabrá del abandono la guitarra.

Después que canta, el hombre queda solo,
pues cada uno regresa a sus pisadas.
Le dejan las palabras en la alfombra.
La hora de la palabra fue la escena.
Sabe que ahora, de pronto, se hace luego,
aunque después que cante quede ciego.

1969, Atlántico

Epistolario del subdesarrollo



No, no tengo que cerrar los ojos para ver.
No, no tengo que cerrar los ojos para ver,
para ver aquella tarde
en que Noel y yo cantábamos
y nos interrumpían
pidiéndonos canciones de Manzanero.
¡No!

No tengo que cerrar los ojos para ver.
No tengo que cerrar los ojos para ver,
para ver las servilletas del Hotel Nacional
decorando el congreso cultural,
que las pusieron lindas,
casi psicodélicas y todo.
Pero ahora se han descosido,
se doblan por las puntas
y ya no es fresco comer allí.
¡No!

No, no tengo que cerrar los ojos para ver,

1968

Discurso fúnebre



Ayer mataron a un lobo
en la puerta de mi casa.
Con la cabeza vencida
sobre la acera, soñaba;
observaba la bodega
donde peleaba y dormía;
con la pupila vidriosa
miraba pasar el día.
Y los niños de su mundo
hablaban, en voz muy baja,
de su mirada.

Para el resto de la Tierra
allí había un perro muerto,
un perro que en unas horas
estaría descompuesto.
Había que limpiar la acera
de aquella mancha oscura
―para el resto de la tierra
un perro muerto es basura.
Pero los niños jugaban
y volvían a su lado,
siempre callados.

1971

El barquero



Un buen día quizás, un barquero
se lanzó tras el mar del recuerdo.
Era un barco pequeño en el tiempo,
pero había fe,
pero había un raro esplendor en sus ojos,
pero había un místico afán de por qué
―pero había fe.

Una dársena es sólo una entraña.
Mar de invierno es tal vez la mañana.
Barco chico es quizás alma clara.
Y aunque haya fe,
y aunque haya un flujo de mundo en mi frente,
tanto se hunde mi rostro en la gente,
que ya no sé.

Ya me canso de tanto hablar
si está dicho todo hasta el fin.
¿Qué mas ruido que el de escuchar

1968

Cuántas veces al día



¿Qué silencio es culpable de la muerte de un hombre?
¿Qué silencio en nosotros ha colgado inocentes?
¿Qué silencio maldito ha cegado algún nombre?
¿Cuántas veces al día merecemos la muerte?

No busquen más alrededor.
Ustedes son.
No busquen más, no es el de atrás:
ustedes son.

No es el de al lado, no.
Eres tú mismo, sí.
El que sonríe bien,
el que sabe callar.

¿Cuántas veces al día?
¿Cuántas veces al día?
¿Cuantas veces al día merecemos la muerte?

¿Qué silencio aprendido nos preserva la vida?

1969

Por muchos lugares



Por muchos lugares pasaba la Historia.
Tú leías a Whitman, con estilo triste.
Tus alrededores ya estaban poblando
de sed las palabras que usaste esta tarde.
Entonces ya estaban previstos tus gustos:
cada vieja fecha posee esas artes.

Por eso no es raro que muchos no entiendan,
pues muchos supimos de los mismos rumbos.
Por eso no es raro que nadie domine
las riendas de todos sus mundos.

Por muchos lugares pasaba la Historia.
El antiguo Egipto ya nos condenaba.
Todos conspiraron para reprimirnos
y, como las plagas, vinieron las guerras.

1968

Hoy es la víspera de siempre



Hoy es la víspera de siempre,
los días eternamente
no me dejan definir.
Y siempre estoy como esperando
que, cuando al fin pase algo,
aún me quede por decir,
por sentir, por retener
un pedazo siquiera de mí.

Qué tal, tú.
Hoy es la víspera de siempre. Da igual.
Hoy ha salido el sol por ese lugar
por el que suele aparecer.
Qué tal, tú.
Es delicioso conocerte y me da igual
verte de pronto en un recodo y, total,
volver a desaparecer.

Ay, la vida que se llena de instantes,
que se llena de gentes,
que se llena de igual.

