Soy un hombre de centro



Soy un hombre de centro. Empecé por nacer, sin darme cuenta, para verme en el centro de la vida. Todavía era un niño cuando me arranqué de mi familia para lanzarme al centro de la noche, con la yesca de una cartilla y un manual. No mucho después llegué al centro de mi mismo, con un arma en la mano, defendiendo un país que llegaba a su centro. Había llegado al centro de la conciencia colectiva y aún no conocía el centro de la existencia humana. Ese centro supremo me esperaba en las intimidades de una joven.

Deseo



Escucharle decir a John Kerry que ya no somos rivales ni enemigos, sino simplemente vecinos, es fuerte. Juro que quisiera verlo así. Quisiera que Gandalf el blanco esgrimiera su bastón y de un golpe encantado borrara tantas oscuridades hechas y dichas, algunas demasiado recientemente. Pero no hay magos a la vista. Sólo la tierra yerma que medio siglo de fuego y demonios más bien han secado.

Por qué busqué trovadores en los 70s*



En los diciembres de 1971 y 1972 se celebraron encuentros de jóvenes trovadores en la ciudad oriental de Manzanillo. Aquellas reuniones se produjeron porque entre finales de los 60 y principios de los 70 la actividad trovadoresca se incrementó notablemente en Cuba. Aquello se veía como continuidad de una antigua tradición de la música cubana y a la vez como una expresión emergente. Por alguna razón existe la costumbre de poner nombres a ciertas manifestaciones, a corrientes, a tendencias que después se sostienen más o menos.

La Nueva Trova y la nueva trova



El Movimiento de la Nueva Trova (con mayúsculas) fue fundado por los participantes en el II Encuentro de Jóvenes Trovadores, que se celebró en la ciudad de Manzanillo, en diciembre de 1972. Por eso este año celebraremos el 40 aniversario de aquella agrupación, posible por la masividad que llegó a alcanzar la trova en nuestro país.

Pregúntenle a mi pueblo



Este año empezó desapareciendo a seres queridos y admirados. El primero fue Félix Grande. En cuanto me enteré llamé a Paco de Lucía, a quien había conocido hacía muchos años en el apartamentico madrileño de Félix. Pero a los pocos días llegó el batacazo del mismísimo Paco, y ahí empecé a preguntarme qué rayos estaba sucediendo. Algo como una respuesta siguió llegándome, implacable, después con el Gabo, con Santi, con Formell…

También hubo decesos menos célebres, aunque no menos dolorosos, y se me ocurrió una idea inútil, con una pizca de verdad: se está acabando el Siglo XX.

No pasará el pasado



Un día se para Fidel en la Universidad y dice que quienes pudiéramos acabar con la Revolución somos los revolucionarios. Muchos tenemos la misma percepción: es nuestra incapacidad para aprender de errores propios y ajenos, nuestra comodidad y a veces hasta nuestra desidia las que pueden extinguir el proyecto social más humano y trascendente de nuestra historia. Por eso aplaudimos la amarga honestidad de ese gran hombre y todo el que tiene un poco de vergüenza, desde el mínimo espacio que defiende, promete que por allí no pasará el pasado.

Otro día Fidel define lo que es Revolución:

No recuerdo...



No recuerdo dónde lo conocí. Puede haber sido gracias a Haydée Santamaría. Acaso coincidimos en alguna comida en casa de la amiga común, quizá en aquella en que fui embromado con una tortilla de plátanos maduros. Lo que sí tengo claro es que en septiembre de 1969, entre la treintena de libros que embarqué en el Playa Girón, había un Cien años de soledad que ya había leído un par veces.

Quince canciones



1
La Canción de la Trova
Es la canción con la que me autodefiní. No era baladista ni cantautor, como dictaba la moda, sino trovador, como los antiguos, como Sindo Garay y Miguel Matamoros.

