Combustible



La nave, invisible, estaba posada en un bosque, cerca de una ciudad. Tenía una sala de mandos circular de iridiscencia nívea. Su techo eran las estrellas.

Flotando bajo la visión de la galaxia, dos figuras conversaban a través del silencio. Sus rostros eran casi humanos. Las cuencas, situadas donde los hombres llevan ojos, guardaban otros instrumentos de percepción. Sus labios eran grietas en el semblante de cera. Sus cráneos lisos apenas emergían de las gruesas capuchas.

“¿Crees que resultará?”, ―pensó uno.

El mundo real



Desde que tengo uso de razón sé que el mundo es un escenario irreal, puesto ahí para que me lo crea. Delante de mí siempre hay un corre-corre de preparativos para tener dispuestos los lugares que se me ocurra visitar.

Hace sesenta años



Hace sesenta años vivía yo en el número 456 de la calle San Miguel, en el apartamento 2 del primer piso. Nuestro balconcito daba a los altos de La Valenciana, el bar de Aurelio el asturiano, donde Memo era El Rey de los Batidos y se servía en la barra la mejor sopa de sustancia de todo San Leopoldo. Entre aquella joya culinaria y una olorosa panadería estaba la entrada de mi edificio, que aún alza sus tres pisos a unos metros de la famosa esquina donde quedaba La Casa Prado.

Alfredo



Lo conocí personalmente en 1968, después del primer concierto que hicimos en Casa de las Américas. Por entonces empezó a visitar nuestra vivienda de la calle Gervasio, donde nos apretábamos mi madre y su marido, mis hermanas y yo. Sobre la estrecha sala del mínimo apartamento había una ventana grande que sólo se abría unas pulgadas, porque topaba con el edificio de al lado. Cuando descubrió el detalle lo vi desbarrar furioso sobre la falta de humanidad capitalista, capaz de vender la ilusión de un ventanal que daba a un muro.

Un 18 de febrero, como hoy



Hoy, 18 de febrero de 2013, hace 45 años de que Noel Nicola, Pablo Milanés y yo hicimos nuestro primer concierto en la sala Che Guevara de Casa de las Américas. Fue Pablo quien me comunicó que esa importante institución nos lo solicitaba. Nunca me quedó claro quién se lo dijo a él.

Sigamos amando



Compatriotas,

Hermanas y hermanos que nos escuchan
si alguna vez se nos escucha:

La lluvia, un rayo, un terromoto, una mano inhumana
pueden arruinar el día de encontrarnos
pero la lluvia, un rayo, un terremoto, una mano inhumana
acaso solo pueden postergar nuestro encuentro
porque no saben arruinar lo que nos une
lo que significamos

Asimismo edificios, ciudades, civilizaciones fabulosas
pueden llegar a convertirse en ruinas
pero el amor que junta es más constante
que tales edificios, ciudades y civilizaciones

Hermano planetario



La Habana, 5 de mayo de 1995.

Hermano planetario:

La causa de estas letras es la preocupación que como hombre y como cubano me motiva el proyecto de ley Helms-Burton, nueva humillación que los políticos más obcecados del gobierno norteamericano pretenden imponer a nuestros pueblos.

Para todo el planeta la intención de esa ley es insoportablemente ofensiva, porque ya no sólo se quiere fiscalizar y restringir la libertad de los cubanos, sino someter a sanciones y represalias a todo el que por cualquier razón se relacione con nosotros, sea estado, empresa o persona.

A solas con una orquesta



Ya una vez dije que había empezado a componer porque quería escuchar canciones que no se habían escrito. Eso es estrictamente cierto. Yo era un recluta en un remoto campamento militar, solo con la noche y sus deseos. Puede que por eso aquellas primeras canciones me parecieran los partos más dolorosos de mi vida. Porque, como apenas había aprendido un par notas, veía que mi saber eran tan pobre que ni remotamente alcanzaba las voces que me cantaban los deseos. Esta insuficiencia me llenaba de pesar y entonces me decía: cuando sepa un poquito más, lo voy a conseguir.

Palabras de Silvio al recibir la Distinción de Visitante Ilustre de Buenos Aires



Buenos Aires, 6 de abril de 1992

Hermanas y hermanos argentinos:

Este gesto de afecto que se me tiende tiene, para mí, profundas resonancias; porque si bien es amistad enfatizada a un comunicador de asombros, que intenta la hermandad guitarra en mano, es mucho más un acto de decoro argentino, ya que una forma sagrada de amor no deja olvidar que soy hijo de un pueblo pequeño, pobre y digno de Nuestra América; de un pueblo víctima del odio y el acoso.