1968

El matador



Siento un hilo profundo que atraviesa el espacio.
De tiempo en tiempo llega despacio.
Siento olor de llanuras llenas de peregrinos.
La llanura se llama camino.

Siento de pronto el gusto
de un raro mineral.
Me siento a veces hombre,
y muchas, animal.

Se confunde el deseo
de calentar la piel
con rugidos lejanos
que recuerdan mujer.

Y en una playa angosta caen del cielo
esas reminiscencias de veneno.
Yo no sé, pero hay días sin reposo
que lo que tenga cerca lo destrozo

muy primitivamente, casi salvajemente,

1970, Atlántico

Fusil contra fusil



El silencio del monte va
preparando un adiós.
La palabra que se dirá
in memoriam, será
la explosión.

Se perdió el hombre de este siglo allí.
Su nombre y su apellido son
fusil contra fusil.

Se quebró la cáscara del viento al sur
y sobre la primera cruz
despierta la verdad.

Todo el mundo tercero va
a enterrar su dolor.
Con granizo de plomo hará
su agujero de honor,
su canción.

Dejarán el cuerpo de la vida allí.
Su nombre y su apellido son
fusil contra fusil.

Cantarán su luto de hombre y animal

1968

El papalote



Será por tu vivienda,
hecha de ruinas y de misterios;
porque rompías la roca
para ganarte un par de medios;
o por tus tirapiedras,
los más famosos de La Loma,
con la mejor horqueta
de la guayaba y duras gomas.

Será por todo esto
que mi memoria se empina a ratos
como tus papalotes,
los invencibles, los más baratos,
y te levanta en peso,
Narciso el Mocho, para ponerte
junto a los elegidos,
los que no caben en la muerte.

El papalote
cae, cae, cae, cae, cae.
Se va a bolina la imaginación.
Buena cuchilla la picó.

1972

Una mujer



Una mujer, una mujer,
una mujer con cristales del mar
viaja dentro de mí
coloreando mi sangre, borrando el carbón
que ha tapado mi buen corazón,
que ha tapado mi buen corazón.

Pobre de mí, pobre de ti,
pobre de todos los que amen así,
sobre un potro que vuela ignorando barrancos,
tan cercanos, que lucen mortajas de blanco.

Una mujer, una mujer,
una mujer que no es celestial
sobre un potro partió
hacia todos los pueblos que habitan en mí
y ha tenido un camino feliz,
y ha tenido un camino feliz.

Pobre de mí, pobre de ti,

1969

El seguidor de arcoiris



El seguidor de arcoiris se lava las manos
con agua de lluvia y, sin sacudirse
el polvo nocturno, remonta el camino
que hizo la muerte ―por ser la primera
que abriera una trocha en la selva
en que habría de alzarse la vida.
El seguidor bien lo sabe y respeta
su signo en la puerta ―su puerta con signo.

Y no sabe de nada.
Y no sabe de nadie.

En el fondo y en la superficie está más
solo que un simple muerto.
Quizá los matices que busca los halle
en las alas de un ángel, entre los demonios
o en otro universo mejor.

1969

La canción de la Trova



Aunque las cosas cambien de color,
no importa pase el tiempo.
Las cosas suelen transformarse
siempre, al caminar.
Pero tras la guitarra siempre habrá una voz
más vista o más perdida,
por la incomprensión de ser
uno que siente,
como en otro tiempo fue también.

Hay también corazones que hoy se sienten detenidos,
aunque sean otros tiempos hoy
y mañana será también.
Se sigue conversando con el mar.

Aunque las cosas cambien de color,
no importa pase el tiempo.
No importa la palabra que se diga para amar.

1967

Martianos



Yo soy un grano de arena,
una hoja más en un árbol,
y cada ola me enseña
y cada brisa trae algo.

No he visto todas las tierras,
no he visto todos los mares,
pero he sentido la guerra
silbando por todas partes.

Cuando nací me dijeron:
naciste por la esperanza.
Así le digo a mi hijo
y parto hacia la matanza.

Quiero que pare la muerte,
yo quiero que pare el frío
para poder dedicarme
a flor, a viento y a río.

El mundo me dio las manos,
dos reinos que hacen la suerte.
Llevo una flor en la diestra

1969, Atlántico