2
La Era Está Pariendo un Corazón
Es la primera que me inspira el Che, y se convierte en suceso interpretada por Omara Portuondo. También es la primera que trasciende las fronteras de Cuba: el argentino Pino Solanas la incluye en su documental “La Hora de los Hornos”.

3
Canción del Elegido

Palabras sobre Pete Seeger



La primera vez que tuve la suerte de tenerlo cerca, yo era parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, donde hacíamos todo tipo de música, hasta rock; allí le escuché afirmar que cada pueblo tenía su cultura y que debía defenderla de la influencia de los más poderosos. Después nos vimos otras veces. Una de ellas recorrimos Italia homenajeando a Víctor Jara, junto a cantores chilenos exiliados. Él terminaba la reunión haciéndonos cantar en alguna lengua africana, y sobre el coro contrapuntístico, que armaba con sectores de la audiencia, hacía gorjeos en falsete.

Apuntes para una canción a Yeyé



Quien indague por qué Casa de las Américas nos abrió sus puertas para que cantáramos en febrero de 1968, debe saber que aquel ademán solidario no salió del vacío, y menos porque abundaran noticias felices sobre los jóvenes trovadores. Por entonces era habitual que nos precediera una aureola de conflictivos, palabrita que solía usarse como sinónimo de “ten cuidado con ese”.

Ditirambos en torno a un mono gris



Cierta noche alguien de nuestra generación ―era un poeta―, dijo como para sí mismo que alguna vez se tendría que escribir sobre los versos de Vicente Feliú Miranda (beso a Elsa).

Memorias de Angola



Estoy al borde del mar, cuando se me acerca un vecino de veraneo e indaga por la suerte del cuarteto Los Cañas.

—¿Existen todavía? —me pregunta—, porque yo fui chofer y escolta de ellos en Cabinda, en 1976.

Señora de los sueños



Mis canciones están llenas de mentiras. Ficción le llaman. Y nunca he hablado de la importancia de esta Señora en lo que hago, ni de la utilidad de su oficio introductor, que abrevia distancias de un corazón a otro, haciendo transparente lo que por otra vía es neblinoso, cuando no peregrino.

Combustible



La nave, invisible, estaba posada en un bosque, cerca de una ciudad. Tenía una sala de mandos circular de iridiscencia nívea. Su techo eran las estrellas.

Flotando bajo la visión de la galaxia, dos figuras conversaban a través del silencio. Sus rostros eran casi humanos. Las cuencas, situadas donde los hombres llevan ojos, guardaban otros instrumentos de percepción. Sus labios eran grietas en el semblante de cera. Sus cráneos lisos apenas emergían de las gruesas capuchas.

“¿Crees que resultará?”, ―pensó uno.

El mundo real



Desde que tengo uso de razón sé que el mundo es un escenario irreal, puesto ahí para que me lo crea. Delante de mí siempre hay un corre-corre de preparativos para tener dispuestos los lugares que se me ocurra visitar.

Hace sesenta años



Hace sesenta años vivía yo en el número 456 de la calle San Miguel, en el apartamento 2 del primer piso. Nuestro balconcito daba a los altos de La Valenciana, el bar de Aurelio el asturiano, donde Memo era El Rey de los Batidos y se servía en la barra la mejor sopa de sustancia de todo San Leopoldo. Entre aquella joya culinaria y una olorosa panadería estaba la entrada de mi edificio, que aún alza sus tres pisos a unos metros de la famosa esquina donde quedaba La Casa Prado.

Alfredo



Lo conocí personalmente en 1968, después del primer concierto que hicimos en Casa de las Américas. Por entonces empezó a visitar nuestra vivienda de la calle Gervasio, donde nos apretábamos mi madre y su marido, mis hermanas y yo. Sobre la estrecha sala del mínimo apartamento había una ventana grande que sólo se abría unas pulgadas, porque topaba con el edificio de al lado. Cuando descubrió el detalle lo vi desbarrar furioso sobre la falta de humanidad capitalista, capaz de vender la ilusión de un ventanal que daba a un muro.