Palabras de agradecimiento por el Diploma de Mérito Artístico



Querido Fidel;

Queridos hermanas y hermanos:

Primero quiero anunciar que hoy es el cumpleaños de un excelente trovador, Noel Nicola, y quisiera soplar en su dirección el afecto que flota en la mañana, porque lo quiero y es mi amigo, y porque lo merece. También quiero recordar a otro gran trovador ausente y presente, nuestro querido amigo camagüeyano Miguel Escalona.

La balada de Elpidio Valdés. Un homenaje por el XXX aniversario



A finales de 1961 yo estaba de aprendiz de dibujante en la revista Mella. Había llegado allí cuando la enseñanza secundaria no se había reactivado del todo, tras la recién concluida Campaña de Alfabetización. Embullado por mi padre, me había presentado en la publicación con algunos dibujos bajo el brazo y resultó que mi ídolo, el gran Virgilio Martínez, hizo colocar una mesa al lado de la suya, para que desde aquella posición privilegiada aprendiera en qué consistía el arte de la historieta.

Materialmente pobres



La verdad es que somos materialmente pobres. No tenemos grandes yacimientos, excepto de níquel, cuyo valor ha bajado en el mercado mundial en los últimos años. También parece que tenemos algo de petróleo, lo que se está explorando todavía. Estamos rodeados de agua salada pero tenemos poca dulce: no tenemos ríos caudalosos de los que pudiera extraerse fuerza para turbinas generadoras de electricidad.

Haydée Santamaría



Publicado en el periódico Ahora, el 5 de febrero de 1989.

Conocí personalmente a Haydée, me parece que a principios de 1968. Supongo que en enero, porque en febrero fue que hicimos la primera actividad en Casa de las Américas. Unos días antes nos habíamos encontrado allí mismo para proyectar el concierto aquel, que según se dice, fue el estreno de la Nueva Trova como movimiento.

Mi viejo y Fantasía



Aunque mi padre fue quien me descubrió el placer de la poesía (me acuerdo a los 7 escuchándole a Juan de Dios Peza y a Martí), también causó mi temprana adicción a otro tipo de lectura.

Esto fue tiempo después, cuando un amigo suyo llegó a casa con un bolsilibro de portada tan lustrosa que me obligó a pedírselo prestado.

Cuando mi padre –que no había visto lo anterior– me sorprendió con el tomo, me lo arrebató de las manos y, negando con la cabeza, dijo mientras lo encerraba en el escaparate: “No quiero que leas esta mierda”.

La alfombra



La casa, los muebles, los retratos son viejos. Que cada cual ponga sus propias ventanas y puertas, pero eso sí: cerradas. A lo largo del suelo de un amplio salón, brotando de donde se alzan las paredes, se extiende una alegoría de Dionisos: faunos a la caza de bacantes que derraman zumos de sus cántaros, bodas traviesas y fugaces, floridas herejías. Sobre esta alfombra yacen siete hombres estrujados por un largo viaje. Seis de ellos con fusiles. Sus manos se adhieren a los hierros con naturalidad, como si fueran parte. Se mueven y susurran, incapaces de abandonarse a la fatiga.

Pensar en mi familia



Pensar en mi familia me lanza a cuando Don Juan le dice al aprendiz que para ser chamán tiene que hacer la lista de todas las personas que conoce y escribir lo que recuerde de cada una. Yo vengo de dos familias muy numerosas, así que renuncio (por ahora) a la condición de chamán.

Mi padre se llamó Dagoberto y fue natural de Vereda Nueva. A los siete años estaba doblado sobre un surco, como obrero agrícola. A veces se escapaba del sembrado y se metía en la escuela pública, pero sus mayores lo sacaban y lo devolvían a la tierra, donde les era necesario.

Abro los ojos



Abro los ojos y estoy sobre una sábana muy blanca. A un lado tengo un escaparate de tres puertas y al otro un tocador de media luna, donde me veo boca arriba. Estoy con la cabeza hacia los pies y observo que tras el lecho hay una ventana. Entonces me incorporo y con pasos temblones voy hasta el respaldo, donde intento subirme; caigo y ruedo varias veces, hasta que lo consigo. Desde esa altura mis manos siguen subiendo por la pared, hasta el marco. Me afianzo y tenso los brazos, pero no pasa nada. Hago un segundo esfuerzo y mis ojos se van elevando hasta ver más allá de la abertura.

Dos cercanías



Para quien supo de esas sombras (y luces) a los veinte días de nacido –según reiterado testimonio de su señora madre–, la historia de la vida le pudiera empezar como El Libro: “Al principio Mamá creó la oscuridad del cine. La tierra estaba desierta y sin nada y las tinieblas cubrían los abismos, mientras el espíritu de Mamá aleteaba sobre la superficie de las aguas”.